lunes, 30 de agosto de 2010

Minina

He empezado a odiar el sonido de mi despertador, siempre puntual, a la misma hora, todos los días. Algún día podré ignorarlo, ahora no. Si lo hago, luego debo soportar miradas inquisidoras; y en esta etapa triste de mi vida, cuando intento sentar cabeza, no puedo darme el lujo de mandar a la mierda todo aquello que me disgusta. Lo que más extraño de mi anterior vida, es el cariño de mi madre al cocinar, por eso creo que en parte tenían razón al decirme mantenido.
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Mi gata siempre fiel, duerme a un lado de mi cama y es la primera en saludarme. Creo que también ha empezado a odiar el sonido de mi despertador. Mis padres nunca me dejaron tener mascotas y a mis 30 años, recién se lo que es tener una. He observado su comportamiento y creo que es la única que me da auténticas muestras de cariño, sobre todo cuando lame mi mano. Es una dulzura. Yo le correspondo quitándole las legañas.

Debí imaginarme que al mudarme a este cuarto, iba a tener los mismos problemas de siempre. Es increíble pero pareciera que las ratas me persiguen, vengo ahuyentándolas toda mi vida. He visto varios documentales sobre la vida de estos roedores y si no fuera por su tamaño, creo que serían muy superiores a otros animales. La experiencia me ha enseñado que con bocado nunca morirán. Por eso decidí conseguirme un gato, así, sin titubeos, de manera tajante y en definitiva, un gato, un felino guardián.

Cuando me lo regalaron, me dijeron que era macho; pero he descubierto que no lo es. Hace poco, un amigo, me contó que a él también le regalaron uno, que al igual que el mío, no tenía pene, ni bolas, pero que con el tiempo le aparecieron. Y como mi pequeño felino no daba señales de que pronto le saldrían bolitas entre las piernas, decidí averiguar en Internet cual es la diferencia entre las gatas y los gatos. Me sorprendí porque para conocer el sexo de mi gato, sólo bastaba mirarle el pelaje. Como el mío es tricolor, entonces es hembra; si hubiese sido de uno o dos colores, me hubiese visto obligado a auscultarla con más minuciosidad.

El día que me la regalaron, le fue difícil desprenderse de las patas de su madre; pero con bastante cariño y una lata de atún, tres días seguidos, se convenció de que yo era un dueño que valía la pena. Esa misma noche ahuyentó a las ratas con su llanto desgarrador y exasperante y yo pensé, con total lucidez, que era más decoroso dormir soportando los maullidos de un gato, que los ruidos de una rata caminando por todo el cuarto incluida mi cama.

Después de ese mismo día, ya no tuve que sacudir mi ropa de excremento de rata y ya nunca más encontré mi jabón con pequeñas y perfectas mordidas de pericote, empecé a vivir con un poquito más de decoro y de la manera más sencilla. Ahora trato de ser amoroso con mi gata para que no me abandone también. Don Zenobio, me contó hace ya varias semanas, que los gatos se resienten para siempre y me ha dado miedo, con lo mucho que me costó conseguir a la Minina, con lo mucho que me cuesta asumir la soledad.

Así le he puesto de nombre a mi gata, ya dije que nunca he tenido mascota y tal vez por eso no me motiva bautizarlos como se debe.
Ahora que lo recuerdo, aquel día, me sorprendió mucho que Don Zenobio conversara conmigo tan abiertamente. Me dijo que el jefe está muy contento con mi trabajo y después, como si hubiese visto a través de mis ojos, empezó a hablarme de la vida y las mujeres y de las mujeres y la vida.

Habíamos recorrido la mitad de la ciudad realizando un trabajo que el jefe nos encomendó. Él conducía el carro y yo lo guiaba, entonces decidió detenerse en un restaurante. Vamos yo invitó, me dijo de buen humor. Eran recién las doce del mediodía, pero acepté gustoso sin reprocharle nada. Nos acomodamos en una mesa cerca de la ventana y empezó a hablarme de su vida, de su anterior trabajo, de sus hijos y de su mascota.

