Ante mi incapacidad para descifrar mis propias dudas en un plano tan personal y a la vez complejo como es el amor, sólo me queda dirigirme casi al extremo de ser clamoroso, a un ser divino que vive hipotéticamente en la fe sobreviviente de cada persona a pesar de tanto abandono; y dentro de mí, literalmente, en una fe recientemente agonizante, porque siento que van muriéndose mis esperanzas de alcanzar la felicidad. La luz de unos ojos hermosos que me acompañan desde hace mucho tiempo, se va haciendo mortecina en mi corazón y un reciente destello magnético está manipulando desde mi mente todos mis actos, a tal punto de que giren alrededor de mis miedos y mis ganas a seguir pecando. Por eso, si todavía existe un perdón para esta clase de pecado que pareciera inevitable e incontinente, si todavía no se ha ido aquel ser divino que en mi caso debería concedérmelo sin penitencia - porque, he aquí mi clamor, me dejó caer en la tentación, porque no me dio la facultad divina de amar a una sola persona, ese don necesario para ser capaz de vivir sin vicisitudes carnales, sin desasosiegos pasionales, en donde un impulso inmundo no recluya fácilmente una vida completa en momentos esporádicos - que me lo conceda sin reticencias, para poder calmar esta mente que es un bólido de arrepentimientos. No soy capaz de dirigirme directamente a Él para pedirle además del perdón, esto que a mi parecer es un don sobrenatural: el saber y poder ignorar la manzana del pecado; tampoco deseo ganármelo subrepticiamente, por eso lo estoy diciendo, tengo esta manera de exorcizar mis demonios, de lo contrario ya hubiese buscado otra forma de hacerme pagar todos mis errores, en donde la muerte no es una solución que haya podido escaparse de mis planes; es tan fuerte este sentimiento culpa que me da vergüenza admitirlo y confesárselo. Aunque algo en mí, me hace culparlo con insolencia. No soy perfecto y no sé si habrá alguien mejor que yo en este sentido - y si lo es no es heterodoxo - pero no sé como puede la debilidad ser tan ineludible, como puede ser capaz de doblegar nuestras promesas hasta desaparecerlas de la mente. No nos hizo fieles, nos hizo débiles, ¡maldita sea! ¿Por qué, si mi alegría siempre ha sido ella, ahora mismo me siento vacío y triste cuando te siento lejos de mí, cuando siento que me ignoras, cuando ya no sé como hablarte? ¿Por qué, si por ella sostengo muchas cosas, ahora mismo tengo ganas de descubrir tus pupilas mirándome y a la vez siento estas ansias contenidas al escuchar tu voz que ya no dice mi nombre? ¿Por qué, si a ella yo siento que la amo, ahora que ya no estás a mi lado te extraño y a la vez te odio por haberme acostumbrado a tu presencia? Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, ¿pero por qué si esto lo digo por ella y por eso la valoro, ahora mismo en que ya no estás aquí, siento que te extraño tanto como a ella?...
Que cosa tan aleccionadora fue… esto de no saber hacer bien las cosas, esto de ser descubierto y vivir pagando el precio tan caro, y además haber estado echándole la culpa a Dios como un sacrílego inepto, sin tener siquiera la valía de aceptar, que valores morales como la fidelidad y el respeto hacían tanta falta en uno mismo. La vida se libera de propensiones pecaminosas, cambian las promesas pero a la vez cambia la confianza - lo malo es que a veces hasta el punto de llegar a no creer en uno mismo – son tantos los reproches, el recuerdo de lo que hiciste, que te hace perder hasta tus derechos. Te vuelve incapaz de reclamar en situaciones que desapruebas pero que de todas maneras tienes que aceptar, te vuelve un marido ejemplar y envidiable, a pesar de que lo tuyo no fue adulterio, todo lo contrario, un amor epistolar en donde la última firma de despedida fue “con todo mi desprecio” y un nombre que 6 días a la semana se te es recordado. Y al final, cuando reflexionas, te parece todo una tontería y te sientes completamente ridículo, pero al fin y al cabo llegas a la conclusión de que todo pudo ser peor y que esto sirvió para darte cuenta de que pudiste sentirte más defraudado de ti mismo, más aún cuando vez que tienes la oportunidad de hacer que tus penas infantiles no se vuelvan a repetir en ese retoño ser que anhelas se sienta orgulloso de que seas su padre, te motiva entonces a perseguir tus sueños con disciplina, alimentando tu vocación, dándole utilidad a todo tu tiempo libre, hasta el extremo de sentir que todo lo que te impide a seguir avanzando es algo insoportable y deprimente, inclusive algunas amistades. Y entonces las promesas, ahora te las haces a ti mismo y ves como ese don sobrenatural por el que clamabas, se te es concedido pero desde tu propia convicción, así la persona que más ames ya no te crea. Y ves también como vuelves a tener una doble vida pero esta vez con tus seres queridos y con tu religión, que está, en lo que verdaderamente quieres llegar a ser, en los sueños que persigues con devoción.
Que cosa tan aleccionadora fue… esto de no saber hacer bien las cosas, esto de ser descubierto y vivir pagando el precio tan caro, y además haber estado echándole la culpa a Dios como un sacrílego inepto, sin tener siquiera la valía de aceptar, que valores morales como la fidelidad y el respeto hacían tanta falta en uno mismo. La vida se libera de propensiones pecaminosas, cambian las promesas pero a la vez cambia la confianza - lo malo es que a veces hasta el punto de llegar a no creer en uno mismo – son tantos los reproches, el recuerdo de lo que hiciste, que te hace perder hasta tus derechos. Te vuelve incapaz de reclamar en situaciones que desapruebas pero que de todas maneras tienes que aceptar, te vuelve un marido ejemplar y envidiable, a pesar de que lo tuyo no fue adulterio, todo lo contrario, un amor epistolar en donde la última firma de despedida fue “con todo mi desprecio” y un nombre que 6 días a la semana se te es recordado. Y al final, cuando reflexionas, te parece todo una tontería y te sientes completamente ridículo, pero al fin y al cabo llegas a la conclusión de que todo pudo ser peor y que esto sirvió para darte cuenta de que pudiste sentirte más defraudado de ti mismo, más aún cuando vez que tienes la oportunidad de hacer que tus penas infantiles no se vuelvan a repetir en ese retoño ser que anhelas se sienta orgulloso de que seas su padre, te motiva entonces a perseguir tus sueños con disciplina, alimentando tu vocación, dándole utilidad a todo tu tiempo libre, hasta el extremo de sentir que todo lo que te impide a seguir avanzando es algo insoportable y deprimente, inclusive algunas amistades. Y entonces las promesas, ahora te las haces a ti mismo y ves como ese don sobrenatural por el que clamabas, se te es concedido pero desde tu propia convicción, así la persona que más ames ya no te crea. Y ves también como vuelves a tener una doble vida pero esta vez con tus seres queridos y con tu religión, que está, en lo que verdaderamente quieres llegar a ser, en los sueños que persigues con devoción.