Se acerca el fin de semana. Son los días en que la gente de mi pueblo toma las calles como reos en libertad. Grupos de amigos, parejas de novios y chibolos rebeldes dan vueltas al parque principal hasta altas horas de la madrugada. Cuando la música gobierna la noche, el ambiente se torna propicio para la diversión. De los bailes populares o de las discotecas, llega el sonido que invita a la juerga. Y yo, sólo soy un espectador.
Soy un inválido. Así me dice la gente, pero yo ya me he metido en la cabeza que sí valgo para algo. Sólo trato de no escucharlos.
A veces salgo a la calle solo. A veces pago para que empujen mi silla de ruedas. A veces pienso, si estará bien lo que pienso. No se lo he dicho a nadie, pero me digo que al menos no estoy ciego y a la vez minusválido como Don Saucedo. Esta semana regresó al mercado y ayer no quise ir por ahí, porque sabía que lo encontraría trabajando. Al menos quisiera que Dios me envíe una pareja como lo hizo con él. Debo tenerle envidia.
La gente se conmueve cuando lo ve trabajando con su esposa. Los dos, ciegos, con la mirada perdida, cantando, siguiendo el compás de una pista musical. Y la hijita de ambos, sentada en el parlante, hermosa, con el cabello suelto. Es ahí cuando descubren lo divino, lo mágico, lo sentimental. Sienten un pellizco en el corazón que les hiela la sangre (así lo sentí yo la primera vez). Se acercan, ven su mirada tierna y le echan monedas en el tarrito que ella sostiene con sus pequeñas manos. María, hija de padres ciegos, que han de sufrir mucho al no poder contemplarla, no nació ciega como ellos, puede ver con normalidad.
Yo trato de vivir sin penas. Tengo buenos padres. Mis amigos me molestan, me dicen que camine, que no sea haragán. Pero ellos no saben que nací con un mal incurable, aunque nunca me lo preguntan. O tal vez lo dicen para hacerme reír o para que ellos mismos se rían. Suelen hacerse bromas irónicas. A veces me buscan por mi plata, porque los invito a jugar en internet o al play. Y a veces se olvidan de mí.
Esas son mis únicas diversiones. Aunque también ir a apostar en los partidos de fulbito. Cuando me ven llegar me gritan: ¡Mona, apuesta para mí!, pero yo ya los conozco. Pregunto por la gente de cada equipo y le apuesto al que tiene los mejores jugadores. Doy hasta tres soles de apuesta y grito los goles, no sé si es por pasión o por regocijo a no perder mi plata, pero grito. A veces me dicen DT.
La alegría de la noche me pone triste. Siempre me dejan solo. Cuando no tengo nadie quien me lleve, voy al parque con mis propias manos. Le compro un cigarrillo a la señora de la esquina quien no me dice nada y me pongo a fumar viendo a la gente pasar. Al rato se acercan mis amigos a pedirme una piteada, me hacen la taba un rato y cuando ven que ya me quede sin cigarrillos, se van en busca de culos.
Hoy viernes, de los blocks, como si desencadenaran a una jauría de perros agresivos, salen grupos de pandillas a emborracharse a las calles. Dicen que estamos en crisis, que nuestra situación económica es grave, pero siempre hay dinero para comprar cerveza. Por cajas y de la más cara. Y a partir de las 2 de la madrugada, se empieza a escuchar el ruido de las botellas al quebrarse. Es un aviso de que los pleitos acaban de iniciar y que hay que tener cuidado, porque algunos borrachos andan armados, una bala perdida lo puede alcanzar a cualquiera y mandarlo al hospital o a la morgue. La muerte aquí, nunca avisa.
Así es mi pueblo. La gente no cambia, así los vecinos se quejen y los policías salgan a hacer batidas, todo sigue igual. A veces pareciera que nuestra sociedad mejorara porque han aparecido grandes negocios y mucha gente tiene carro y motos lineales. Sobre todo motos lineales. Yo una vez me animé a contarlas y llegué a las 50. (No tengo nada que hacer). Sin embargo, lo que sucede cada fin de semana en las noches, lo lleva a uno a pensar que nos estamos yendo directo a la perdición.
