martes, 20 de mayo de 2008

Fetichismo literario


Después de haber permanecido varias horas de interminables días frente a un libro abierto, leyéndolo acompañado de un lápiz para subrayar arrobadamente casi todo sus párrafos y rayarlo con pequeños resúmenes que sólo yo entiendo; y cuando ya estoy en el último capítulo y veo que me faltan apenas unas cuantas hojas para terminarlo y descubrir con que desenlace esperado o inesperado se le dio punto final, siento como si se estuviera inmolando por mí. Va consumando en cada una de sus palabras leídas y releídas instantáneamente por mis ojos extasiados, una razón significativa para finalmente cerrarlo y guardarlo con las pruebas explícitas de haber pasado por mis manos: las marcas inhumanas de lápiz; o todavía dejarlo abierto en mi rincón favorito para continuar dándole un uso caprichoso y tal vez insensato: transcribir en pequeñas fichas de cualquier papel reciclado por ahí, todos aquellos párrafos en donde una idea maravillosamente concebida mediante un estilo influyente y subyugante me cautivó y embelesó.

He adquirido tan mala costumbre o quizás mi admiración es tan irreversible que he llegado a pensar que algo bueno o algo malo pueda estar auto-generándome, permanecer con una novela más de un mes leyéndola y tratar de justificar esta manía casi compulsiva de leer dos veces un mismo párrafo para poder subrayarlo matando el miedo de estar perdiéndome de algo bueno, llamándolo relectura, es en definitiva - y comprendo el notorio rechazo de mis amigos - un mal que de acuerdo al diagnóstico histriónico de uno de ellos: que al querer disfrutar de cada párrafo, de cada oración, de cada palabra lo mío pueda ser un incurable fetichismo literario e intelectual.

Recordar que el tiempo obligatoriamente malgastado en actividades realizadas de mala gana - que en su mayoría llevan una carga de trivialidad y modorra - puedo resarcirlo a modo de desagravio más tarde cuando por fin consigo reunirme a solas, física y espiritualmente, con una obra literaria que me teletransporta de este mundo aburrido, monótono y mal hecho a un mundo sublevado e idealizado, es una alegría que además de dibujarme una sonrisa espontánea en el rostro - de esas que denotan el solitario recuerdo de una travesura - me alienta a continuar sin desanimarme de la concupiscencia que a mi alrededor borbotea, me da el antídoto para que los somníferos mediáticos no hagan efecto en mí y me recuerda de la manera más admirable y apabullante posible que el sueño que me tracé un día y del que poco a poco percibo visos en mí, es la verdadera razón de mi existir, me convence que no hay motor más fuerte que mis propias ganar de hacerlo y que no hay combustible más potente que el de mi insoslayable vocación.

