miércoles, 18 de febrero de 2009

Se esconde un escondite


Le revelaste el lugar donde escondes tus recuerdos. Sintió impotencia porque ella no tenía un lugar así como el tuyo. Quisiste decirle que todo lo que tienes podría ser de ella si así lo quisiera. Pero preferiste decirle que en todo hogar se esconde un escondite, que sólo tenía que buscarlo. Leíste de sus labios imaginarios que te quería, sí, te lo dijo y te sentiste feliz por un instante. Hoy, vuelas por un cielo negro de nubes negras, sabiendo que te quiso sólo por un par de días, sabiendo que te utilizó para descubrir si de veras amaba a su amado. Maniató tu corazón como a cualquier cosa vieja. Lo sacudió en su oído como si fuera una campanilla malograda, con prisa e ímpetu. Te asustó. Quiso oírlo muy de cerca y le asordó su silencio. Retraído, temeroso, incómodo, pero sobre todo incrédulo, lo paralizó un momento tanta belleza. Tus latidos fueron más bien de desesperanza, insonoros y los de ella de deliciosa espontaneidad. Meses antes te extrañó y te soñó. Te lo dijo... Aguanta las lágrimas. Traga saliva. Acuérdate lo que te enseñaron de niño, los hombres nunca lloran, y hoy creo que ya eres un hombre. Sí, estos golpes son diferentes. El dolor lo sientes en cada respiro, el dolor flagela con cada suspiro. No hay remedio para estas heridas, tienes razón. Pero te queda su sinceridad, acobíjala bien en tu cama antes de dormir, para que en las noches no te levante su injusticia que aún ronda por tus sufrimientos. Ella aceptó que jugaba con su presente, sin saber que tal vez su presente jugaba con ella, al igual que tu pasado cuando fue presente y jugó contigo. ¿Entiendes?. Ahora que la conoces, sabes lo equivocado que estabas y hasta quieres rezar para que a ella no le suceda lo mismo, para que no se dé cuenta, cuando ya sea demasiado tarde, cuando tus tardes tranquilas y tus silencios oportunos guardados en tu deseo, desaparezcan junto con su desamor. Sécate las lágrimas entonces. Qué raro eres, sientes hasta orgullo llorar por ella y te lamentas haberla conocido tan tarde. Te arrojas de espaldas a la cama cubriéndote el rostro con las manos todas las noches que llegas sin saber de ella, confirmando que una vez más te abandonó. Pero aún así la sigues queriendo tanto. La has unido a tus sueños sin darte cuenta que poco a poco se vuelven imposibles como su amor. Date cuenta y olvídala. Ojalá llegara alguien más para ti. ¿No? ¿Tanto la quieres?. Has descubierto que la amas con todo tu ser entonces. No puedes dejar de recordar aquel pequeño viaje en ómnibus y las ganas que tuviste de coger sus manos. Cuanto darías porque sus manos albas te acaricien. Las miraste y deseaste cada vez que se acercaron a ti. No te atreviste a mirarle los ojos. Los tuyos hubiesen suplicado amor después de haber escuchado su voz, con la que tantas veces soñaste. Te dijo que quería caminar junto a ti. Ahora sólo piensas que debiste aceptar con entusiasmo, cuando aquel día quisiste aclarar detalles con pesimismo. Sí, quisiste saber que ella iba a ser sólo tuya. Porque con ella quieres todo. Hace tanto lo piensas y los sueñas. Tú también querías caminar despacio y bajito pero por toda la ciudad antes de por tus sueños. Ahora no sabes si luchar por ella, si ir a buscarla. Aunque todos los días te mueres por hacerlo, sabes en donde encontrarla, ¡tan cerca todos los días! No sabes si escribirle, no sabes que posición asumir, estas muy dolido, creo que sí, al final laceró tu corazón con tanta sacudida. A veces sigues sin entender, a veces te parece crueldad. Regresar para abandonarte una vez más, sin una última conversación, sin una despedida, sin una palabra siquiera. Su amor de madera te dejó clavada una astilla en el pecho. Piensas cada detalle con insistencia, puede que sí y de verdad te quiera, puede que siga confundida, puede que sólo este evitándote para no quebrantarse. Fuiste un idiota. Fuiste de esos sujetos que cuando el piso se les hunde o el cielo se les viene encima, esconden sus miedos, celos y desconfianzas tras gestos y frases sarcásticas, irónicas y despectivas. Y a ella no le gustó. Pero dijo quererte, lucha por ella entonces, hazlo, búscala, ¿tienes miedo a terminar de morir? ¿prefieres que la muerte llegue por sí sola? Esperas en vano. No ha habido gente que haya muerto por amor, sólo en las novelas. Ella también sintió pena por no haberte conocido antes, dijo haberse perdido varios años de tu vida y te contó parte de la suya, tú que le hubieses respondido. Que tu mejor amigo de infancia se llamaba Richard y que a veces lo ves trabajando como chofer en un colectivo. Que no se hablan por que es difícil de explicar. Que tu primer amor se llamó Diana, que tú tenías 10 y ella 12 y que claro, fue platónica como tantos amores que tuviste. Y que tu media hermana se llama Claudia y que está en EE.UU. ¿Que más? Que te imaginas un día (sonriendo) cruzándote con ella en el Jockey, tu papá llevándote allá uno de aquellos tantos Domingos. Te imaginas esa escena, tú de la mano de tu padre y ella de la mano del suyo, ella tal vez una infante y tú un niño o ella una niña y tú un púber. Se miran a los ojos y comprenden juntos la situación: “él es mi papá y estoy orgulloso de él”, “yo también”. Miradas fugaces que parecen reconocerse en un futuro, y que hoy se identifican con cada detalle presente y pasado. Ya han caminado juntos por sus sueños, pero no de la mano. Ahora sabes que ella, siempre fue ella, y darías lo que fuera por tenerla. No sabes si podrás luchar por su amor. No sabes si escribirle mil cartas para tratar de conquistarla. Pero ya has ensayado armar una caja de cartón. Te abandonó una vez más. Desapareció de tu mundo. Pero armarás la caja entonces, y guardarás ahí la emoción que sentiste cuando dijo quererte. Se la regalarás en su cumpleaños y de esa manera confiarás en que las emociones de ambos vivan juntas en un mundo que tú iras construyendo con tus sueños, hasta que se haga realidad tu sueño: Una casa pequeña en una ciudad grande, en el oriente, el silencio saliendo por tu ventana, melodías de paz al atardecer, una biblioteca de cartón, visitas a la librería, un televisor grande frente a un mueble para dos personas, miles de películas de amor, paseos muy entrada la noche, lecturas antes de dormir y tú, narrando en miles de papeles, “grandes emociones” a su lado.