Yo por ejemplo, he dejado de bañarme más seguido, y si un día me baño, no salgo de casa. Es que me pasó que una noche fui a andar cerca de la discoteca gay. Fui para ver salir de su casa a Yanina, un ángel del señor, pero la mala providencia puso en mi camino a un hijo del demonio. Un cabro completamente borracho (trastornado diría yo) se me acercó a afanarme sin compasión. Metió su mano por mi bragueta rota, cogió mi pinga y me obligó a dejarme mamar. A ti te gusta, tú eres un vago más, me decía. Después intenté cobrarle como lo hacen los demás, pero se fue insultándome. Ahora así mis amigos me digan “mona báñate apestas” no hago caso, es mi protección contra los gays, ya más de uno se ha llevado una sorpresa.
Pero a los que más odio, son los mototaxistas. Se cuadran en las esquinas con sus radios prendidas a todo volumen y se ponen a tomar con su gente. Y cuando se marean son un gran peligro. Ya más de uno ha terminado en la comisaría por atropellar a alguien. Pero lo que más odio de ellos, es que nunca les faltan las hembras. Con lo que ganan, las invitan a tomar un vino en el Bar pub “Fabricio” y luego se las llevan como pasajeros a cualquiera de los dos hostales que hay en mi pueblo. Si al menos fuera manco y no minusválido. Pareciera que hoy en día las mujeres ya no quieren que las cortejen y las enamoren, sino que las lleven de frente a la cama. Yo en vano escribo poesía. Yo en vano espero que aparezca una mujer que se enamore de mí.
Mañana las cevicheras tienen su negocio asegurado. La resaca empuja a todos los juergueros a comer harto ají y luego, si el día lo amerita, a darse un chapuzón en el río. Y en la tarde, cuando el cuerpo ya se ha recuperado por completo y las ganas de divertirse recobran bríos, las polladas o parriladas bailables los reciben como hijos en su casa.
Hoy habrá concurso de baile en el coliseo, tal vez me anime a ir, aunque a veces me entristezca ver lo que es capaz de hacer un humano con sus piernas normales.
Soy un inválido. Así me dice la gente, pero yo ya me he metido en la cabeza que sí valgo para algo. Sólo trato de no escucharlos.
A veces salgo a la calle solo. A veces pago para que empujen mi silla de ruedas. A veces pienso, si estará bien lo que pienso. No se lo he dicho a nadie, pero me digo que al menos no estoy ciego y a la vez minusválido como Don Saucedo. Esta semana regresó al mercado y ayer no quise ir por ahí, porque sabía que lo encontraría trabajando. Al menos quisiera que Dios me envíe una pareja como lo hizo con él. Debo tenerle envidia.
La gente se conmueve cuando lo ve trabajando con su esposa. Los dos, ciegos, con la mirada perdida, cantando, siguiendo el compás de una pista musical. Y la hijita de ambos, sentada en el parlante, hermosa, con el cabello suelto. Es ahí cuando descubren lo divino, lo mágico, lo sentimental. Sienten un pellizco en el corazón que les hiela la sangre (así lo sentí yo la primera vez). Se acercan, ven su mirada tierna y le echan monedas en el tarrito que ella sostiene con sus pequeñas manos. María, hija de padres ciegos, que han de sufrir mucho al no poder contemplarla, no nació ciega como ellos, puede ver con normalidad.
Yo trato de vivir sin penas. Tengo buenos padres. Mis amigos me molestan, me dicen que camine, que no sea haragán. Pero ellos no saben que nací con un mal incurable, aunque nunca me lo preguntan. O tal vez lo dicen para hacerme reír o para que ellos mismos se rían. Suelen hacerse bromas irónicas. A veces me buscan por mi plata, porque los invito a jugar en internet o al play. Y a veces se olvidan de mí.