Buen o mal lector, desde el día que empecé a serlo ya celaba - ¡y de qué manera! - los encantamientos que servirían para el sueño que un día iba a tener. Creo que algo así como una parte futurista de mi ser, llegaba a parapetar mis propias e intrínsecas ilusiones, haciéndome arrancar sin compasión los dibujos de los libros que mi padre - con una voluntad de la que hoy tengo acertadas mis sospechas - adquiría para atiborrar su biblioteca y a la vez su pasión por la literatura. Todas los libros que con tanto empeño y talvez con algo de vocación literaria fueron adquiridos por mi padre y que coparon nuestra hoy convaleciente biblioteca familiar, nos sirvieron para poder sobrevivir en tiempos de austeridad, los cuales llegaron al mismo tiempo que llegó su alevosa e inmortal partida. Dos, de los tantos olvidados libros que mi madre y mi hermana vendieron para poder llevar a la mesa algo de comer mientras encontraban algún trabajo que nos permitiera cambiar el menú diario de arroz con plátano frito, se salvaron gracias a mi premonitoria travesura de cortar las figuras de muchas de sus páginas, así nadie los quiso comprar. Esos dos libros fueron más que suficientes para descubrir mi vocación, las lecturas que hice de ellos me sirvieron para descubrir un gusto, una adicción que hoy me da el placer de saber que algún día seré como ellos, el día que por fin me sienta listo para escribir un cuento igual de bueno como aquellos que encontré en Antología Peruana, compendio de cuentos peruanos de diversos autores y también como aquellos que descubrí en un libro al que siento le debo mucho: Los Jefes, Los Cachorros de Mario Vargas Llosa.
Creo que ese día ya está muy cerca, y así como cuando busqué maravillado las páginas de aquellos cuentos incompletos para poder terminarlos, de igual manera busco ahora como terminar mis propios cuentos y en Mario Vargas Llosa tengo al maestro que con orgullo llevo presente y de quien practico sus preceptos: No trato de imitar su manera de escribir, como él mismo nos aconseja con respecto a quienes nos han enseñado a amar la literatura, sino busco alcanzar la dedicación, disciplina y constancia que él tiene, he hecho mías sus convicciones. Se dice que nosotros debemos ser parricidas con los escritores que admiramos, pero creo que yo ya he leído más de 4 veces “Día Domingo”, he comprado libros de William Faulkner y de Gustavo Flaubert, cuando aún no termino de despertar de ese sueño hipnotizador llamado “La Guerra del fin del mundo” y no termino de prepararme para el día que tenga que leer de corrido y ¡sin subrayar! “La Casa Verde”. Me imagino al maestro, escribiendo como lo hacía y lo hace, imponiéndose ocho horas de trabajo pero al modo de un obrero, renunciando a diversiones, preocupándose por nuestro tiempo. Pocas veces me ha pasado que echado en mi cama apunto de quedarme dormido, empiezo a escribir en mi mente todo aquello que pienso, aporreando un teclado imaginario, y estoy seguro que a él y a muchos de sus coetáneos les sucedía lo mismo cuando le dedicaban las horas que su convicción y su amor por la literatura les dictaba, pero a diferencia mía todos los días. Tengo la esperanza de que pueda hacer lo mismo cuando me dedique sólo a escribir, falta poco para hacerlo, y de todas maneras lo haré así nadie me comprenda, cuatro años en la Universidad no van haber sido en vano, al fin y al cabo ingresé a estudiar periodismo también por él, también por ellos, sus biografías me lo dijeron.

