miércoles, 31 de diciembre de 2008

Terminar de morir

He imaginado en estos últimos días de Diciembre mi muerte. Más que imaginarla la he deseado. Descubrí entonces que le temo. Soñé despierto en su llegada de golpe y sin dolor. Se lo dije a mi conciencia. Se lo recordé a mi pasado. Se lo recriminé a mi virilidad. Se lo imploré al destino. Quiero morir. Yo no soy, ni seré capaz de matarme. Hazlo por mí. Has que se apague esta luz. Quiero descansar mi dolor. Has que esta combi se estrelle. Has que de este pasadizo salga un loco y me clave un cuchillo en el pecho. Has que un delincuente enardecido me dispare un balazo en la cien. Has que tropiece y me rompa la espina dorsal. Has que mañana no despierte. Hazlo, que no quiero nunca más volver a verme llorar. Quiero morir rápido hoy que se me han acabado las sonrisas, hoy que me he quedado sólo con mi arrepentimiento. Cerrar lo ojos y nunca más volverlos a abrir. No saber nunca más de mí. Si existe el paraíso, que me excluyan de él y desvanezcan mi alma. En el infierno que me acepten pero sin memoria. Ya no quiero caminar más. Me pesa respirar. Me cuesta y me avergüenza abrir la boca para comer. Perdí las ganas de recuperar lo perdido. Me quedan las ganas de olvidarme que existo aquí. Perdí mí deseo de buscar lo soñado. Ya no veo en cielos ni jardines. Ya no escucho el cauce de aquel río. No perdono haberme mentido. Pero igual que vengan todas a hacerme creer con sus propias palabras que no hay amor, que lo divino es imposible, una vez más. Que ya no sigan los días su curso a través de mi desdicha. Que no me obliguen las agujas del reloj a obedecerlas. Fui feliz un día y me presentaron la tristeza a los 14. ¿Qué hizo para encontrarme?. No volverá a suceder. Moriré. Seguirá y seguirán sus vidas sin mí. Que me toque morir hoy. Le tengo preparado a la muerte mi desolación envuelta en papel de regalo color negro. El recuerdo dulce y doloroso de niñas que amé y no me amaron. El odio de haber sido el autor de los más grandes idioteces. Oportunidades de conocerme a mí mismo desperdiciadas olímpicamente. Hematomas en la mente de golpes emocionales que el tiempo no cura. Que venga la muerte, todo en mí ya es cadáver. Hace mucho tengo muertas mis esperanzas. Expiraron mis ambiciones. Fenecieron mis razones de vivir, agoniza mi existencia, estos son mis últimos suspiros. Quiero terminar de morir, pero que me aseguren que no volveré a verme rogando abrazos, extrañando besos, odiando lo recibido, hablándole a mi soledad, pensando en la última mujer que me rechazó, imaginando lo que no hice, callando culpas, dejando caer mis ideas, traicionando mis años de casado, recordando mi niñez, descubriendo que todavía la amo en otro mundo. Que me aseguren que desapareceré con mis pensamientos. Que no sabré nunca más de mí. Que ya no extrañaré más el beso negado. Que no me desgarrará el saber que no le intereso. Terminar de una vez por todas de estar sin ganas de nada. Dejar de asistir al sepelio de mi propio deseo...

domingo, 30 de noviembre de 2008

Los individuos gigantes

Hay días en que me siento útil y otros en que me siento empequeñecido por individuos gigantes. Individuos que día a día aparecen en las páginas del diario retratando su talento, virtud, trabajo u obligación en una noticia redactada con un estilo único. Algún día quisiera saber cuantos otros individuos la leen y cuantos otros la ignoran. Saber si en algún momento de tantos días idos dejaron de ser individuos y fueron personas con nombre renombrado y no con “crédito”. Ha habido veces en que yo he logrado ser individuo gigante y ahora intento ser persona como ellos, si es que lo son y lo fueron. No es que tenga envidia o ego mellado, al contrario, me embarga la emoción de conocer y me conozcan y me reconozcan como parte de ellos, personas que hacen y deshacen como si se peinaran, lo que yo en toda mi vida e intentado hacer desde otra perspectiva. Publicar en un periódico es tan igual como publicar en un libro, ahora lo creo. Cuantos libros habrán llenado en todos estos años de trabajo en que nota a nota recrearon acontecimientos, denuncias, grescas, protestas, muertes, asesinatos, suicidios, conferencias, presentaciones, festivales, marchas, desastres, etc. Entre escribir y redactar hay una gran diferencia, quisiera decírselos algún día, tal vez el día en que los alcance, tal vez el día en que sea periodista con innumerables e innombrables fuentes, con directorio propio o el día en que llegue con más de cuatro notas: nosotros redactamos, no escribimos, somos redactores, no escritores. La vida del escritor esta llena de páginas, no de caracteres. Es lo que creo, pero mi situación actual me hace pensar que es lo mismo y me quedo callado. Llegaré a adecuarme y a atreverme a establecer la diferencia y luego a contradecirme, como siempre lo hago con el tiempo y decir que publicar en un periódico jamás será igual que publicar en un libro. Me he abandonado al tiempo que dura un diario, tal vez por eso mi preocupación de aparecer en él a diario, espero que no se me acabe y que a la larga estas líneas no sean sólo el ensayo literario de un informe que deberé presentar para mi curso de prácticas externas en la universidad. Aún soy universitario, aún soy un escribidor, ahora soy practicante, ahora ensayo y aprendo periodísticamente. No sé si es porque tengo el defecto de intentar ser siempre perfeccionista en todo lo que hago, o porque es cierto lo que me dijeron un día: es más fácil pasar de ser periodista a escritor que escritor a periodista. En las noches me dan vueltas las frases de una noticia que de tanto haberlas leído y releído buscando armarla con elocuencia se me grabaron en la mente. Hago poco y me demoro mucho. Tal vez sólo le estoy restando segundos a la oportunidad de quedarme aquí. Quiero quedarme y a veces siento que yo mismo me estoy botando a patadas. La sala de redacción nunca la imaginé así, tan parecida a un aula sin profesor. Me gusta y me asusta ser el nuevo. Eso es lo malo, yo soy como el alumno nuevo en un aula con profesor ausente, que creyó que porque aprendió a coger y usar bien el lápiz, se le iba a hacer fácil averiguar y resolver sus tareas. Espero poder justificar con noticias la confianza que deberé tener para entrar en el juego de los demás alumnos. Siempre he sentido que he luchado contra el tiempo, pero nunca tanto como ahora.

¿Han llorado por ti?

En mi imaginación me dijiste más palabras, hoy te escucho sólo en mi adolorido recuerdo. Te escribo una más de las 500 cartas que te envié y no te envié, las que te escribí en email y las que por falta de tiempo te escribí sólo en mi mente, con la nostalgia desbordando en mi mirada perdida. Y claro, sólo tú entenderás lo que quiero decir, y de seguro también la única que intente hacerlo, con esas mimas ganas que siempre deseé de alguien más que no seas Tú. Tal vez mi voz llegue a ti como el vuelo de un insecto (cualquiera) directo hacia el cristal de una ventana cerrada, pero eso sí, un cristal hermoso por su transparencia. Y te escribo imaginando tu linda mirada leyendo estas palabras, e intento cerrarte aún con un beso los párpados. Quise armar una caja de cartón y forrarla de varios colores con papel lustre, para que ahí guardes todas las emociones que siempre coleccionas sin darte cuenta, pero temí que lo uses para guardar melodías que yo nunca podré crear. Sí, soy de esos sujetos. Me imaginé a tu lado interpretando las letras de las mil y un canciones que me regalaste y que nunca terminé de escuchar. Te lo propuse un día y me dijiste “no sé”, un no sé que fue como las palabras blancas en fondo blanco queriendo ser descubiertas al final de nuestras tantas olvidadas cartas. No sé por qué pero cada vez que te imaginaba, extrañamente aparecías a mi lado sentada en las gradas de una escalera, sonriéndome, con tu cabello suelto rozando mi hombro, acariciándolo. Tal vez porque el camino que había que seguir para estar contigo era así, podía llevarme al mismo cielo, o hacerme caer a un profundo abismo, por no decir al mismo infierno, sabes por qué, pero te quiero y siempre te querré, disculpa por hacerlo, tal vez sea la última vez que te lo diga, así en carta, tal vez la próxima vez que te vea, te lo escriba, así en el aire, como lo escribo ahora en este octavo o noveno cuarto, donde tu nombre sigue siendo lo único que respiro. Intenta no alegrarte y entristecerte a la vez. Me rio pensando en tú y yo, imaginando a Milena y Kafka, imaginando a Louise y Flaubert. Qué raro, no te lo había dicho pero te juro que de ellos dos, sólo he leído el primer capítulo de sus más importantes obras, después las abandoné, tal vez de la misma forma en la que tú me abandonabas y me abandonaste en definitiva. No diste vuelta a la página, cerraste el libro de mi amor sin importarte lo que podrías vivir después, sin importarte lo que podría hacer y dar por ti. Lo viste complicado o te bastó con las primeras líneas de mis sentimientos para adivinar que jamás te llenarían… Linda. Es así como siempre te decía. Creo que ya ha pasado un mes desde la última vez que te lo dije en una carta y me pregunto con nostalgia, respirando, si me contestarás de inmediato, dulce, como la última vez cuando la inspiración no nos perdonó. Mis días ya no son los mismos, con decirte que he cambiado la manzanilla por el café del mismo modo en que por necesidad intenté olvidarte. No voy a decirte si lo logré. Aunque debo confesarte que hubo días en que te extrañé muchísimo, con urgencia de leerte como si te escuchara. Imaginándote…El día que fui casi de tu mano a escuchar mi mención honrosa inscrita en un diploma, conocí a una poetisa de ojos claros y casi me enamoro de ella, lo confieso, me habló de poetas que yo nunca había escuchado, me habló de libros, canciones y películas y me recomendó emocionada que vea “La sociedad de los poetas muertos”, pero le hizo falta conocer a un grupo de los que a ti tanto te gustan para poder arrancarte de mí. Jamás en su vida había escuchado de La Buena Vida. Me despedí de ella como si sólo hubiese estado sentado a su lado escuchándola unos cuantos minutos, sin pedirle su número celular ni su correo, ni nada... Quiero despedirme para siempre, estar enamorado de ti me recuerda que la inspiración puede hacer de un texto algo muy hermoso para todos, lo siento por intentarlo, pero no debo distraerme más, hoy pendo de un hilo... Te deseo felicidad. Te habrás dado cuenta ahora que dos veces he ensayado ser tu amigo y no he podido, lo aparento, he confirmado ser tu pretendiente, no sé de todos los que tienes, cual, pero recuerda que sólo soy el que te sigue queriendo mucho.