Tengo un gato, me dijo. ¿Y sabes? el gato es más fiel que el perro, te sigue hasta la tumba. Cada vez que llego a mi casa, me recibe con maullidos y ronroneos. Me persigue a todos lados hasta que le de algo de comer y cuando está contento, empieza a correr como loco por toda la casa y hace algo que me parece increíble: intenta atraparme la pierna con sus dos patas, jaja. Me alegra el día, así me haya ido mal. Pero sabes, creo que los gatos también se resienten. La verdad no es mío, es de mi vecina, no sé que le habrá hecho ella, tal vez no lo alimentaba bien, pero un día se acercó a mi casa, frotó su lomo entre mis piernas y como yo le correspondí con comida, se quedó.

Todo aquel comportamiento del gato de don Zenobio yo ya lo había observado y también gozado con Minina; pero no se lo dije para que se explayara en detalles y yo disfrutara de sus palabras. Me pareció una conversación predestinada porque después, cuando aún no nos servían el almuerzo, empezó a hablarme de mujeres. Apenas vio lo joven y buena que estaba la azafata, me habló de lo débil que es el hombre ante una buena hembra y de las consecuencias que trae sucumbir a la tentación. Premisa que yo no pude refutar.

No le había hablado a nadie de mi gata porque tenía miedo de parecer un hombre soso y ridículo a pesar de las variadas observaciones que había hecho de ella y don Zenobio se me anticipó con total naturalidad; ahora, tampoco había hablado con nadie de Cintya, una mujer que había empezado a cambiar mi vida perturbándome la mente, y de nuevo, Don Zenobio, adivinando los rumbos por los que iba mi existencia, empezó darme consejos como si fuera un laureado sobreviviente en la guerra de la vida.

Antes de comprometerme con Nelly, yo había estado enamorado de Cintya. Sin haber hablado nunca con ella, sentía que la quería, que mi vida estaría completa si pudiera tenerla, la imaginaba llevándola de la mano a todos lados, besándola en el parque, en la playa, en el cine; pero en aquellos tiempos no podía hacer nada porque era la novia de Andy, un sujeto que cuatro años después de haber estado con ella, se fue a Lima con sus padres, prometiéndole simplemente no olvidarla jamás.

Cuando yo tenía tu edad, hacía y desasía. Desde muy joven me acostumbré a darle a las mujeres lo que verdaderamente quieren. Hubo un tiempo en que me frené un poco porque me aterrorizó la enfermedad del sida; pero mis trabajos me ayudaban siempre a estar rodeado de hembras que finalmente atracaban conmigo. A mi mujer le habré sido infiel un millón de veces, pero ¿sabes? la verdad siempre sale ha descubierto y si en ese momento, no actúas con la madurez y la astucia precisa, estás perdido. Yo ya no sé que me espera, pero cuando tu pareja descubre que le has engañado, aunque te perdona, no olvida jamás lo que le hiciste y eso es un suplicio que lacera tu conciencia cada noche.

Por casualidades del destino, Cintya entró a trabajar a la empresa recomendada por un familiar del jefe. Al verla, reconocí aquel sentimiento de antaño, la misma angustia de creer estar frente al verdadero amor y no saber qué hacer. La primera vez que conversé con ella, pude confirmar que siempre supo de mis sentimientos. Recordaba quien era yo en aquellos tiempos, que hacía y con quien andaba, incluso recordaba mi nombre completo. ¿Aún estás enamorado de mí? ¿Aún quieres estar conmigo? leo a veces en sus ojos y en algunos de sus gestos; pero me detengo temiendo engañar a mi destino.