Esas son mis únicas diversiones. Aunque también ir a apostar en los partidos de fulbito. Cuando me ven llegar me gritan: ¡Mona, apuesta para mí!, pero yo ya los conozco. Pregunto por la gente de cada equipo y le apuesto al que tiene los mejores jugadores. Doy hasta tres soles de apuesta y grito los goles, no sé si es por pasión o por regocijo a no perder mi plata, pero grito. A veces me dicen DT.
La alegría de la noche me pone triste. Siempre me dejan solo. Cuando no tengo nadie quien me lleve, voy al parque con mis propias manos. Le compro un cigarrillo a la señora de la esquina quien no me dice nada y me pongo a fumar viendo a la gente pasar. Al rato se acercan mis amigos a pedirme una piteada, me hacen la taba un rato y cuando ven que ya me quede sin cigarrillos, se van en busca de culos.
Hoy viernes, de los blocks, como si desencadenaran a una jauría de perros agresivos, salen grupos de pandillas a emborracharse a las calles. Dicen que estamos en crisis, que nuestra situación económica es grave, pero siempre hay dinero para comprar cerveza. Por cajas y de la más cara. Y a partir de las 2 de la madrugada, se empieza a escuchar el ruido de las botellas al quebrarse. Es un aviso de que los pleitos acaban de iniciar y que hay que tener cuidado, porque algunos borrachos andan armados, una bala perdida lo puede alcanzar a cualquiera y mandarlo al hospital o a la morgue. La muerte aquí, nunca avisa.
Así es mi pueblo. La gente no cambia, así los vecinos se quejen y los policías salgan a hacer batidas, todo sigue igual. A veces pareciera que nuestra sociedad mejorara porque han aparecido grandes negocios y mucha gente tiene carro y motos lineales. Sobre todo motos lineales. Yo una vez me animé a contarlas y llegué a las 50. (No tengo nada que hacer). Sin embargo, lo que sucede cada fin de semana en las noches, lo lleva a uno a pensar que nos estamos yendo directo a la perdición.
Yo por ejemplo, he dejado de bañarme más seguido, y si un día me baño, no salgo de casa. Es que me pasó que una noche fui a andar cerca de la discoteca gay. Fui para ver salir de su casa a Yanina, un ángel del señor, pero la mala providencia puso en mi camino a un hijo del demonio. Un cabro completamente borracho (trastornado diría yo) se me acercó a afanarme sin compasión. Metió su mano por mi bragueta rota, cogió mi pinga y me obligó a dejarme mamar. A ti te gusta, tú eres un vago más, me decía. Después intenté cobrarle como lo hacen los demás, pero se fue insultándome. Ahora así mis amigos me digan “mona báñate apestas” no hago caso, es mi protección contra los gays, ya más de uno se ha llevado una sorpresa.
Pero a los que más odio, son los mototaxistas. Se cuadran en las esquinas con sus radios prendidas a todo volumen y se ponen a tomar con su gente. Y cuando se marean son un gran peligro. Ya más de uno ha terminado en la comisaría por atropellar a alguien. Pero lo que más odio de ellos, es que nunca les faltan las hembras. Con lo que ganan, las invitan a tomar un vino en el Bar pub “Fabricio” y luego se las llevan como pasajeros a cualquiera de los dos hostales que hay en mi pueblo. Si al menos fuera manco y no minusválido. Pareciera que hoy en día las mujeres ya no quieren que las cortejen y las enamoren, sino que las lleven de frente a la cama. Yo en vano escribo poesía. Yo en vano espero que aparezca una mujer que se enamore de mí.
Mañana las cevicheras tienen su negocio asegurado. La resaca empuja a todos los juergueros a comer harto ají y luego, si el día lo amerita, a darse un chapuzón en el río. Y en la tarde, cuando el cuerpo ya se ha recuperado por completo y las ganas de divertirse recobran bríos, las polladas o parriladas bailables los reciben como hijos en su casa.
Hoy habrá concurso de baile en el coliseo, tal vez me anime a ir, aunque a veces me entristezca ver lo que es capaz de hacer un humano con sus piernas normales.