martes, 14 de octubre de 2008

Sentirse olvidado


Sentirse olvidado es tan bonito como saber que por esta vez no vas a necesitar que te pongan un enema, y tan feo como saber que te quitarán el Internet por una semana.
De niño sólo te permitieron tener como mascota 2 loritos y eras muy feliz cuando podías jugar con ellos, los sacabas de su jaula y disfrutabas ver como esquivaban los carros de juguete que, impulsando sus llantas hacia atrás, los hacías arrancar solitos hacia ellos. Verse sólo, acompañado de tanta gente, que tienen pensamientos que están a años luz de los tuyos y sentarse a esperar, con esperanza y al mismo tiempo inútilmente, que te respondan una correspondencia todo un fin de semana, cuando muy bien sabes que son los días en que más sólo te sientes, y peor aún si siguen pasando los días y no sabes a que se debe su silencio, es saberse olvidado. Y de entre todo este pesar, queda el alivio de saber que aún hay cabida para la risa (neurótica), porque sólo se piensa mejor, porque sólo uno se inspira mejor, porque sólo uno trabaja mejor, porque sólo uno se distrae mejor. Soñamos despiertos y vislumbramos soluciones: cómo que para no sentirse olvidado, debemos olvidarnos de nosotros mismos. Ahora instintivamente odias ver a pájaros encerrados en jaulas, matarías a la persona que las fabrica, o al que aún las sigue inventando con más novedades. Pero a tus loritos no los mató el encierro, ni murieron atropellados por tus carros. Tu hermano menor, feliz de la vida, emocionado al ver que ya había dejado el andador y que se valía por sí sólo para caminar, aplastó sin querer a uno de ellos. Y tú viste como lo pisó, no lo precaviste, te pareció que lo hizo adrede, con maldad, viste la mirada perpleja de la lorita, lo recuerdas muy bien, ¡como duele aún!, lloraste, quieres llorar de nuevo, ahora te das cuenta por qué su cabeza colgaba cuando lo levantaste, porque su cuello estaba roto, botando la poca sangre que tenía. Sufriste como sufres ahora tratando de olvidarte a ti mismo. En aquellos tiempos no te dabas cuenta que aquellos niños que tocaban a tu puerta pidiendo desperdicios y que se los dabas, pensando que era normal, ignorando que se alimentaban de lo que tu botabas, pensando que para eso habían venido al mundo, que esa era su función y su destino, y no vivir como tú en una buena casa – aunque por poco tiempo – era una anomalía del mundo, mal hecho. Así como pensabas o no te dabas cuenta, que la casa de los pajaritos no podían ser los cielos ni los árboles, sino tu jaula, vivías engañado. Le gritaste a tu hermano tan fuerte que lo hiciste llorar, se dejó caer al suelo de culo y lo viste llorar como adulto, tapándose la cara con las manos. Tan pequeño y lo culpaste de un asesinato. Vieron juntos la llegada de la muerte, después de una fugaz agonía. Ahora darías cualquier cosa por ser un pájaro y tener a un dueño que tampoco sepa en donde deberías estar, para que de vez en cuando te saque de tu jaula y te de la libertad al menos por un rato de esquivar sus carros de añoranza con tus piernas frágiles y tus alas cortadas; darías lo que fuera, para que ese dueño te suba a sus carros de embriaguez y sientas que es fácil olvidarse a sí mismo. Qué no darías, porque un ser inocente te haga olvidarte a ti mismo aplastando tu existencia, rompiendo tu mente, dándole por fin la libertad a tu corazón de dejar de latir malsanamente. Te quedaste con un lorito, que se supo sólo y a ti te pareció que no le importaba, pero porque no lo supiste escuchar, porque no sabías leer lo que decían sus pequeños ojos. Fuiste a enterrar los restos de tu lorito – ¡cómo sabías que la libertad era estar bajo tierra! – cavaste un hueco no tan hondo, metiste el cadáver de tu periquito, sin haberlo cubierto con nada, y vaciaste sobre su cuerpo inerte la tierra que nunca fue suya, que nunca pudo hacerla suya...
Sentirse olvidado es tan hermoso, cómo cuando entiendes a tu destino, que enojado, te manda por intermedio de un memorable accidente fallido, la fractura de un hueso, no importa cual, recordándote que pronto llegará el día que te entierren a ti; y es tan feo como pisar la caca del perro de tu vecino, al que odias febrilmente porque – ¡válgame Dios! – él si tiene una mascota, libre, no pájaros en su jaula, como tu tuviste, como tú nunca volverás a tener. Te olvidaste de cortarle las alas a tu lorita – cómo te dolía y al mismo tiempo te entretenía cuando lo hacían – la sacaste a jugar, le diste libertad, pero no la libertad real sino la de engañito, la hiciste sufrir más, la llevaste contigo a tu cuarto, la arrojaste hacia tu cama, sólo para ver como aterrizaba, agitando sus alas, pero sólo lo hizo un par de veces, a la tercera voló, salió de tu cuarto, vio una ventana abierta, no lo dudó, tal vez le brillaron los ojos, tal vez lloró de felicidad. Voló por los cielos de tu barrio, te asustaste, la viste por la ventana, la alcanzaste ver cuando se posó en un árbol no tan lejano, bajaste corriendo a buscarla, la llamaste como si te fuera a hacer caso, como si siempre lo hubiese hecho, pero te veía cerca y volvía a volar, carreteando por los aires, ¡ahora lo recuerdas!, que hermoso que volaba, blandía sus alas verdes y amarillas, su pecho verde claro refulgía, parecía como si siempre lo hubiese hecho, como si todo el tiempo hubiese estado practicando, pero en su imaginación, todo el tiempo lo deseó, mirando por la ventana, escuchando el canto de los gorriones, se adueñó de ese cielo azul, mientras tú, abajo, ¡abajo!, la mirabas asustado, corrías en su tras, persiguiéndola, mientras que ella no sabía a donde irse, volvía a posarse en un árbol, y cantaba, creo que quiso irse pero no sola, tal vez fue eso, llamaba desconsoladamente y sin respuesta a su periquito, pensó que él no había muerto, sino que por fin logró, lo que planearon todo el tiempo, escaparse por la ventana cuando sus alas crecieran de nuevo, y que él estaba ahí, afuera, entre esos árboles, esperándola, por qué así se lo prometió si lo lograba. Llamó y llamó y no encontró respuesta, y cuando te vio, ¡a ti!, tan cerca, trepado de ese árbol, supo muy bien lo que tenía que hacer, volar sin mirar hacia atrás. Cogió el mismo rumbo que toman los carros cuando se van, cuando salen del barrio. Corriste con todas tus fuerzas, llamándola, suplicándole, te diste cuenta que todo el tiempo la trataste como un juguete y quisiste prometerle ya nunca más, pero la perdiste de vista. Agachaste la cabeza, te sentiste olvidado, sentiste que a nadie le importabas, así como te sientes ahora, quisiste llorar, pero no lo hiciste, recordaste el lugar donde enterraste a tu lorito, y fuiste a verlo, tuviste curiosidad por ver su cuerpo, profanaste su tumba, lo desenterraste y vaya sorpresa, encontraste el cadáver de tu lorito cubierto de hormigas revoltosas, siendo devorado por insectos que, reunidos como una jauría de perros hambrientos roían el poco resto de carne que le quedaba adherido a su frágil esqueleto, lo recuerdas muy bien, ¡como duele aún!
Lo cogiste entre tus manos, dejaste que las hormigas se subieran por tus brazos, dejaste caer tus lágrimas en su cuerpo inerte, esperando que eso lo resucite como lo viste en una película, quisiste sentir la picazón de las hormigas, las odiaste, prometiste exterminarlas a todas, (averiguaste luego que lo que las ahuyentaba es el ají y todos los días ibas a dejar ají molido al lado de la tumba de tu mascota muerta), las retiraste a todas sacudiéndolas, aplastándolas con tus dedos, llevaste el cuerpo de tu lorito a tu casa, le buscaste un cajón, le encontraste uno, lo pintaste, le hiciste una inscripción a modo de lápida, no recuerdas qué decía, tal vez: “ a mi lorito, que tanto amé, que me acompañó en mi soledad, a mi amigo que nunca se negó a jugar conmigo, te quiero mucho, perdóname” Cubriste su cuerpo con un trapo, lo metiste en la caja, lo tapaste, lo pegaste y lo amarraste bien esta vez, y fuiste a buscarle otra tumba en donde no hubieran restos de hormigas, esta vez cavaste un hoyo más grande, todavía recuerdas esa tarde gris, ¡como duele aún!. Lo enterraste y le rezaste una oración que inventaste. Te pusiste de pie y te fuiste a tu casa con la seguridad de que esta vez si descansaría en paz y con la promesa de que nunca más ibas a tener como mascota a un lorito…
...No llores, tal vez no te ha olvidado, tal vez se fue de viaje (por su mente, como ella sabe hacerlo). Y se fue contenta porque antes leyó tus mensajes, y tú no sabes eso, y estas triste porque piensas que no se dio tiempo para responderte, porque no se dio dos minutos – lo que podría valer tu vida – para decirte lo que siempre te decía, como te encantaba que lo haga, porque no sabe que tu corazón sin su presencia late de mala gana, porque no es verdad que uno sólo se inspira mejor, porque no es verdad que uno sólo trabaja mejor, porque una vez se lo dijiste y sin saber por qué, tal vez lo presentiste y acertaste, ella es la que ya empezabas a extrañar. Pero no lo hagas, no te olvides de ti mismo, no vale la pena, estas seguro que ella pensaría lo mismo, es como tú, por eso te encanta. Tal vez algún día regrese la lorita por el mismo camino por donde se fue, tal vez regrese a acompañarte, tal vez algún día la puedas tener de verdad, no pierdas la esperanza, piensa en tu futuro, piensa en los encuentros fortuitos, en lo mágico de los encuentros, en el zar perfectamente sincronizado.

martes, 30 de septiembre de 2008

No sabes


Soy de tus caprichos,
la obra de arte;
soy como el beso,
que una vez dejaste robarte.