domingo, 15 de febrero de 2009

Los chicos de arriba (II)

EL COPIÓN I
Tuve dos profesores que pusieron en evidencia mi ociosa y mediocre costumbre de no estudiar para los exámenes y preparar para ello, las más desvergonzadas e inescrupulosas copias. Costumbre que nunca me descubrieron en el colegio, en donde lo aprendí como solución rápida al grave y típico problema de querer todo fácil y que no demande esfuerzo, como todo mal peruano y yo lo era en grande.
La primera en encontrarme in fraganti fue – con todo el respeto que merece su apelativo con que cariñosamente la llamábamos – la china, quién paradójicamente me había premiado una semana antes con la nota más alta en el curso de redacción. Fue un 20 inalcanzable para todos mis compañeros, pero posible para mi virtuosidad, modestia aparte, por supuesto.
Me encontraba hacía varios minutos dándole vueltas a una complicada pregunta que no quería dejar en blanco, desconocía su respuesta y me negaba a dejarla así, distinta a las demás. Sí había estudiado para ese examen; la gran cantidad de temas pertenecientes a no sé cuantos capítulos del sílabo, desarrollados todos en clase por la profesora y por nosotros mismos en exposiciones, los resumí con minuciosidad y con un criterio que consideré adecuado para facilitarme el hecho de tener que estudiar de muchísimas hojas y peor aun en desorden. Una sola hoja dividida en 4 por ambos lados y a colores fue el resumen ideal, sin embargo no me lo aprendí por completo, marginé lo que pensé no vendría en el examen pero por desgracia ocurrió lo contrario, así que decidí hacerle caso a ese pensamiento malicioso y retrospectivo que pasó por mi mente en ese momento, recordándome como esos apuros nunca los tuve en el colegio gracias a mi erudición para esconder bien mi papelito, de manera que pareciera que estaba desarrollando mi examen y no copiando, sin embargo tal vez por culpa de la infraestructura del aula, con carpetas ubicadas en un piso que en realidad son los peldaños de una escalera grande y en semicircunferencia; o talvez algo de nerviosismo que delató mi falta de práctica, fue lo que evidenció mi infracción o le abrió los ojos a la china, quien al verme copiando no dudo un instante en acercarse a anularme el examen.
Con gran determinación me dijo “ay cholito, ay cholito, dame tu examen” mientras que en ese momento, por mi entrañas, pasaba un frío gélido que me dejaba atónito y me cambiaba el semblante a una palidez vergonzosa. Menos mal, la mayoría de mis compañeros ya habían entregado su examen y salido del aula, sin embargo eso no sirvió para que el rumor o chisme corriera después rápidamente, por algo no estudiábamos comunicación. Traté con un tono suplicante de persuadir a la profesora para que no me anule el examen, sintiendo que la sangre se me subía al rostro con cada palabra que me atrevía a decirle, y sintiendo que me estaba ocurriendo una desgracia con cada una de sus negativas. Mi último recurso fue – patéticamente - revelarle que lo que había escrito en mi examen era algo de lo que yo estaba casi orgulloso, porque cada línea la había hecho con dotes literarios, hilvanando de acuerdo a lo que había estudiado párrafos a mi parecer perfectos, pues “es de lo que yo escribo, es de lo que yo escribo, profesora, si quiere léalo por favor” sin embargo “no” era su única respuesta para todas mis defensas. Pensé que al no haberme pedido la copia que tenía, podía sacarle otra hojita en la que minutos antes del examen resumí los títulos y subtítulos de los temas con nomenclaturas para comprobar si no me había olvidado, “mire, mire profesora, no es copia, porfavor”. Pero nada la hizo cambiar de opinión, y creo que incluso hacia mi persona, ya que ciclos después de este incidente, siempre me pareció que tenía una mala imagen de mí, tal vez la de un estudiante tramposo, porque no sólo demostraba que había perdido la confianza en mí cuando nos volvía a tomar exámenes en otros ciclos y yo era el primero al que cambiaba de sitio, sino que daba a relucir mi falta de elocuencia y determinación para intervenir en clase, obligándome a veces a hacerlo, sabiendo que podía quedar mal.
Luego me llovieron las preguntas, me abordaron miradas acusadoras, decepcionadas, de vergüenza ajena, de “a él lo agarraron copiando”; miradas que sin disimular me sentenciaban para siempre como el copión del código, y que yo después para confirmar ese apelativo, volví a hacer méritos…