Don Zenobio dejó de hablarme porque recibió una llamada a su celular. Entonces, escuchándolo, pude darme cuenta que lo que me había dicho, era para convencerme de no caer en la misma trampa de la que él, aún no puede escapar, por que empezó a decir palabras cariñosas, inspiradas por una mujer, tal vez 10 o 20 años menor que él. Minutos más tarde, cuando terminamos de almorzar, llamó a la azafata para pedirle que por favor le alcanzara una bolsita, entonces empezó a juntar los huesos que habían sobrado y dijo: “Ahora sí, nadie más contento que mi gato”.

Minina es la única que me acompaña ahora. Después de 6 años de relación con Nelly, habiéndole huido al matrimonio infinidad de veces, ella decidió dejarme. Me acusó de ser otro hombre, uno más egoísta y retraído que el de los primeros años. Me culpó de haber permitido que ella se enamorara de un tipo que dice más palabras cariñosas y que da más amor, sin miedo al despilfarro. Quizás ella también necesitó de alguien maduro que la invitara a almorzar y que con sus palabras la convenciera de que en todo este tiempo de pecados, ha tenido suerte; que le advirtiera que algún día, las maldades cometidas nos condenarán sin tregua alguna. No sé. Quizá ella fue honesta y yo un cobarde.

En la vida celebramos con entusiasmo todos nuestros triunfos y siempre hay alguien cerca de nosotros dispuesto a compartir nuestras alegrías; pero cuando una derrota llega y nos encuentra solos, sin ánimos de afrontarla, el golpe duele aún más. Debí haber amado mucho a Nelly para que aún me duela su partida. Ella no se anticipó a lo que iba a hacer yo. Como siempre, había pensado dejar que mis días y mis horas siguieran su propio curso, como las aguas turbias de un río, iba a seguir imaginando que Cintya y yo terminaríamos juntos en un mundo paralelo, espontáneo, de fantasía, lejano de la realidad, la que hoy, me recuerda que estoy solo.

Acaricio a mi gata, juego con sus bigotes y sus orejas, admiro sus ojos, recuerdo mi primeros días sin ella, deprimido y denigrado por ratas que merodeaban mis sueños, entonces reconozco su labor, se lo agradezco y termino preguntándole “podrás cuidarme de mí mismo”.

sábado, 27 de marzo de 2010

Beatriz


Capítulo II

No puedo negarlo, aquellos años en compañía de “los zorros” pasé los mejores momentos de mi adolescencia. Recuerdo muy bien aquel día en que llegué a “Las Brisas”, supe en seguida que la pasaría muy bien. Mis nuevas vecinitas me dieron la bienvenida tímida y avezadamente. Se emocionaron al verme llegar, me enviaron saluditos e incluso las más atrevidas, algunos besos volados que hicieron que se me escarapelara el cuerpo. Yo estaba preocupado de que todas ellas vieran los cachivaches que descargaba del camión de mudanzas; pero parecía que la curiosidad de cada una de ellas estaba centrada solamente en mí. Era verano y tal vez en algo influía el clima.

La casa a la que me mudé era del hermano de mi mamá y estaba ubicada frente a una improvisada canchita de fulbito, junto a un bonito parque con pileta en el centro. Mi tío nos prestó su casa con tal que la cuidáramos. En aquella calle, que urbanísticamente hablando, era un pasaje, vivían chicas muy bonitas, pero la mejor de todas era Fiorella. Recuerdo que cuando la vi por primera vez me gustó mucho. Su casa estaba ubicada a unas diez casas de la mía. La encontré diferente a las demás, principalmente porque ella no demostraba demasiado interés en mí. Era trigueña, de ojos bonitos, creo que achinados, tenía el cabello ondulado y siempre lo llevaba suelto. Muy pocas veces podía verla sonreír. De todas ellas, Fiorella era la única que se ponía vestidos veraniegos, que cuando corría, parecían hacerla volar. Por las tardes, siempre salía al parque a jugar con su gatito y yo la miraba desde la puerta de mi casa y me quedaba encantado viendo lo tierna y dócil que era. Los primeros días, salí a darme un par de vueltas por el parque en mi bicicleta y aunque ella insistió en ignorarme, no pude dejar de admirar su belleza. Decidí también ignorarla, hipotéticamente hablando, claro.