Soy de tus lágrimas,
la culpa encarnizada;
soy como el pecado,
que en el infierno se paga.

Soy de tu voz quebrada,
la débil conciencia;
soy como el veneno,
que se vence en tu presencia.

Soy de tu rencor,
un extinguido te amo;
soy como la tragedia,
que se sufre deseando un milagro.

Soy de tu falso adiós
el impulso valiente que luego se acobarda;
Soy como la mirada al sol
que se ciega hasta el alba.

…pero pronto dejaré de serlo
no sabes…

domingo, 24 de agosto de 2008

La decisión del indeciso


Este mes, me acusaron de “quedado” de manera injusta, y me sentenciaron en la sala penal de la chacota, como “el indeciso”. Apelé con varios argumentos: “no voy a quedarme sentado a esperar que me llamen”, “no me imagino trabajando al lado de apristas”, “prefiero quedarme a cambiarle los pañales a mi hijo, en vez de estar presionando rec toda la mañana, así uso más mis manos, sin ofender eh”, “ahí nomás, suficiente tengo con verlos en clase”… pero de nada sirvieron, entre miradas herméticas, me agregaron una más, a mi lista incomparable de sobrenombres, que si se les puede llamar así, marcaron una etapa más, en mi cíclica y burlada vida. Podría detenerme aquí a hacer un análisis de los tipos de apodo: según la apariencia física y según los comportamientos y actitudes, por citar uno de los más repetidos (y no míos por si acaso) “buitre viejo” y “giannarco”; pero sería restarle párrafos a “Los chicos de arriba”, lo que quiero - ahora que interpuse sin darme cuenta, la paradoja delante de mis máscaras - es dejar grabado en esta hoja, lo gracioso que me pareció todo, cuando descubrí, que había encontrado pruebas fehacientes para demostrar, que nada de lo que se me había acusado era cierto, y precisamente, paso en este momento a manifestar mi defensa:

El día viernes 8 de agosto, olvidándome que días antes había sido condenado a que se me recuerde a cada momento mi derrota, llamándome “el indeciso”, reuní a toda mi familia para comunicarles la más importante decisión que he tomado en toda mi vida. Aprovechando que mi hermana había llegado de vivista de EE.UU con mi sobrina, le pedí por favor que acompañe a mi mamá y a mi hermano a la mesa y me escucharan un momento, algo muy importante tenía que decirle. Como noté miradas de preocupación, les dije, para tranquilizarlos, que no se trataba de malas noticias. Y así reunido con mi familia, pasé a decirles más o menos lo siguiente: He venido diciéndole a todas mis amistades y a alguno de ustedes, que quiero llegar a ser escritor. Es un sueño que lo tengo desde que estaba en secundaria, y que ahora me está presionando, empujándome a escribir y a leer, para algunos de manera exagerada, y no me siento bien conmigo mismo porque ya quiero salir de la universidad y dedicarme sólo a escribir, cosa que no puedo. Por eso quería decirles que he tomado la decisión de dedicarme sólo a la literatura, hasta llegar a convertirme en el escritor que he soñado ser siempre. No, no pienso dejar la carrera, el periodismo me ha ayudado a tener una percepción más cercana de la realidad, pero una vez que termine, si me ven trabajando en otras cosas, sin ejercer, lo más posible creo, no piensen mal, he pensado buscar trabajos de medio tiempo, trabajos alimenticios, para que me de el tiempo que necesito para escribir. Y lo he decidido así, porque sé que como ahora, que no me siento tranquilo, ni feliz por no poder dedicarme sólo a lo que me gusta y ya quiero salir de la universidad, igual me voy a sentir después si le dedico mi tiempo a otras cosas que no sea escribir, estoy confiado de poder llegar a ser escritor, me he preparado bastante, incluso ya tengo 2 cuentos terminados, quiero terminar 15 bosquejos que tengo esperando y después empezar a publicar. Sí, con Kely ya hablé y me va a apoyar… y no escribiré buscando atención aquí, sino afuera. Afuera, afuera, o sea el extranjero, sí, esa es la línea que estoy siguiendo, aunque les suene imposible, no voy a ser un escritor telúrico o costumbrista o regionalista, conozco cuales son las cualidades que debo seguir para que mi escritos sean cosmopolitas, sí hermano, internacional, universal, este año cumplo 25 y siento que es mi tiempo y que lo estoy dejando escapar…

De esta manera espero ser indultado, que los jueces de la burla, dicten la sentencia y me absuelvan de todos los cargos por los que me encerraron en la celda del hazmerreír, donde siempre se estuvieron explayando retrospectiva y drásticamente, hasta recordarme y plasmarme en la cara, los precedentes de mi última acusación. Si de verdad fuera indeciso, no hubiese sido capaz de tomar esta decisión, hubiese vacilado al momento de enfrentarme a mi familia; pero la confianza con la que me he propuesto perseguir mi sueño me da la seguridad de saber dudar antes de dar un paso, para que sea el adecuado y no me desvíe del camino que me llevará a la meta que me he trazado.
Esperando ser absuelto, firma el escribidor.

jueves, 17 de julio de 2008

El escritor que quiero ser

Ahora creo que ya nada me va a salvar. Tal vez no sea cierto eso de que hay tiempo para todo. Me estoy quedando varado en el desencanto y la decepción cada vez que mi alegría encuentra (obligada) su razón de ser en horas derrochadas, en lugares en los que realmente no desee estar. Para mi ser exterior o al que todos conocen, mi felicidad es la literatura, mi nueva familia, el fútbol, las películas, escribir; pero para mi ser interior, al que obviamente nadie conoce, a ese nada lo complace y me tiene nervioso, intranquilo y enojado conmigo mismo.
Quisiera compartirlo para ver si así lo tranquilizo un poco, exorcizarlo con este método que adopté de no me acuerdo quien. Ahora son tantos a los que quiero alcanzar, igualar y superar que el método para lograrlo, alguno de ellos mismos me lo debe de haber dado, de seguro Varguitas, mi mentor más cercano. Queda subscrita mi admiración por él y la recomendación formal de este método infalible. Estoy seguro que al final de estas líneas alcanzaré la seguridad que necesito, hasta que de nuevo recaiga y vuelva a aporrear mi teclado de escribidor digital, escritor de quinta, escribidor pobre, se me ha dicho tantas cosas, que creo que mi inseguridad radica en mi necesidad primaria de callarle la boca a mis propios amigos que se olvidan que soy resentido, que soy El Picón.
Este es mi gran problema, el que no puedo resolver o al que no puedo llegar. Debo aceptar que soy un neurótico entonces, si es que así son, todos aquellos que tienen problemas consigo mismo. Espero al menos no encabezar la lista nacional. La inmadurez que acompaña mi ideal corrupto, el candor que robé de la tierra que jamás debí pisar y que ahora pareciera que la nostalgia se encarnizara a propósito para hacerlo perder su encanto en mí, me hace desear irme sin alejarme, me hace odiar y amar, enfermarme y convalecer, pero sé que es imposible y entonces deseo alejarme sin irme, son dos mundos diferentes al que puedo llegar pero desviándome de mi derrotero.
Y yo me pregunto ¿qué es lo que le da vida a mi vida? ¿una emoción o un anhelo?; ¿una creencia o una consigna?; ¿el placer o la pasión?, ¿el deber o el amor?. Pido perdón al espíritu de William Faulkner si me escucha escribir esto. Ahora estoy siendo un escritor de inspiración, siento que he faltado a una norma suya, pero creo que a la inspiración no se le puede soslayar, es inevitable querido maestro, además algo de la brillante retórica suya me la contagiaron los que lo leyeron y estudiaron y a los que yo ahora leo y estudio, así que sólo vale escribir rezando que tengan ganas de leerme. Pasó su tiempo maestro de mis maestros, (aunque el suyo siempre vuelve como la luz de agosto) ahora yo lucho con el mío.
Sé que muchos están escribiendo, mi mentor más cercano lo sigue haciendo y me alegra, él espera que su corazón siga latiendo por cinco años más, para que pueda terminar otra novela. Y yo apenas tengo esbozado fiel a su estilo, apenas trece cuentos, uno terminado y otro por terminar. A este lo he dejado de lado un momento porque la desconfianza entró de nuevo a acaparar todos mis pensamientos. Entra a modo de dolor de cabeza. Me he imaginado dando una entrevista, explicando la estructura de mi primer cuento a alguien que me cuestiona con buenos argumentos. Le explico cómo es que elegí a ese narrador y a regañadientes voy convenciéndolo. Le explico que he inventado mi propia teoría, la del anticuento y me doy cuenta luego de que estoy tratando de convencerme a mí mismo, de que lo que estoy haciendo sí tiene sustento. Y pienso que los escritores necesitamos (vaya me he incluido) que alguien nos diga que lo que estamos haciendo está bien, que tenemos futuro, y creo que eso es lo que a mí me hace falta.
Mis amigos los del boom compartían sus arrebatos. En mi entorno no tengo a nadie con quien compartir, o tal vez soy completamente desconfiado. La inspiración acaba de írseme, pero sé que regresará para darle cierre a este monólogo, ahora escribo desde mis experiencias. Le decía a mi entrevistador que mis inicios como escritor radican en las lecturas de los autores de aquellos cuentos que me cautivaron en mi adolescencia, y que aprendí más cuando empecé a leer sus vivencias, las que ellos mismos nos cuentan en artículos o en entrevistas, donde comparten con nosotros sus logros y derrotas y la manera como fueron aprendiendo.
Y así he ido avanzando yo también, sé del cuidado que ponen muchos en la forma, la que tampoco debe ser muy tosca, pero hay algo en lo que sí no estoy de acuerdo: muchos aseguran que el tema nunca lo eligen, parten siempre de una experiencia o de algún hecho que escucharon para después dejar volar su imaginación, dándole paso de esta manera a la ficción. Cuando yo me enteré de esto, como lector sufrí una decepción, porque supuse que muchos de los cuentos que había leído no eran reales, que jamás habían sucedido en la vida real, que esos finales habían sido producto de la obediencia de una pluma inerte, incluso ya podía imaginarme la parte del cuento que había sido inventada. Por eso como escritor y para respeto de los lectores me propuse escribir historia reales, contradiciendo el concepto actual de cuento, todo tal como sucediera, no siendo demasiado formal ni demasiado descuidado tampoco. Y así, recién apenas tenga escrito dos anticuentos, sé que cuando lo lean y sepan que todo ha sido un hecho de la vida real, sentirán que de verdad han aprendido algo más, porque así lo ha establecido la experiencia de alguien, tal vez la mía o tal vez la de algún conocido, o de alguien que yo haya escuchado o escudriñado.
Eso sí, cuando tenga que recurrir al método tradicional daré una advertencia. Por ahora sólo busco como ostentar lo real de mis fantasías. Ahora debo sincerarme y decir que lo que tengo es miedo a la derrota y que la apaño con muchas excusas, como que el medio no atrae, o que todo lo hace mal y al revés, o las obligaciones que me condenarían si no las cumplo y que me quitan tiempo, por eso creo que si no logro imponer mis ideas, si la crítica no acepta mi teoría, voy a hacerlo también todo mal, me corromperé como ellos pero al estilo de un artista, al estilo de un loco escritor: justificaría mis triunfos, me jactaría de mis errores, replicaría la razón y la verdad, le guardaría rencor a todo lo bueno que ha dado esta necia vida. Y es que con el pasado en el presente y el futuro como una incertidumbre puedo sentir que el mundo da vueltas, y que no existe gravedad para esta mente perversa que empieza a volar hasta lograr exaltar algo bueno en mí mismo, y lo único que encuentra es mi deseo profundo de ser escritor. Entonces nace la idea, los bosquejos y los primeros párrafos de unos cuentos que cuando los termine me sentiré contento y entusiasmado de haber dado el verdadero primer paso, he aquí entonces donde expiran mis miedos y mis dudas de manera formal. Les digo adiós.