viernes, 2 de mayo de 2008

Detrás de un disfráz

En nuestra plaza de armas, se dan cita, cientos de chiclayanos que ante un bonito paisaje, amplias bancas y un ambiente agradable, no pueden dejar de hacer una pausa a sus labores y sentarse a contemplar el legado histórico y cultural que circunda ante sus ojos: una hermosa catedral, bajo un cielo siempre despejado, que hace de sus habitantes, seres cálidos y amistosos. ¿Pero que más? Hoy con el palacio municipal derruido, sólo llama la atención decenas de centros comerciales a su alrededor, sin embargo rostros sonrientes y siempre atentos a un turista siguen catalogando a nuestra ciudad como la “capital de la amistad”. Casi todo el día es transitada nuestra plaza de armas; en ella miles de historias encuentran su principio y su final, citas, paseos, visitas, o sino una obligada caminata para cruzar la otra calle. Calles que son como los trazos que se esbozan para jugar un tres en línea, pero gigantes; y que en su interior guardan la obra de varias décadas de trabajo, inversiones y migraciones, que han elevado a nuestra ciudad a una categoría más alta. Más allá del plano turístico, la han situado en el vértice de una actividad fructífera, la educación y el comercio. Y es que más allá de los hermosos paisajes que la rodean, como en los distritos de Monsefú y Eten, y los atractivos que ofrecen sus cercanos valles agrícolas, el carácter festivo de sus pobladores siempre mantendrá a nuestra ciudad con ese garbo característico de humildad y modestia muy bien recompensados. Pero esta metrópoli fundamentalmente moderna que es nuestra ciudad, se ha convertido en un importante eje comercial del norte peruano, tanto, que ha traspasado los planos de la legalidad, volviéndose ambulatoria en la voluntad desmesurada de gente necesitada, que sólo busca un pan para sus hijos, tal vez analfabeto o con alguna costosa enfermedad, la cual irá a formar parte de documentos estadísticos que catalogarán a nuestro país con un adjetivo que es verdadero epíteto de nuestros oscuros gobernantes.
Centros comerciales que sólo se veían en publicidades limeñas y que ahora vienen a acaparar nuestra desbordada ciudad son lo que la han ido transformando en una sociedad de consumo, y lamentablemente siempre de la mano de los medios de comunicación imposibles de sobrevivir sin el auspicio de estas empresas de capital extranjero. Y de esto se desprende la verdadera realidad de nuestra ciudad que parece crecer, pero no es así, ha sido mal calificada, pues sólo crece en infraestructura y en índices de problemas. Ni en el ámbito educativo hay mucho que decir, poco hacen por el pueblo las facultades de las tantas universidades que siguen llegando y creciendo, no hay proyección social en ellas; hay analfabetismo y muchas facultades de educación, hay enfermedad y muchas facultades de medicina, hay pobreza extrema, contaminación, corrupción, delincuencia, pandillaje y muchas facultades más.
Y usted no tiene que irse a los mismos asentamientos humanos para ser testigo de ello; no debe visitar hospitales públicos para presenciar la falta de solidaridad, la omisión; no debe transitar por calles peligrosas para ser víctima de aquello; basta con sentarse en una banca de nuestra preludiada plaza de armas y abrir bien los ojos. Niños de hasta 5 años y de noche vendiendo caramelos o pidiendo limosna, (que de seguro son los mismos que limpian carros en el día), payasos tratando de ocultar su infelicidad y su virilidad detrás de un disfraz que difícilmente haga reír pero que los obliga actuar como tales, como amantes o como homosexuales; zapateros que se han convertido en una verdadera amenaza, pues después de un trato y pacto cortés, hacen su trabajo con un parsimonioso y delicado esmero, que debería parecerles sospechoso, pues al terminar, cobran más de la cuenta y si no se les paga lo que piden, amenazan con arrojarles tinte en la ropa. ¿Lustrada caballero?, ¿lustrada señorita? así piden a los transeúntes, de buenas maneras y si los ignoran ¡lustrada ps monstra!, ¡lustrada ps misio!. Previamente hay que responderles no gracias, sino después debemos soportarlos. Y es que una vez terminada la jornada y sumado todo lo obtenido en su embaucador trabajo, no van a sus casas a comportarse como maridos y padres ejemplares, sino, a los bares y cámaras de gas de la zona, a restarle menos años a sus deplorables y desgraciadas vidas. Pero no todos por supuesto, son muchos los factores que injustamente han puesto en el centro del problema a una parte de esa minoría que tiene que vivir pagando las consecuencias del sistema emponzoñado.
En síntesis podemos ver que en un sólo parque o en todo el centro de una ciudad, también se pueden contemplar los problemas de un país entero, es necesario entonces una reforma que venga desde la iniciativa de peruanos honestos, que quieran ver a su país en progreso, no de sujetos que asocien la política con la bribonada y que empobrezcan más al país robando desde el gobierno. Tampoco de inescrupulosos que quieran aprovecharse de un puesto público para enriquecerse, hacer esto en un país pobre es imperdonable.
De igual manera, quienes trabajen en los medios de comunicación, el papel de ellos es fiscalizador, de hacer lo contrario estarían siendo cómplices, y esto viene a ser peor que el mismo delito.
Siempre que llegan nuevas etapas en nuestra política o en el gobierno se tienen muchas esperanzas de que el país cambie, se supere, o al menos mejore algo y que sea notorio, pero al final siempre se cometen los mismos errores, y se descubren siempre las mismas irregularidades. ¿En que momento se corrompe la gente?, ¿cuando es que las ambiciones aplastan los principios de las personas, y desaparecen los valores morales?
Cuando este momento llega, el círculo vicioso en el que estamos atrapados todos los peruanos, se prolonga en todos los ámbitos, haciendo inconcebible nuestra situación, de la que parece que nunca fuéramos a salir.