No me imaginé nunca por qué Fiorella siempre salía tan puntual, media hora antes del atardecer, en compañía de su gato a sentarse en un banco, hasta que la vi un día comportarse de manera distinta. Un muchacho, tal vez de la misma edad que yo, cruzó el parque en bicicleta y volteó a la calle Teatro. Me había acostumbrado tanto a su espontaneidad, que aquel día rápidamente me percaté de lo nerviosa que se puso.
Yo, que por un momento creí que a quien miraba era a mí, también me puse nervioso; pero como no pude creérmelo, voltee a buscar a donde iba dirigida verdaderamente su mirada. Entonces vi a aquel muchacho que surcaba el parque en bicicleta raudamente, como si pasara por un lugar desabitado y desértico, como si su destino estuviera trazado y el lugar por el que pasaba en ese momento, no existiera en su mente. Alcancé a verlo bajando la vereda y volteando hacia la otra calle. Entonces Fiorella volvió a ser la misma de antes, de mirada melancólica y aire ensimismado. Agachó la cabeza en señal de desencanto, abrazó a su gatito, le dijo algo mirándolo a los ojos y como pocas veces, la vi nuevamente esbozando una sonrisa esperanzadora, mágica, de amor. Tres días después, cuando yo ya me había aburrido de la rutina, salí de mi casa minutos después del atardecer y pude ver, bajo un cielo encapotado de nubes negras, alumbrada por la luz amarilla del faro más divino del parque, a Fiorella, de pie frente al muchacho, que sosteniendo su bicicleta, la miraba dulcemente, intentando decirle que la única razón por la que él pasaba todos los días por el parque, desde hacía dos meses, a la misma hora y con la misma tímida determinación, era solamente para verla, admirarla y descubrir en sus ojos cuanto la quería.
Ahora yo me río, pero en ese momento lo primero que pensé, fue en salir también a buscar el amor de mi vida en bicicleta.

jueves, 18 de marzo de 2010

Sonrisas tristes

Parece como si el día se hubiese contagiado de mi tristeza. Tristeza de derrota, de resignación, de odio. Me invita al llanto, pero como sólo tengo ánimos contrarios, me río y recupero mis ganas de verte pasar bajo mi ventana. Por ti creo en el diablo mujer perfecta. El amor que algunos me profesan no alcanza el odio que me tengo. No hay compensación para este tipo de sufrimiento endemoniado. Es la primera vez que veo nubes grises, pensé que sólo eran una invención de los poetas odiosos. Hace años, a esta misma hora, en este mismo lugar, apagaba la luz de mi cuarto para dejarte pasar. No he podido olvidar el olor de nuestros cuerpos callejeros. ¡Cómo sufrías al no poder gemir! ¡Como gozabas pudiéndote mover! Cuando sentí curiosidad por ver el cuerpo que tocaba desapareciste. Por más que dejé mi mundo en tinieblas, jamás cometí pecado tan delicioso. Cuanta nostalgia de ti, de mi colchón al piso, de tu aliento a vino y mi aliento a cigarrillo, de mi ropa y tu ropa escurriéndose, que ganas de ir a buscarte al mismo infierno. La nostalgia y la penitencia de mis pecados se confunden en noches de soledad, la soledad necesaria, la que me consuela con el recuerdo de tu vestido rojo, de tu orgullo por las margaritas, de tu hermosura virginal. Las veces que me arrodillé a ti fueron cuando sentí que podías animarte a besarme tú también. En segundos de erección siento que no he dejado de quererte. Contigo si me arrepiento de todo, hasta de no haberte hecho el amor. ¡Qué odio por tu cabello suelto, por tu boca incontenible, por tu risa incomparable, por tus muslos excitantes, por tus manos pequeñas, por tus ojos insondables!. Cuantas ganas de ir a buscarte a tu misma casa, de adentrarme a tu cuarto, de intentar ver una película y terminar tirados en el suelo, con el sexo lubricado, mareados de amor verdadero, adormecidos de amor falso. Cuantas ganas de sentir tu cuerpo dando espasmos de excitación bajo la sombra de un árbol, de contenerte al recordar nuestros escasos 31 días de romance tardío. Hay días en que te recuerdo con una salsa, hay tardes en que te recuerdo con una balada y pienso que si voy a nuestro árbol te voy a encontrar allí esperándome, con los brazos abiertos y las piernas cerradas, con tus manos ansiosas de acariciarme y volver a hacerme llorar. Debo confesarte que me enamoré de ti cuando rozaste tu rodilla con mi pierna. Cuando dejaste que se exciten frente a mí tus senos de limón. Cuando de un día para otro te convertiste en mandarina, cuando una noche sin probarte, te sentí dulce y al día siguiente amarga. No habido mujer que diga quererme y al día siguiente, abandone mis esperanzas, dejándose besar del olvido. Por eso he aprendido a odiar con la piel, me rasgo las vestiduras recordando tu blue jean roto, tus zapatillas con pasadores rozados, tu cabello rebelde como el mío, creo que de verdad lo único que quise es besarte los párpados. Hoy te veo pasar en bicicleta, con el cabello suelto y la blusa levantada, recordándome que tienes las caderas más bonitas del pueblo, hoy te me presentas con ojos más bonitos. Hoy quisiera dejar de oírte y por fin escucharte, hoy quisiera besarte con los ojos cerrados y ver a través de tu amor verdadero, el sentido de la vida insana, tensa, opaca, irascible, incontenible, miserable, jubilosa y aceptar que te amo por que te amo a pesar de mis innumerables sonrisas tristes.