Y como le dije de manera tajante y sin pensarlo hace poco a mi fiel compañera cuando me preguntó qué haría yo si no cumplo mi sueño de ser escritor: “no cabe respuesta en tu pregunta amor, estoy demasiado confiado y más en estos días en que he tenido tiempo y he empezado a escribir, se que lo lograré, espero sea a corto plazo, pero llegaré a ser el escritor que quiero ser”

jueves, 26 de junio de 2008

Vida y juego

Debo poner sobre aviso, antes de compartir un conocimiento que he adquirido de acuerdo a una aleccionadora experiencia, que de lo que voy a hablar es única y exclusivamente de fútbol, así que a todas las mujeres que en este preciso instante han chasqueado los dientes de manera quejumbrosa y están a punto de buscar algo más interesante que leer, después no se quejen de la falta de igualdad de género que persiste en nuestra sociedad y háganme ver con sus comentarios que es sólo un prejuicio mío y de muchos, aquello que dicen de las mujeres, que el fútbol les aburre y peor aún tener que leerlo; y que estoy totalmente equivocado al dirigir este texto sólo para varones.
Cuando uno descubre que tiene talento para algo, su vida se convierte en un sueño, sus días se llenan de ilusiones, su corazón late al ritmo de sus ímpetus y sus pensamientos giran alrededor de una meta. En esa lucha constante por alcanzar sus ideales, en esa búsqueda obstinada por encontrar su derrotero, en esa maniática y espiritual traslación de sus utopías a meras realidades, a veces se es diferente a los demás, y se es absoluta y estúpidamente feliz. Pero el día, después de varios otoños, en que las plataformas deportivas (no los estadios con los que soñaste) se llenan de grillos y caqueros y reflexionas sobre cuál fue tu error (o tu mala suerte) que te ha llevado a estar ahí de pie, sólo, fracasado, comparándote con uno de esos bichos raros por lo desubicado que pareces estar, sólo te queda compartir tus penas y decides, con el brío que aún te queda por la satisfacción de haber siquiera intentado, que el sueño que tuviste un día de ser futbolista, te enseñó con varios fracasos que uno no nace sabiendo y que el don innato que uno cree tener es sólo una pequeña parte de lo mucho que nos falta por aprender, la pieza clave de un rompecabezas que nadie nos ayudó – tampoco buscamos- a armar.

Con tus metas, ideales e ilusiones, sin su partida de defunción correspondiente y el recuerdo latente de unos goles que acabas de hacer pero que de nada sirvieron porque volviste a incurrir, no en el mismo error de siempre, sino en uno nuevo, te demuestran que un partido de fulbito, se pierde y se gana por varias razones, lo que hasta el día de hoy te ha llevado a enumerarlas y a llevarlas siempre como preceptos antes de empezar un nuevo juego. Sin embargo, uno nunca termina de aprender, incluso para afrontar un simple y a la vez complejo partido de fulbito, algún nuevo conocimiento llega, y hay que tener el coraje de aceptarlo y de no renegar por el modo en que lo hace: a modo de errores, y es que así es la vida y el juego, de los errores se aprende, y hay que tenerlos siempre muy presentes para no volverlos a cometer, eliminando de nuestras mentes esa idea pesimista de que ya es demasiado tarde.

Lo que me empuja al campo de juego es un deseo de competencia, me emociona saber que voy a ser partícipe de un gran partido de fútbol, saber que quienes tengo al frente prometen una gran contienda, una demostración e intercambio de talento, de garra, de deseos de divertirse. Y es que el fútbol es una pasión de la que yo nunca voy a poder renunciar, sé que si ahora mismo - 1 y 30 de la madrugada - viniesen a buscarme para ir a jugar, rápidamente me cambiaría y entusiasmado dejaría lo que esté haciendo - no interesa lo importante que sea - para ir a buscar aquel balón que entre mis pies, me hagan sentir el placer de poder dominarlo y patearlo de la mejor manera. Hacer goles que ayuden a sumar una victoria es de lo más reconfortante, se celebran en el momento con orgullo y con mayor goce al final de un encuentro victorioso. Pero cuando te aqueja una sequía de goles, cuando no encuentras la ecuanimidad para hacerte de una posición estable y ordenada, cuando una inoportuna e inútil efusividad te descontrola, de tu mente desaparece todo aquello que con lágrimas aceptaste, los cánones que - con derrotas y el transcurrir de los años sin verte vestido con el uniforme del equipo en el que un día soñaste y te prometiste jugar - te impusiste en vano. Ahora bien, sólo queda afrontar cada juego, evitando derrotas que te recuerden que tú a punta de autogoles emocionales, hace años, te derrotaste a ti mismo.

Y queda también, porque la gloria existe, la alegría de aceptar cada invitación a jugar, la desespera por que llegue el día de un campeonato estudiantil, la algarabía personal de volver a hacer goles, de dar buenos pases, de burlar al contrincante con llevadas prolíficas, inventando dribleos y amagues, que aunque no son los mismos con los que en secundaria asombraste a un profesor de educación física, el sudor empapando tus ropas improvisadas, te impregna de innata efervescencia y te recuerda que no importa el año y el mes en que naciste - el que no te permitió integrar a esa selección de colegio - porque ahora, integras una nueva cada día, y con disciplina y devoción, te propones defenderla como si representaras al país que te vio nacer, al que tanto amas y del que estás orgulloso.

La lógica que se dice no hay en el fútbol la experimento yo cada vez que le doy vuelta al marcador de mi pasada derrota en el partido de mi vida, no cumplí mi sueño de ser futbolista profesional, se me acabó el tiempo, pero seguí jugando y demostrándome a mí mismo que los fauls de cada día puedo soportarlos, puedo volver a levantarme y seguir dedicándome a lo que más me gusta, aproveché la oportunidad y le hice un contragolpe a mi destino, el cual parecía estar urdido con ambivalencia, porque por momentos me hacía odiar lo que más amaba, pensaba que mi casi apergaminada complexión era un obstáculo más, que yo nunca fui lo que pensé ser, que el fútbol no era para mí, pero la verdad es que nunca lo intenté, esperé que vengan a tocarme la puerta - la que yo jamás abrí para salir a buscar, para probarme - y el día que lo hicieron resulté ser muy bueno para los entrenamientos, pero malo para jugar, había aceptado una invitación a aprender, me llevaron de la manito desde mi posición de delantero, explicándome con paciencia que lo yo tenía que hacer era la diagonal ¡así!, partiendo en el momento del pase - casi inspirándolo - delante de la línea defensiva, para no caer en la posición adelantada, elucubrando de esa manera una jugada que se concrete en gol. Pero cuando abrí los ojos, y descubrí lo difícil que es ser delantero, que es ser volante, bax central o lateral derecho e izquierdo, me resultó inútil admirarme del fútbol verdadero, del que se ve desde la misma cancha, no desde un televisor, desde donde yo nunca me pregunté por qué 3 árbitros, para que tanto juez de línea. Mi partido de prueba, fue eso, sólo de aprendizaje y aunque aprendí la lección salí jalado, cuando ya sabía lo que tenía que hacer era demasiado tarde, no me tomaron en cuenta para una lista que aunque humilde me hubiese gustado pertenecer; llegaron las indumentarias y para mí no hubo ninguna; se jugaron partidos amistosos antes del campeonato y aunque si llegué a jugar uno – pero por ausencia de jugadores – la cancha me quedó grande, el sol me abrumó, el viento me coartó y mi única y acaparadora jugada fue demasiado generosa, ¡…patea al arco!, después que mi pase sobrara a un compañero, y luego desaparecí y perdimos 3 – 0. Después, sin decir nada falté y nadie lo notó, y cuando me vieron por ahí, nadie me preguntó; sin embargo, ahora hay veces en que tengo la oportunidad todavía de hacerles recordar la razón por la que me invitaron a jugar, cuando me los encuentro en un partido de fulbito.