jueves, 1 de mayo de 2008

Ingratitud bienvenida

Ver a alguien que conociste hace mucho tiempo, caminando por ahí, deambulando como un sonámbulo perdido, que sueña despierto coincidentemente lo mismo que tú, y que puedes descubrirlo fácilmente porque algo raro en él, o algo muy intrínseco en él te recuerdan paradójicamente a ti mismo, es sentir algo así como la emoción de una ingratitud bienvenida, pero ¿por qué?.
Cuando lo vi en aulas, no llevaba mochila, sólo traía en sus manos dos libros, uno de cubierta negra y el otro una revista muy llamativa por el color fosforescente de su carátula, para mí muy conocida a pesar de haber tenido en mis manos un solo ejemplar, pero que para mi gusto exquisito quede conforme. (Y pude confirmar también lo que se dice de ella).
Había leído artículos en periódicos y blogs y escuchado algunos comentarios de la excelente línea de trabajo de “Etiqueta Negra” y ver un ejemplar en sus manos era adivinar porque todo este tiempo se le había visto tan despreocupado y displicente con respecto a la carrera y entender porque llevaba tantos cursos atrasados. Venía atravesando por lo mismo que todos nosotros - los amantes del arte en el aula - en la lucha por no ver morir nuestra vocación artística: descuidabamos con un mínimo de remordimiento e impotencia pero con total razón, creo yo, nuestros estudios.
Y yo que pensaba que él aún andaba aspirando pertenecer al partido socialista del Perú y que aún despotricaba anacrónicamente encomios al Che. Pero así como este viejo amigo, que a cualquier lado lleva consigo herramientas paradigmáticas - para que cuando la pérdida de tiempo lo atrape en momentos en que todo le parece un estorbo, prefiera darles vuelta y sacarle todo el provecho posible haciendo uso de ellas - nosotros también, aunque no al extremo de lucirlas de manera solitaria bajo el brazo como si fueran un símbolo de representatividad en una guerra de émulos, en una carrera de quien logra llegar primero a la meta – de quien es el primero en llegar a ser, lo que siempre deseó ser.
En ese sentido, a mí antes que nada me gustaría ser como él, de una vocación tan férrea que me haga despreocuparme de todo aquello que me limita, no importa si son mis propios estudios, poder ignorar con desdén los vericuetos de una currícula decimonónica y forjar con tranquilidad mi carrera hacia el éxito. Es de admirar porque no sólo transmite seguridad y confianza en sí mismo por lo que hace, sino porque a cada momento lo manifiesta con valentía, sin miedo a perjudicarse en su vida diaria, porque el amor por su arte y sus sueños es tan fuerte que todo lo demás le sobra, y de ellos jamás puede prescindir, a todos lados los lleva siempre consigo.
Y si hablamos de estorbos, para él la universidad entera, desde hace ya mucho tiempo le parece uno. Decepcionado como tantos de la facultad y de la escuela de comunicación, busca un consuelo en buena literatura, y el periodismo lo lleva como un anhelo de alumno desaprovechado, que sabe invertir en él sin egoísmo. Enterarme que tiene más de 10 ejemplares de EN que con su propia plata los ha adquirido y que los ha gozado con lecturas acuciosas, es comprender, de acuerdo a lo que nosotros mismos hacemos con ilusión - cuando yo por ejemplo salgo a la calle en búsqueda de obras literarias originales, aquellas que les sirvieron de base a los escritores que admiro; o cuando mi amigo el histrión gasta sus ahorros para viajar a Lima o a provincias a los talleres o encuentros de teatro, sin importarle que sea fin de ciclo, o cuando se compra obras contemporáneas de dramaturgia, o cuando se gasta la tinta de su impresora y papeles para imprimir tragedias, comedias o dramas de autores clásicos, aquellos que muchos en Secundaria sólo leíamos en resumen; o cuando mi amigo el músico gasta lo que con dolor no despilfarra en cerveza y se compra accesorios para armar su propio estudio musical y grabar él mismo sus propias canciones de las que ya va cuatro, y que en búsqueda de un baterista y de un vocalista continúa en la lucha - que no estamos solos en este mundo incomprensivo, que no somos los únicos que renegamos de no poder dedicarnos sólo a lo que nos gusta.
Y aunque, venir a enterarme a estas instancias de que compartimos los mismos sueños, a pesar de que fuimos compañeros y amigos en el centro pre - cuando en esos tiempos yo estaba más cercano a ingresar y así sucedió, cuando mis arrebatos de poeta inspirados por una fémina que aún me recuerda lo doloroso que es ser estúpidamente quedado los compartía con él y le preguntaba su opinión antes de regalarlos y dedicarlos, - y nunca se atrevió a decírmelo, para mí no llega a ser más que un silencio de extrema reserva que ofendería al más confiado de los que cree tener amigos, que ofendería incluso también a un misántropo, de esos que no considera a nadie su amigo, pero sé que hasta uno de ellos comprendería razones: es una alegría, porque en la despedida fugaz de quienes estudian la misma carrera pero que cursan ciclos diferentes, queda la promesa de una nueva conversación que se prolongue en más y más conversaciones en donde el entendimiento y el intercambio de gustos, preferencias, afinidades e ideas, hagan parecer una tertulia en donde más adelante, cuando los sueños estén ya cumplidos - escritor y periodista - se cuente de ellas como las generadoras y culpables de dos grandes artistas, revolucionarios de la comunicación y sobre todo de dos grandes amigos.