jueves, 4 de febrero de 2010

Ganas de nada.

Querida Graciela: Ya te habrás dado cuenta que estoy muy cambiado o mejor dicho muy callado. No sé qué tengo. De pronto me entraron unas ganas terribles de odiarte. Justo ahora en el mes del amor. Aunque, si lo pienso bien, eso no tiene nada que ver, ¿no es así? Discúlpame. Si gustas, ódiame tú también. Hoy, es uno de esos días en los que no dan ganas de hacer nada. Cualquier cosa lo hace recordar a uno que está más solo que nunca. Sin fuerzas para soportar lo que más me deprime. Creo que siempre he sido emocionalmente inestable. Y no es que ya no quiera hablarte, he perdido el interés en todo, incluso en ti. Pienso que eres falsa tan sólo porque se me hace difícil comprenderte, cómo verás, estoy muy mal de la cabeza. Dicen que estamos recuperando el autoestima pero yo me siento más idiota que nunca. A pesar de que todo me sale bien, no me siento conforme, podría ser capaz de mucho más pero como te repito, son muchas las cosas que en mi cabeza hoy dan vueltas y no me dejan pensar muy bien. Podría resumir diciendo que a cada rato me dan ganas de vomitarle la cara a alguien. ¿Cómo explicarlo?, hay gente que no soporto, pero a diario debo convivir con ellos, cruzármelos. Por ejemplo, en estos momentos, afuera de mi casa, se escucha el llanto desgarrador de un perro y es porque, de seguro, algún cretino lo ha encerrado, amarrado o envenenado. En otras palabras, hace mucho que no organizo una mudanza. Ya no te preguntes que es lo que tengo, si es que lo haz hecho, lo único que necesito es alejarme del mundo unos 80 años y después regresar, solamente para despedirme y pedir que me incineren y arrojen mis cenizas al desagüe, si te das cuenta, allí, hay animales muchísimo más limpios que nosotros los humanos. Así aseguraría también, que mi alma ya no padezca aún de muerta, aunque ahora dudo si me queda algo de alma.
Eso es lo único que tengo, ganas de alejarme y ya no dejar que vengan a metérmela en la boca. Últimamente también me he puesto muy grosero, tal vez por eso evito hablar con personas como tú, aparentemente tranquilas. Pienso que quien lee y escribe lo sabe casi todo; y yo, he dejado de leer y escribir hace ya mucho tiempo. Últimamente sólo me he dedicado a soportar las sonrisas hipócritas, los apretones de manos interesados y las miradas discretamente conspiradoras. No sabes cuantas arcadas he tenido que aguantar.