Y es ahí donde sigo aprendiendo y al mismo tiempo gozando, no hay reglas que seguir excepto las mías, si soy defensa no tengo miedo de habilitar a un rival deshilvanando nuestra línea defensiva; si soy volante – dependiendo del tipo que sea – no me preocupo por regalar el balón con desacertados centros metidos; y si soy delantero pues sólo me preocupo por hacer buenos goles, a veces incluso haciendo la susodicha diagonal - recibiendo el pase después de cruzarme detrás del defensa. Y hay veces en que me sorprendo de mí mismo; de cómo puedo lograr ese grado de concentración y contagiarlo a los demás, porque estar en el campo es eso, entrar en un mundo donde no vale dormirse. Nuestra visión debe acaparar cada posición de juego, para que así no tengan cabida las comparaciones que hagas con el otro equipo, que puede contar con jugadores que tú ya los conoces porque los has enfrentado y sabes que son habilidosos - lo que te hace sopesar la distancia que los separa de un triunfo y los acerca de repente más a una derrota - porque al final puedes verte contento con tus amigos, recibiendo la apuesta de una gran victoria, tomando un par de cervezas y pisando los grillos que interrumpen tu alegría.

Los chicos de arriba (I)

Muchas veces nosotros hemos sido tildados así, "los chicos de arriba", y siempre por parte de las chicas de abajo, mujeres físicamente ordinarias (salvo excepciones amorfas) y mentalmente despampanantes, compañeras de clase que ante nuestros ojos civilizados formaron grupos salvajes. Creo que ya habíamos visto mujeres feas alguna vez, pero esto era el colmo, concordábamos en que aquellas tenían al menos algo con que defenderse y aún así, eran calificadas como feas, pero nuestras compañeras eran insondables, no cabía en ellas ni el calificativo “buena gente”. Hubo un compañero que las llamó con la ira de su frustración, inhumanas.

Y es que desde el primer momento en que entramos a nuestro salón de clases, nos abordó un asombro tan cercano a la inverosimilitud que muchos de nosotros dimos un paso atrás. “No, esta no es mi aula” “A mí me dijeron que las chicas de comunicación eran bonitas”. Pero después de dar varias vueltas, revisar guías de matrícula, verificar otras aulas y reconocer rostros de pre, sólo nos quedó resignarnos a la realidad, que equivaldría a cinco años de sufrimiento óptico y por qué no decirlo acústico, terminaríamos talvez con cáncer a la vista.

Lastimosamente esta mala suerte recrudeció, prolongándose inclusive hasta lo académico. Se fueron suscitando una retahíla de desilusiones; al tercer día nomás, cachimbos nosotros, tuvimos que soportar a un grupo de alumnos agitadores que con una verba demagoga y una determinación irascible se habían dado la libertad de tomar “La Pedro” ante miles de alumnos que veníamos en camino y que tuvimos que quedarnos afuera, viendo como nos exponían y escupían sus razones para dejarnos ahí parados. Sin embargo, después, con el transcurrir de los años en aulas nada equipadas, fuimos entendiendo el por qué de esa manera de pedir, y es que era necesario gritar para ser escuchado.

Alumnos de la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo o “Peter Ruiz Quiquiriquí” como diría un canoso profesor de Química, que me enseñó en la Pre y al cual nadie de mi aula escuchaba ni entendía, sólo una caserita postulante que se sentaba en la primera fila y que aparentaba ser muy inteligente, pero que después al ingresar – y continuar sentándose adelante o abajo (ante nuestra vista) - resultó ser la protagonista y única dueña de los más grandes y estúpidos exabruptos del salón. Con ello fue ganándose un lugar en nuestras respetables conversaciones en honor de “las chicas de abajo”. La Chuchi, como le decíamos –al no poder evitar compararla con la ex congresista limeña- pasó a pertenecer al grupo de las feas y no por fea, sino por sus feas burradas.

Pero estábamos ahí para aprender y nuestra primera lección fue todo lo concerniente a tolerancia. Había que compartir carpetas, descubrir el significado de compañerismo y respetar opiniones al mismo tiempo que nos tragábamos nuestra discriminadora desilusión con una sincera hipocresía, pues aunque les brindábamos un trato afable, después descargábamos contra ellas todo tipo de verdades a sus espaldas; burlas que nos envolvían en un momento jocoso en donde ellas eran las verdaderas protagonistas a pesar de estar ausentes. En esos momentos parecía que la chicha – nuestra bebida temporalmente típica - se volvía más amarga en nuestros labios cada vez que las mentábamos y se volvía más dulce cuando las describíamos, nos hacía pasar mejor el rato. Y sabemos que a ellas les pasaba lo mismo, supimos luego de la existencia de un casset donde grabaron rajes cada una de ellas, de cada uno de nosotros, fiel a su estilo y al nuestro.


Sin embargo, con el pasar de los años y de los ciclos nos acostumbramos a ellas, aprendimos inclusive a quererlas sin ramalazos de disimulada falsedad, y algunas de las que es crueldad involucrarlas en esta generalizada resaca, se convirtieron en nuestras amigas. Grandes compañeras en celebraciones y comprensivas en los trabajos grupales. Y quienes hemos tenido la oportunidad o la estupidez de poder compararlas en otras aulas – a donde nos llevaba nuestra escasa responsabilidad académica - sabemos que, como cada una de ellas no hay ninguna, inigualables en lo que hacían y hacen, feas sólo para nuestros ciegos y prejuiciosos ojos. Y que entre las chanconas y las estudiosas, las que estaban a la altura de responder una pregunta específica y las que estaban a la altura de entrar en un complicado debate, estábamos nosotros que aunque nunca sobones como algunas, llevábamos nuestra vida aparte, donde muchas veces las invitábamos a pasar.

domingo, 15 de junio de 2008

¡Feliz día papá!

Aunque no soñé esta vida
y la vida que di;
aunque esconda mi tristeza
y festeje cada pasito que da;
aunque busque culpables de los días que malgasto
y encuentre rasgos de mí en él y de él en mí;
aunque maldiga lo imperecedero de mis pecados,
y no me permitan amarlo tanto:
¡Feliz día a mi mismo!
aunque sé que no lo tendré...

Aunque no merezcas que aún
queden huellas de ti en mí;
aunque para hablarme cambies tu voz desdeñosa
con que al teléfono menosprecias a mi madre;
aunque vivas sólo en fotos y en el recuerdo
de cada quincena que tarda en venir;
aunque tenga inseguridades,
de las que siempre te nombro culpable;
¡Feliz día papá!
espero que tú si lo tengas...

martes, 20 de mayo de 2008

Fetichismo literario


Después de haber permanecido varias horas de interminables días frente a un libro abierto, leyéndolo acompañado de un lápiz para subrayar arrobadamente casi todo sus párrafos y rayarlo con pequeños resúmenes que sólo yo entiendo; y cuando ya estoy en el último capítulo y veo que me faltan apenas unas cuantas hojas para terminarlo y descubrir con que desenlace esperado o inesperado se le dio punto final, siento como si se estuviera inmolando por mí. Va consumando en cada una de sus palabras leídas y releídas instantáneamente por mis ojos extasiados, una razón significativa para finalmente cerrarlo y guardarlo con las pruebas explícitas de haber pasado por mis manos: las marcas inhumanas de lápiz; o todavía dejarlo abierto en mi rincón favorito para continuar dándole un uso caprichoso y tal vez insensato: transcribir en pequeñas fichas de cualquier papel reciclado por ahí, todos aquellos párrafos en donde una idea maravillosamente concebida mediante un estilo influyente y subyugante me cautivó y embelesó.

He adquirido tan mala costumbre o quizás mi admiración es tan irreversible que he llegado a pensar que algo bueno o algo malo pueda estar auto-generándome, permanecer con una novela más de un mes leyéndola y tratar de justificar esta manía casi compulsiva de leer dos veces un mismo párrafo para poder subrayarlo matando el miedo de estar perdiéndome de algo bueno, llamándolo relectura, es en definitiva - y comprendo el notorio rechazo de mis amigos - un mal que de acuerdo al diagnóstico histriónico de uno de ellos: que al querer disfrutar de cada párrafo, de cada oración, de cada palabra lo mío pueda ser un incurable fetichismo literario e intelectual.

Recordar que el tiempo obligatoriamente malgastado en actividades realizadas de mala gana - que en su mayoría llevan una carga de trivialidad y modorra - puedo resarcirlo a modo de desagravio más tarde cuando por fin consigo reunirme a solas, física y espiritualmente, con una obra literaria que me teletransporta de este mundo aburrido, monótono y mal hecho a un mundo sublevado e idealizado, es una alegría que además de dibujarme una sonrisa espontánea en el rostro - de esas que denotan el solitario recuerdo de una travesura - me alienta a continuar sin desanimarme de la concupiscencia que a mi alrededor borbotea, me da el antídoto para que los somníferos mediáticos no hagan efecto en mí y me recuerda de la manera más admirable y apabullante posible que el sueño que me tracé un día y del que poco a poco percibo visos en mí, es la verdadera razón de mi existir, me convence que no hay motor más fuerte que mis propias ganar de hacerlo y que no hay combustible más potente que el de mi insoslayable vocación.

