Mi lista de amores platónicos creció últimamente. Creo que es bonito tener una lista así. (No me da vergüenza ser cursi). Me hace comparar los distintos tipos de dolores y sufrimientos que es posible tener. Hay unos que son tiernos, otros que son dulces, los hay también devastadores, y por qué no inmejorables. No es que los haya venido enumerando y etiquetando en todo este tiempo, sino que acabo de darme cuenta con cierta alegría y nostalgia de que existen en mí. Tampoco es que sea masoquista, pero me es imposible no enamorarme. No sé cuál será el límite de mi lista o qué tanto irá a crecer, pero he pensado que a mis cincuenta años, posiblemente siga creyendo que me enamoro sin pensarlo y que aún no encuentro a mi gran amor (alguien que ame mi locura). Dejé de escribir en mi diario cuando mi vida se hizo monótona y aburrida, o sea, me enamoré “perdidamente”. Antes apuntaba todo lo que me sucedía en cualquier cuaderno reciclado y lo guardaba con la ilusión de que algún día pueda publicar algo autobiográfico, porque ya he dicho hasta el cansancio que quiero ser escritor, (¿o lo he delirado?) Si mi novia (esposa suena feo) leyera esto, creo que no haría nada, sólo lloraría. Siempre lo hace, ante cualquier desgracia, por más mínima que sea, hasta por un beso con otra mujer. Por eso, si Dios me lo permite, ya no voy a enamorarme de lloronas, cansan. ¿Yo no cansaré por algo también? Ahora, obviamente, todas las mujeres de las que me enamore, van a tener que ser platónicas, imposibles, lejanas. Debí conocerme bien antes de comprometerme, ahora soy un díscolo en el amor. Mi último amor platónico, el más bonito de todos, me hizo recordar a todas las niñas con las que no pude estar y con las que estuve pero sin darme cuenta. Mi primer amor platónico tiene un rostro angelical. Se llama Diana. Tenía 12 años la última vez que la vi. Viví enamorado de ella durante toda mi infancia, era mi vecina. Por supuesto que nunca me atreví a decírselo, pero era su más férreo defensor ante cualquier niño malcriado que se presentase. Una vez me dio su mano en un sueño hermoso. Mi segundo amor platónico fue Amelia. Me sentaba todas las tardes afuera de mi casa para verla pasear en bicicleta. El sol le bronceaba más sus hermosas piernas morenas. Me inspiró muchos de mis primeros poemas, los mismos que correspondió terminando con su enamorado. Pero mi vida había iniciado el rumbo de las mudanzas y sólo nos dimos besos y abrazos de papel. La última carta tenía gotas de lágrimas que la distancia no secó. Mi tercer amor platónico fue mi profesora de inglés, Carla. Me inspiró un idealizado amor carnal. En cada clase ahogaba un suspiro viéndola entrar al aula con su uniforme granate. Tenía las piernas flacas pero blancas como la nieve. Era difícil mirarla a los ojos cuando traía el cabello suelto y la blusa escotada. Guarda con cariño los poemas que le escribí, me lo dijo la última vez que la vi. Mi cuarto amor platónico fue Beatriz, la recuerdo y muevo la cabeza apretando los párpados y mordiéndome los labios. La quise tanto. Duele verla en mi nostalgia. Es la culpable de uno de mis cuentos más tristes pero a la vez, la inspiradora de mi más alegre tristeza. Se enamoró de mí con vehemencia, tocando la puerta de mi casa, buscando a diario a la vecina de al lado, llamando por su nombre a un sordo del corazón. Me asusté de tanta ternura. Cuando reaccioné, varios lobos veraniegos acechaban detrás de su minifalda. Es curioso, pero la atrapó uno con iguales características que las mías: flaco, alto y con cara de estúpido. Cada día, cada mes siguiente, fue un sollozo de arrepentimiento. Mi quinto amor platónico fue Cristina. Con ella me inicié en el indecoroso ejercicio de entrometido. Los amigos del novio le hicieron una visita al nuevo vecino (o sea yo) para manifestarle cordialmente su enemistad. Pero imposible no contemplarla. Rubia con el sol y la luna. Ojos claros y nariz respingada. Luego que una noche con lluvia conversáramos los dos - ella desde su azotea y yo desde mi ventana en el segundo piso – decidió ya no salir a recibir a su enamorado por más piedritas que este le tirara a su ventana. Una segunda visita más elocuente me recordó que tres son multitud. Mi sexto amor platónico fue Zoila. Es uno de los personajes principales de la novela que estoy escribiendo. (tanta palabrería para dejar suscrito esto). A mi alrededor tenía una multitud de mujeres (dos) que se morían por entregarme su cariño, pero yo me enamoré de ella simplemente porque un día me dijo que en la luna llena podía ver un conejo. Quedé cautivado y me ilusioné con la idea de que para lograr ver a aquel conejo en la luna, tendría que besar sus labios y sentir su amor. Ella me quiso mucho, tal vez más que yo, pero nunca quiso lastimarme. Tratar de conquistarla fue lo más excitante y maravilloso que pudo haberme pasado. Ahora es inevitable que cada vez que nos crucemos nos miremos con cierta pena. Y mi último amor platónico, el más bonito de todos, el que le da a mis días un auténtico sentido, es Mariana. La imagino preparándome una manzanilla, invitándome a probar el café de su abuelita, escuchándola tocar para mí la guitarra, embriagándonos juntos cada vez que tenga ganas de tomar, viéndole sus ojos encandilados cuando llega a la parte más bonita de un libro (“son esos momentos en los que me quiero meter entre las letras” es su frase más bella, la que más amo). No hay quien le gane, me enamoré de ella con canciones, con poemas, con cuentos, con películas, con novelas, creo que es por eso el amor platónico más bonito que he tenido, hace volar mi imaginación a lugares espléndidamente dulces y tiernos. Ahora, hace poco, me dijeron que de viejito, voy a arrepentirme de haber desperdiciado absurdamente oportunidades con mujeres que quisieron estar conmigo, porque para el hombre "en tiempos de guerra, cualquier hueco es buena trinchera". Pero yo me pregunto, qué monótono momento de placer, puede haber tenido más valor que el sublime recuerdo de cada una de ellas y de los apasionantes intentos que hice por alcanzar sus besos, sus abrazos y sus caricias. Hubiese hablado ahora de Sheyla, Milena, Fiorela, Lucia, Paola, Angie, Tatiana y Patricia como si hablara de una sola, creo que sí. Sigo siendo de los que dedican poemas.
Martes 5AM
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poético. Pero no es así.
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Hace 4 meses