Te cuento. Siempre te contaba mis cosas, ¿recuerdas?. Ayer, se apareció en la puerta de mi casa un joven muy simpático. Yo estaba afuera esperando que salgan mis amigos para jugar fulbito. El joven me quedo mirando muy sonriente y me preguntó: ¿es tu pelota?. Sí, le contesté. ¿Haber préstame?, me dijo. Y al dársela me puse tan triste que tuve muchas ganas de llorar. Hasta ahora no lo he hecho, pero en cualquier momento me quebraré y tendré que salir a buscar al corral de los animales, algo con qué secarme las lágrimas. Tal vez el único que entienda mi dolor en ese momento, será el gusano apunto de ser devorado por el polluelo. ¿Alguna vez has estado en un corral?. Yo me siento muy bien ahí. Pero bueno, como te venía diciendo, el muchachito se puso a hacer dominadas. Sólo lograba hacer una torpemente y después corría a recogerla, pero no sabes cuan feliz se le veía. Era un discapacitado intelectual que pasó por mi casa enviado seguramente, por el Dios de los idiotas (que debe ser muy bueno) a tratar de enseñarme como ser feliz en mi propia desgracia. De nada le valió. Sólo me hizo sentirse más jodido que nunca - hundido en esta tristeza que parece no tener cuando acabar - y preguntarme por qué, aquel joven tuvo que nacer así, siendo tan simpático y bueno.
Hay personas que dicen que tienen muchos problemas, yo solamente tengo uno: siempre me arrepiento de todo. Gustoso aceptaría matarlos. Lo haría con la percepción de estar realizando mi mejor obra, la de mayor bien social, incluso de caridad y de beneficio para la sociedad. Ellos ni cuenta se dan que su único problema es haber nacido. Yo no me aniquilo porque ninguna de las maneras que existen para acabar con la vida de alguien, son lo suficientemente decorosas para lograr que una persona como yo deje de existir. En otras palabras no puedo matarme con un matamoscas. A veces también odio ser humano. Cuando me deprimo y no tengo nada que hacer, escribo tanta estupidez (como esta), que me convenzo que de verdad, siempre he sido un estúpido. Lo único que me ha gustado hacer desde joven, es mirarles las piernas a las mujeres y sin embargo hoy me enamoro de minusválidas, en todo el sentido de la palabra. Si quieres, puedes incluirte. Acaba de empezar a llover. No adentro, sino afuera, lo siento. Aunque, muy cerca de mi cielo, hay una nube negra, tal vez empiece a llover más fuerte y el agua logre colarse por mi techo. No hay nada de metáfora en esto que te escribo, por si acaso, sabes bien que vivo bajo techos de calamina y que busco la sencillez expresiva y un estilo mucho más directo que sabe Dios quien. Y bueno, como te decía, no se que tengo, aunque pensándolo bien (acabo de tener una descorazonada) tal vez sea, haber descubierto que tú nunca me quisiste. Hasta nunca.

Adrián.

sábado, 30 de enero de 2010

Beatriz

Capítulo I

“Un amor cobarde siempre está lleno de remordimientos” (SR)