Buen o mal lector, desde el día que empecé a serlo ya celaba - ¡y de qué manera! - los encantamientos que servirían para el sueño que un día iba a tener. Creo que algo así como una parte futurista de mi ser, llegaba a parapetar mis propias e intrínsecas ilusiones, haciéndome arrancar sin compasión los dibujos de los libros que mi padre - con una voluntad de la que hoy tengo acertadas mis sospechas - adquiría para atiborrar su biblioteca y a la vez su pasión por la literatura. Todas los libros que con tanto empeño y talvez con algo de vocación literaria fueron adquiridos por mi padre y que coparon nuestra hoy convaleciente biblioteca familiar, nos sirvieron para poder sobrevivir en tiempos de austeridad, los cuales llegaron al mismo tiempo que llegó su alevosa e inmortal partida. Dos, de los tantos olvidados libros que mi madre y mi hermana vendieron para poder llevar a la mesa algo de comer mientras encontraban algún trabajo que nos permitiera cambiar el menú diario de arroz con plátano frito, se salvaron gracias a mi premonitoria travesura de cortar las figuras de muchas de sus páginas, así nadie los quiso comprar. Esos dos libros fueron más que suficientes para descubrir mi vocación, las lecturas que hice de ellos me sirvieron para descubrir un gusto, una adicción que hoy me da el placer de saber que algún día seré como ellos, el día que por fin me sienta listo para escribir un cuento igual de bueno como aquellos que encontré en Antología Peruana, compendio de cuentos peruanos de diversos autores y también como aquellos que descubrí en un libro al que siento le debo mucho: Los Jefes, Los Cachorros de Mario Vargas Llosa.
Creo que ese día ya está muy cerca, y así como cuando busqué maravillado las páginas de aquellos cuentos incompletos para poder terminarlos, de igual manera busco ahora como terminar mis propios cuentos y en Mario Vargas Llosa tengo al maestro que con orgullo llevo presente y de quien practico sus preceptos: No trato de imitar su manera de escribir, como él mismo nos aconseja con respecto a quienes nos han enseñado a amar la literatura, sino busco alcanzar la dedicación, disciplina y constancia que él tiene, he hecho mías sus convicciones. Se dice que nosotros debemos ser parricidas con los escritores que admiramos, pero creo que yo ya he leído más de 4 veces “Día Domingo”, he comprado libros de William Faulkner y de Gustavo Flaubert, cuando aún no termino de despertar de ese sueño hipnotizador llamado “La Guerra del fin del mundo” y no termino de prepararme para el día que tenga que leer de corrido y ¡sin subrayar! “La Casa Verde”. Me imagino al maestro, escribiendo como lo hacía y lo hace, imponiéndose ocho horas de trabajo pero al modo de un obrero, renunciando a diversiones, preocupándose por nuestro tiempo. Pocas veces me ha pasado que echado en mi cama apunto de quedarme dormido, empiezo a escribir en mi mente todo aquello que pienso, aporreando un teclado imaginario, y estoy seguro que a él y a muchos de sus coetáneos les sucedía lo mismo cuando le dedicaban las horas que su convicción y su amor por la literatura les dictaba, pero a diferencia mía todos los días. Tengo la esperanza de que pueda hacer lo mismo cuando me dedique sólo a escribir, falta poco para hacerlo, y de todas maneras lo haré así nadie me comprenda, cuatro años en la Universidad no van haber sido en vano, al fin y al cabo ingresé a estudiar periodismo también por él, también por ellos, sus biografías me lo dijeron.

viernes, 2 de mayo de 2008

Detrás de un disfráz

En nuestra plaza de armas, se dan cita, cientos de chiclayanos que ante un bonito paisaje, amplias bancas y un ambiente agradable, no pueden dejar de hacer una pausa a sus labores y sentarse a contemplar el legado histórico y cultural que circunda ante sus ojos: una hermosa catedral, bajo un cielo siempre despejado, que hace de sus habitantes, seres cálidos y amistosos. ¿Pero que más? Hoy con el palacio municipal derruido, sólo llama la atención decenas de centros comerciales a su alrededor, sin embargo rostros sonrientes y siempre atentos a un turista siguen catalogando a nuestra ciudad como la “capital de la amistad”. Casi todo el día es transitada nuestra plaza de armas; en ella miles de historias encuentran su principio y su final, citas, paseos, visitas, o sino una obligada caminata para cruzar la otra calle. Calles que son como los trazos que se esbozan para jugar un tres en línea, pero gigantes; y que en su interior guardan la obra de varias décadas de trabajo, inversiones y migraciones, que han elevado a nuestra ciudad a una categoría más alta. Más allá del plano turístico, la han situado en el vértice de una actividad fructífera, la educación y el comercio. Y es que más allá de los hermosos paisajes que la rodean, como en los distritos de Monsefú y Eten, y los atractivos que ofrecen sus cercanos valles agrícolas, el carácter festivo de sus pobladores siempre mantendrá a nuestra ciudad con ese garbo característico de humildad y modestia muy bien recompensados. Pero esta metrópoli fundamentalmente moderna que es nuestra ciudad, se ha convertido en un importante eje comercial del norte peruano, tanto, que ha traspasado los planos de la legalidad, volviéndose ambulatoria en la voluntad desmesurada de gente necesitada, que sólo busca un pan para sus hijos, tal vez analfabeto o con alguna costosa enfermedad, la cual irá a formar parte de documentos estadísticos que catalogarán a nuestro país con un adjetivo que es verdadero epíteto de nuestros oscuros gobernantes.
Centros comerciales que sólo se veían en publicidades limeñas y que ahora vienen a acaparar nuestra desbordada ciudad son lo que la han ido transformando en una sociedad de consumo, y lamentablemente siempre de la mano de los medios de comunicación imposibles de sobrevivir sin el auspicio de estas empresas de capital extranjero. Y de esto se desprende la verdadera realidad de nuestra ciudad que parece crecer, pero no es así, ha sido mal calificada, pues sólo crece en infraestructura y en índices de problemas. Ni en el ámbito educativo hay mucho que decir, poco hacen por el pueblo las facultades de las tantas universidades que siguen llegando y creciendo, no hay proyección social en ellas; hay analfabetismo y muchas facultades de educación, hay enfermedad y muchas facultades de medicina, hay pobreza extrema, contaminación, corrupción, delincuencia, pandillaje y muchas facultades más.
Y usted no tiene que irse a los mismos asentamientos humanos para ser testigo de ello; no debe visitar hospitales públicos para presenciar la falta de solidaridad, la omisión; no debe transitar por calles peligrosas para ser víctima de aquello; basta con sentarse en una banca de nuestra preludiada plaza de armas y abrir bien los ojos. Niños de hasta 5 años y de noche vendiendo caramelos o pidiendo limosna, (que de seguro son los mismos que limpian carros en el día), payasos tratando de ocultar su infelicidad y su virilidad detrás de un disfraz que difícilmente haga reír pero que los obliga actuar como tales, como amantes o como homosexuales; zapateros que se han convertido en una verdadera amenaza, pues después de un trato y pacto cortés, hacen su trabajo con un parsimonioso y delicado esmero, que debería parecerles sospechoso, pues al terminar, cobran más de la cuenta y si no se les paga lo que piden, amenazan con arrojarles tinte en la ropa. ¿Lustrada caballero?, ¿lustrada señorita? así piden a los transeúntes, de buenas maneras y si los ignoran ¡lustrada ps monstra!, ¡lustrada ps misio!. Previamente hay que responderles no gracias, sino después debemos soportarlos. Y es que una vez terminada la jornada y sumado todo lo obtenido en su embaucador trabajo, no van a sus casas a comportarse como maridos y padres ejemplares, sino, a los bares y cámaras de gas de la zona, a restarle menos años a sus deplorables y desgraciadas vidas. Pero no todos por supuesto, son muchos los factores que injustamente han puesto en el centro del problema a una parte de esa minoría que tiene que vivir pagando las consecuencias del sistema emponzoñado.
En síntesis podemos ver que en un sólo parque o en todo el centro de una ciudad, también se pueden contemplar los problemas de un país entero, es necesario entonces una reforma que venga desde la iniciativa de peruanos honestos, que quieran ver a su país en progreso, no de sujetos que asocien la política con la bribonada y que empobrezcan más al país robando desde el gobierno. Tampoco de inescrupulosos que quieran aprovecharse de un puesto público para enriquecerse, hacer esto en un país pobre es imperdonable.
De igual manera, quienes trabajen en los medios de comunicación, el papel de ellos es fiscalizador, de hacer lo contrario estarían siendo cómplices, y esto viene a ser peor que el mismo delito.
Siempre que llegan nuevas etapas en nuestra política o en el gobierno se tienen muchas esperanzas de que el país cambie, se supere, o al menos mejore algo y que sea notorio, pero al final siempre se cometen los mismos errores, y se descubren siempre las mismas irregularidades. ¿En que momento se corrompe la gente?, ¿cuando es que las ambiciones aplastan los principios de las personas, y desaparecen los valores morales?
Cuando este momento llega, el círculo vicioso en el que estamos atrapados todos los peruanos, se prolonga en todos los ámbitos, haciendo inconcebible nuestra situación, de la que parece que nunca fuéramos a salir.