La chica más bonita del barrio se enamoró de mí. Todos la querían pero ella sólo se fijaba en mí. Decía que ninguno de nosotros le gustaba, que nadie del barrio le interesaba; pero al igual que yo, ella me quería, lo sabía y ambos sufríamos secretamente. En esa época yo tenía 14 años y era demasiado tímido y además era el chico al que todos molestaban, al que todos fundían, el centro exacto de la burla. Me tocó ser el más monse del barrio. Eran momentos trágicos, de impotencia. Delante de ellos yo no podía pronunciar su nombre, me era imposible decir Beatriz cuando todos hablaban de ella; sólo escuchaba en silencio, soportando un calambre álgido en el estómago, sintiéndome orgulloso y cobarde a la vez y dilatándome el dolor de un amor que creía era inalcanzable. En cambio ellos la mentaban, la describían, la deseaban, y yo me daba cuenta que lo que sentían por ella, era muy diferente a lo que sentía yo y pensaba que si delante de todos me atrevía a nombrarla, descubrirían que la amaba, que la adoraba, algo en mi modo de decir su nombre me delataría, lo sentía. Y entonces estar enamorado de Beatriz hubiese sido más doloroso, mi amor por ella hubiese sido cruelmente gritado a los cuatro vientos y ella hubiese sido presionada y ridiculizada por el círculo de chicos y chicas pueriles que exigían conocer lo que opinaba del flaquito tímido que se había enamorado de ella. No quiero imaginar si hubiese sido para bien.

Solamente a solas podía decir Beatriz, llamarla, imaginarla; pero nunca hice algo, nunca me atreví a confesarle que estaba enamorado de ella, callé, fui el hombrecito más cobarde sobre la faz de la tierra; pero este mundo, (destino, suerte o lo que sea) no es ingrato. Beatriz me quiso, tal vez tanto como yo la quise a ella.Cuando nuestros grupos se juntaban para jugar voley, carnavales o para celebrar el cumpleaños de algún amigo, nuestras miradas se cruzaban y entonces, otra vez, parecía como si dentro de mí, mariposas volaran poniéndome muy inquieto y nervioso. Eran de esas miradas que dicen todo en un segundo: lo que sientes, lo que piensas, lo que anhelas, lo que sufres, lo que callas. Y cuando parecía que la providencia nos iba a juntar de tanto mirarnos o cuando por alguna casualidad intercambiábamos palabras, no faltaba aquel pillo que encontraba la forma perfecta de ocultar sus miedos y evitar ser fundido que escudándose en mi jacarandosa figura. Entonces, cómo yo nunca fui bueno para defenderme o para resaltar los defectos de los demás e inventar apodos, todos me agarraban de punto y así mis ilusiones terminaban desvaneciéndose. No me quedaba más remedio que maldecir mi mala suerte. Solo en mi cuarto, renegaba y suspiraba amargamente recordando sus ojos, su cabello suelto, su sonrisa, su forma de caminar, sus movimientos al bailar, sus manos blancas y su voz que nunca decía mi nombre, pero que en su mente lo gritaba, lo suspiraba, al igual que yo. Eran noches, madrugadas y amaneceres en la dolorosa compañía de su recuerdo. Un recuerdo de fantasía que solamente ameritaba mi voluntad para volverse realidad. Una realidad palpable, acariciable. Pero estaba perdido, extraviado. Yo era como un cachorrito sumido en un mundo de lobos, hienas, coyotes y zorros, sobre todo zorros.

Solamente cuando jugábamos fulbito a mí me tocaba llevar la batuta, formaba parte de los altos mandos, de los que encabezábamos el grupo. Allí yo estaba en mi territorio, donde me desenvolvía con soltura y en donde nadie podía faltarme el respeto, en donde yo podía gritar, insultar y hasta dar de patadas. Me daba el lujo de dejar a varios sin jugar, los condenaba al bancazo, llamaba a quien me daba la gana; pero recuerdo que siempre estaba triste pensando en el día en que por fin podría estar con Beatriz. Hubo un tiempo en que incluso, tanta era mi ansiedad por ella, que le dedicaba cada uno de mis goles, íntimamente claro. Dejé que pasara cada día y cada noche, creyendo que lo nuestro sería eterno y que por alguna fuerza magnética amaneceríamos, atardeceríamos o anocheceríamos juntos, sin saber que ella abría su corazón a otro amor que no sea tan lento, indeciso y cobarde como el mío.

(También en http://www.laperrafreak.blogspot.com/)