jueves, 1 de mayo de 2008

Ingratitud bienvenida

Ver a alguien que conociste hace mucho tiempo, caminando por ahí, deambulando como un sonámbulo perdido, que sueña despierto coincidentemente lo mismo que tú, y que puedes descubrirlo fácilmente porque algo raro en él, o algo muy intrínseco en él te recuerdan paradójicamente a ti mismo, es sentir algo así como la emoción de una ingratitud bienvenida, pero ¿por qué?.
Cuando lo vi en aulas, no llevaba mochila, sólo traía en sus manos dos libros, uno de cubierta negra y el otro una revista muy llamativa por el color fosforescente de su carátula, para mí muy conocida a pesar de haber tenido en mis manos un solo ejemplar, pero que para mi gusto exquisito quede conforme. (Y pude confirmar también lo que se dice de ella).
Había leído artículos en periódicos y blogs y escuchado algunos comentarios de la excelente línea de trabajo de “Etiqueta Negra” y ver un ejemplar en sus manos era adivinar porque todo este tiempo se le había visto tan despreocupado y displicente con respecto a la carrera y entender porque llevaba tantos cursos atrasados. Venía atravesando por lo mismo que todos nosotros - los amantes del arte en el aula - en la lucha por no ver morir nuestra vocación artística: descuidabamos con un mínimo de remordimiento e impotencia pero con total razón, creo yo, nuestros estudios.
Y yo que pensaba que él aún andaba aspirando pertenecer al partido socialista del Perú y que aún despotricaba anacrónicamente encomios al Che. Pero así como este viejo amigo, que a cualquier lado lleva consigo herramientas paradigmáticas - para que cuando la pérdida de tiempo lo atrape en momentos en que todo le parece un estorbo, prefiera darles vuelta y sacarle todo el provecho posible haciendo uso de ellas - nosotros también, aunque no al extremo de lucirlas de manera solitaria bajo el brazo como si fueran un símbolo de representatividad en una guerra de émulos, en una carrera de quien logra llegar primero a la meta – de quien es el primero en llegar a ser, lo que siempre deseó ser.
En ese sentido, a mí antes que nada me gustaría ser como él, de una vocación tan férrea que me haga despreocuparme de todo aquello que me limita, no importa si son mis propios estudios, poder ignorar con desdén los vericuetos de una currícula decimonónica y forjar con tranquilidad mi carrera hacia el éxito. Es de admirar porque no sólo transmite seguridad y confianza en sí mismo por lo que hace, sino porque a cada momento lo manifiesta con valentía, sin miedo a perjudicarse en su vida diaria, porque el amor por su arte y sus sueños es tan fuerte que todo lo demás le sobra, y de ellos jamás puede prescindir, a todos lados los lleva siempre consigo.
Y si hablamos de estorbos, para él la universidad entera, desde hace ya mucho tiempo le parece uno. Decepcionado como tantos de la facultad y de la escuela de comunicación, busca un consuelo en buena literatura, y el periodismo lo lleva como un anhelo de alumno desaprovechado, que sabe invertir en él sin egoísmo. Enterarme que tiene más de 10 ejemplares de EN que con su propia plata los ha adquirido y que los ha gozado con lecturas acuciosas, es comprender, de acuerdo a lo que nosotros mismos hacemos con ilusión - cuando yo por ejemplo salgo a la calle en búsqueda de obras literarias originales, aquellas que les sirvieron de base a los escritores que admiro; o cuando mi amigo el histrión gasta sus ahorros para viajar a Lima o a provincias a los talleres o encuentros de teatro, sin importarle que sea fin de ciclo, o cuando se compra obras contemporáneas de dramaturgia, o cuando se gasta la tinta de su impresora y papeles para imprimir tragedias, comedias o dramas de autores clásicos, aquellos que muchos en Secundaria sólo leíamos en resumen; o cuando mi amigo el músico gasta lo que con dolor no despilfarra en cerveza y se compra accesorios para armar su propio estudio musical y grabar él mismo sus propias canciones de las que ya va cuatro, y que en búsqueda de un baterista y de un vocalista continúa en la lucha - que no estamos solos en este mundo incomprensivo, que no somos los únicos que renegamos de no poder dedicarnos sólo a lo que nos gusta.
Y aunque, venir a enterarme a estas instancias de que compartimos los mismos sueños, a pesar de que fuimos compañeros y amigos en el centro pre - cuando en esos tiempos yo estaba más cercano a ingresar y así sucedió, cuando mis arrebatos de poeta inspirados por una fémina que aún me recuerda lo doloroso que es ser estúpidamente quedado los compartía con él y le preguntaba su opinión antes de regalarlos y dedicarlos, - y nunca se atrevió a decírmelo, para mí no llega a ser más que un silencio de extrema reserva que ofendería al más confiado de los que cree tener amigos, que ofendería incluso también a un misántropo, de esos que no considera a nadie su amigo, pero sé que hasta uno de ellos comprendería razones: es una alegría, porque en la despedida fugaz de quienes estudian la misma carrera pero que cursan ciclos diferentes, queda la promesa de una nueva conversación que se prolongue en más y más conversaciones en donde el entendimiento y el intercambio de gustos, preferencias, afinidades e ideas, hagan parecer una tertulia en donde más adelante, cuando los sueños estén ya cumplidos - escritor y periodista - se cuente de ellas como las generadoras y culpables de dos grandes artistas, revolucionarios de la comunicación y sobre todo de dos grandes amigos.

martes, 29 de abril de 2008

Clamor a Dios

Ante mi incapacidad para descifrar mis propias dudas en un plano tan personal y a la vez complejo como es el amor, sólo me queda dirigirme casi al extremo de ser clamoroso, a un ser divino que vive hipotéticamente en la fe sobreviviente de cada persona a pesar de tanto abandono; y dentro de mí, literalmente, en una fe recientemente agonizante, porque siento que van muriéndose mis esperanzas de alcanzar la felicidad. La luz de unos ojos hermosos que me acompañan desde hace mucho tiempo, se va haciendo mortecina en mi corazón y un reciente destello magnético está manipulando desde mi mente todos mis actos, a tal punto de que giren alrededor de mis miedos y mis ganas a seguir pecando. Por eso, si todavía existe un perdón para esta clase de pecado que pareciera inevitable e incontinente, si todavía no se ha ido aquel ser divino que en mi caso debería concedérmelo sin penitencia - porque, he aquí mi clamor, me dejó caer en la tentación, porque no me dio la facultad divina de amar a una sola persona, ese don necesario para ser capaz de vivir sin vicisitudes carnales, sin desasosiegos pasionales, en donde un impulso inmundo no recluya fácilmente una vida completa en momentos esporádicos - que me lo conceda sin reticencias, para poder calmar esta mente que es un bólido de arrepentimientos. No soy capaz de dirigirme directamente a Él para pedirle además del perdón, esto que a mi parecer es un don sobrenatural: el saber y poder ignorar la manzana del pecado; tampoco deseo ganármelo subrepticiamente, por eso lo estoy diciendo, tengo esta manera de exorcizar mis demonios, de lo contrario ya hubiese buscado otra forma de hacerme pagar todos mis errores, en donde la muerte no es una solución que haya podido escaparse de mis planes; es tan fuerte este sentimiento culpa que me da vergüenza admitirlo y confesárselo. Aunque algo en mí, me hace culparlo con insolencia. No soy perfecto y no sé si habrá alguien mejor que yo en este sentido - y si lo es no es heterodoxo - pero no sé como puede la debilidad ser tan ineludible, como puede ser capaz de doblegar nuestras promesas hasta desaparecerlas de la mente. No nos hizo fieles, nos hizo débiles, ¡maldita sea! ¿Por qué, si mi alegría siempre ha sido ella, ahora mismo me siento vacío y triste cuando te siento lejos de mí, cuando siento que me ignoras, cuando ya no sé como hablarte? ¿Por qué, si por ella sostengo muchas cosas, ahora mismo tengo ganas de descubrir tus pupilas mirándome y a la vez siento estas ansias contenidas al escuchar tu voz que ya no dice mi nombre? ¿Por qué, si a ella yo siento que la amo, ahora que ya no estás a mi lado te extraño y a la vez te odio por haberme acostumbrado a tu presencia? Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, ¿pero por qué si esto lo digo por ella y por eso la valoro, ahora mismo en que ya no estás aquí, siento que te extraño tanto como a ella?...

Que cosa tan aleccionadora fue… esto de no saber hacer bien las cosas, esto de ser descubierto y vivir pagando el precio tan caro, y además haber estado echándole la culpa a Dios como un sacrílego inepto, sin tener siquiera la valía de aceptar, que valores morales como la fidelidad y el respeto hacían tanta falta en uno mismo. La vida se libera de propensiones pecaminosas, cambian las promesas pero a la vez cambia la confianza - lo malo es que a veces hasta el punto de llegar a no creer en uno mismo – son tantos los reproches, el recuerdo de lo que hiciste, que te hace perder hasta tus derechos. Te vuelve incapaz de reclamar en situaciones que desapruebas pero que de todas maneras tienes que aceptar, te vuelve un marido ejemplar y envidiable, a pesar de que lo tuyo no fue adulterio, todo lo contrario, un amor epistolar en donde la última firma de despedida fue “con todo mi desprecio” y un nombre que 6 días a la semana se te es recordado. Y al final, cuando reflexionas, te parece todo una tontería y te sientes completamente ridículo, pero al fin y al cabo llegas a la conclusión de que todo pudo ser peor y que esto sirvió para darte cuenta de que pudiste sentirte más defraudado de ti mismo, más aún cuando vez que tienes la oportunidad de hacer que tus penas infantiles no se vuelvan a repetir en ese retoño ser que anhelas se sienta orgulloso de que seas su padre, te motiva entonces a perseguir tus sueños con disciplina, alimentando tu vocación, dándole utilidad a todo tu tiempo libre, hasta el extremo de sentir que todo lo que te impide a seguir avanzando es algo insoportable y deprimente, inclusive algunas amistades. Y entonces las promesas, ahora te las haces a ti mismo y ves como ese don sobrenatural por el que clamabas, se te es concedido pero desde tu propia convicción, así la persona que más ames ya no te crea. Y ves también como vuelves a tener una doble vida pero esta vez con tus seres queridos y con tu religión, que está, en lo que verdaderamente quieres llegar a ser, en los sueños que persigues con devoción.

lunes, 28 de abril de 2008

Todavía

Hoy que la tristeza desplaza mi alegría, tan fácil, como cuando el viento sopla fuerte y desaparece una hormiga, no sé por qué tengo la certeza de que el ayer no pasó por mi vida inerte. Aquel primer gran paso que me llevó hasta donde estoy y que consideré un logro, se prolongó vertiginosamente en andadas que a veces si no eran de cangrejo lo eran de discapacitado. Me llevó por un camino sin sorpresas, más bien con óbices, donde la desilusión parecía arrepentimiento y la voluntad enfermedad. Ser un autodidacta es una opción remota pero también tentadora cada vez que quiero mandar todo al diablo. Hoy, mis estudios de nada les servirían a esos maestros del eufemismo, a esos especialistas en el empirismo para ponerse frente a un micrófono y proferir insultos sin afirmar y despotricar vejámenes con vivaz presunción, como una forma de chantaje camuflado. Todo esto mientras que a mí me gritaban amarillo en las calles, cuando eran ellos los que hacían de mi carrera en inicios, un desprestigio generalizado. (Cruelmente hasta en los practicantes). Conocer “como funciona el negocio” no me ha enriquecido el conocimiento ni ha pervertido mis ideas, sólo ha empobrecido más mi ideal. Aunque debo decirlo, también ha arrebatado mis ganas, el total fiasco de esta realidad descubierta transformó mi talante ingenuo al de un individuo recién curado de ceguera pero que aún no sabe como conducirse.
Y siento que todavía toda mi vida es un “aunque”. No puedo encontrar el por qué de mi insatisfacción, sé que quiero mucho más pero no sé como lograrlo, el medio en el que estoy es como una playa sin olas, donde no hay nada que te inspire respeto y atención. Tantos proyectos, tantos sueños y no sé por donde empezar. Llevo ya varios días buscando ilusoriamente personajes de la realidad que puedan adecuarse a una historia entretenida, algo que lleve como título el nombre bonito de una persona, algo que encandile y atrape desde el principio hasta el final y sin embargo sólo encuentro uno: el mío, protagonista de una tragedia: el paso en vano de los días, de los meses, de los años. Esto me ha llevado a pensar que no soy capaz de hacer algo por y para mí, siempre mis motivos han sido por alguien más, y sé que entonces debería ahora mismo dedicarle a alguien esto que escribo, pero de todos a los que quiero, no se a quien, ni siquiera eso.
Y siento que todavía toda mi vida en un “no sé”. Tal vez me he cruzado con mucha gente estólida, tal vez así como yo, o quizá sea un iluso ya desquiciado, quizá lo que persigo es una utopía o talvez ella me persigue a mí. La tragedia que vive mi alma es ignorar la base de su tristeza, o a lo mejor la conoce, la tiene junto a ella pero no puede sentirla. Tal vez porque a veces, cuando este vehemente corazón es abordado por la melancolía, siente deseos de estrujarse y me hace doblar el pecho involuntariamente, me baja la mirada y después, me hace regresarla empañada en lágrimas que – he aquí el problema - no se como darles un por qué. Tal vez porque el recuerdo de un segundo hijo, de una familia hoy incompleta y apartada, que fui yo, me hace preguntarme en que momento dejé de serlo precisamente cuando estoy celebrando junto a mi nueva familia, en paz, en dicha. Igual digamos cuando estoy en guerra, en congoja y me pregunto en que momento se corrompieron todas esas personas que tienen una profesión en general y como la que yo tendré afortunada y desgraciadamente algún día, ¿Cuándo? ¿Por qué? Tal vez los motivos son extraoficiales, y a nadie le importa lo que se este generando. Tal vez ni a mÍ mismo me importa y en este instante me siento obligado a darle fin a este monólogo y sigo llenando la hoja con hipocresía.
Y siento que todavía toda mi vida es un “tal vez”. Tal vez me enamoré de la melancolía, (o tal vez reflejo lo que soy sin conocerme, aunque hay veces en que me encantaría desconocerme), para mí ella es como un rostro nuevo y hermoso en un lugar viejo y grotesco. Ser o no ser cuando la incompatibilidad de mis ganas con mi situación, me hace contemplar de cerca lo maravilloso que puede ser lo imposible, ser o no ser cuando las funestas consecuencias de una experiencia pasada me vaticinan para el futuro peores de las que aún están presentes y que parece, desgraciadamente, seguirán perennes. Ser o no ser cuando en mis párpados cerrados aparece una mirada que me dice lo mismo que yo me atreví a decir y que en su expresión dejó al corazón, la entrada a un camino excitante, tal vez esporádico, pero que ambas saben, nunca podrán recorrer. La poesía que fue para mí un inicio me gustaría que venga a darme también un final. Lo más importante en la vida de cada quién debería ser uno mismo, pero eso sería egoísmo, y en algunos casos crueldad. Se lo dejo al destino mis sacrificios, se lo dejo a mis nueve meses de espera mi tristeza, y si existe la suerte para personas como yo, le dejo el resto de mis días que todavía son como un río sin cauce. Porque muchas veces he sentido que mis pasos son para atrás (y ojalá me llevaran a un tiempo pasado el cual tal parece es cierto que siempre es el mejor) aunque aparentemente este avanzando. Creo que sólo son los años, ellos me llevan y espero no a la mediocridad.
Y siento que todavía toda mi vida es un “ojalá”. Ojalá no existiera la demora, siento que ella me atrapa en la duda, el día que llegue una verdadera felicitación, venida de alguien que la dignifique y no de alguien que la denigre con su reputación de pacharaco y holgazán como yo, veré que lo que he estado haciendo valió la pena y continuaré haciéndolo hasta que ya no reciba felicitaciones sino tiempo completo y atención, en ellos estará mi sueño alcanzado. Y ojala tampoco existiera la espera, siento que ella me atrapa en la angustia, el día que se acabe mi vulnerabilidad a las pupilas que me miran atentamente y prevalezca por fin la escurridiza confianza en mi mismo, sentiré que es posible hablar como escribo y que todas las pocas opiniones -pero estoy seguro acertadas- que me tragué, podrán ser bienvenidas en un mundo al cual ojalá pueda también cautivar y sino, seguiré con lo mío: Vivir con mis quebrantos y recaídas, con mis alegrías y victorias, con mis amistades que me extrañan y otras que me compadecen; con lo poco que me quedó de mi infancia, con lo mucho que me sobra en la distancia, con mis pecados en cercana penitencia, con los castigos que me merezco, con la voz aniñada de mi amada, con su sonrisa y sus gestos a lo lejos, y con lo más deseado y acaparador: en espera de su verdadero perdón, que todavía no llega.
Y siento que todavía toda mi vida es un “todavía”.

domingo, 27 de abril de 2008

Agonía intelectual


Dicen que es malo automedicarse, pero si la medicina sirve para encontrar la cura a algún mal, voy a suponer justificable mi voluntad de recetarme una pequeña dosis de desahuevina -como diría el viejo y beodo Bryce E. - para mi holgazanería, el mayor de mis males, y una pastilla amarga pero obligatoria, para reducir mi agonía intelectual. Una pastilla que a decir verdad, es una cápsula de esa de dos colores; un lado amarillo como el sol, para alumbrar a la mala mis días, que por falta de comprensión los oscurezco con mi tristeza y mi pesimismo; y el otro color, azul, por ocupar y pintar la mayor cantidad de espacio posible en nuestra tierra, aquello que nos calma la sed y aquello que nos protege de los rayos ultravioletas del sol, hablo de los océanos y del cielo, que abarcándolo todo, son testigos de los mas grandes movimientos en la tierra, para que así se vuelva más dinámico mi sueño de perpetuar mis ideas en algo nuevo y despabilado. Porque si llego a hacerlo sentiría que en todo este tiempo merecí tener oxígeno y lo digo por mis días, que parecen los últimos de mi existencia, donde sólo la muerte se le va asemejando cada vez más.
Cada ocho horas sería imposible para mi receta, las horas, los minutos, y mucho más los segundos son mis peores enemigos, el tiempo hace mella en mí con cada pálpito de mi corazón lesionado y lacerado, el cual me alienta a no hacer nada, el cual me empuja para atrás, y entonces ni siquiera un sentido tengo cien por ciento activo; mi eficiencia se reduce en una página incompleta hecha por un escritor inspirado en la fanfarria de su nulidad desconocida. Y lo digo jactándome por que hay veces en que mi producción es sólo una hoja en blanco, el vacío encarnizado en este rostro de ansiedad, angustia y preocupación, pues así como en este momento, que logro hilvanar mi pensamiento apremiado en escrituras que no sé si algún día algún personaje eximio diga que es bueno o malo -¡que chucha! si lo dice es porque logré hacer algo en la vida - se da todo lo contrario en mi rostro, lo siento sin sentirlo, pues me atrevo a decir que esto me nace, así aún no se sienta mi llanto en el mundo, pero el sosiego, la serenidad, y la tranquilidad que a fin de cuentas es lo mismo, le dan forma a mis músculos faciales.


Hoy que lo digo con firmeza, esperando -¡maldita sea, no sé porque siempre dudo!- que mañana lo siga diciendo, pues no sé cuando vuelva a recaer, mi vida es permeable a la exclusión de ventajas, de vacilones, a veces de farras (“obligadas de toda juventud”) de las que otros sí gozan, no sé si por mala suerte o quizá porque mi destino siempre me llevara a quedarme fuera de donde me gustaría estar, y haga que mis escrituras vayan siempre a un solo lado, contradiciéndome o dándome donde más me duele, mi odio a la monotonía, pues lo he dicho y lo seguiré diciendo siempre, mi existencia es una amalgama de vivencias. (Y esto sólo a través de la literatura, con quien tengo un idilio matrimonial). Mi estupor, que me pisa los talones en la carrera de quien sale del anonimato primero, en la búsqueda de sueños de artistas de antaño que hoy sólo son creadores de nimiedades como estas- pues nada estoy narrando y de nada te estas enterando, sólo de la amargura de estar escribiendo lo trivial (no sé hasta cuando) de mi pensamiento - habrá expirado antes de caer al abismo en el que me pone al borde gracias a mi receta. El gran salto no será la cura a este mal que me aqueja, sino será el resultado de mi trabajo espontáneo, quizá de una efervescencia esporádica en mí o simple y llanamente mi voluntad a veces incontinente, como me gustaría que sea siempre, que me empujó a sentarme frente a mi escritorio sin antes haberme “prendido” o alcoholizado, (los que se sienten aludidos no le hagan caso a mi envidia) pues si algún día lo hago, aunque de todas maneras sacaría lo que llevo muy dentro de mí, (aunque talvez sea uno de mis tantos prejuicios que aún no erradico), se los juro por mis tres hermanos que antes se los pongo sobre aviso. La cura será la aceptación de todos ustedes, no de su reconocimiento o admiración - no soy un idiota que sufre de ego alto, tampoco un vanidoso; si advierten algo de patética vanidad en el clima de este mi mundo, al cual los invito a pasar las veces que quieran, les ruego que me dispensen - sino su tiempo; sino su tiempo, y si se quedan hasta el final mejor, por que así podrán después aceptarme o rechazarme y así obtendré solamente un paliativo, pues ahora que lo pienso estoy gravemente enfermo y voy a seguir estándolo hasta que el mayor de mis males se transforme en brío intemperante y así lo concibo quiméricamente, para que ninguna de las obras de todos aquellos escritores como los que yo quiero ser, sea excluida en mi conocimiento o pertenezca a mi ignorancia. Y tú si no lees a nadie, al menos léeme a mí, humildemente te lo digo, automedícate, algo bueno abarca mi mensaje.