viernes, 24 de abril de 2009

Mona

Se acerca el fin de semana. Son los días en que la gente de mi pueblo toma las calles como reos en libertad. Grupos de amigos, parejas de novios y chibolos rebeldes dan vueltas al parque principal hasta altas horas de la madrugada. Cuando la música gobierna la noche, el ambiente se torna propicio para la diversión. De los bailes populares o de las discotecas, llega el sonido que invita a la juerga. Y yo, sólo soy un espectador.
Soy un inválido. Así me dice la gente, pero yo ya me he metido en la cabeza que sí valgo para algo. Sólo trato de no escucharlos.

A veces salgo a la calle solo. A veces pago para que empujen mi silla de ruedas. A veces pienso, si estará bien lo que pienso. No se lo he dicho a nadie, pero me digo que al menos no estoy ciego y a la vez minusválido como Don Saucedo. Esta semana regresó al mercado y ayer no quise ir por ahí, porque sabía que lo encontraría trabajando. Al menos quisiera que Dios me envíe una pareja como lo hizo con él. Debo tenerle envidia.

La gente se conmueve cuando lo ve trabajando con su esposa. Los dos, ciegos, con la mirada perdida, cantando, siguiendo el compás de una pista musical. Y la hijita de ambos, sentada en el parlante, hermosa, con el cabello suelto. Es ahí cuando descubren lo divino, lo mágico, lo sentimental. Sienten un pellizco en el corazón que les hiela la sangre (así lo sentí yo la primera vez). Se acercan, ven su mirada tierna y le echan monedas en el tarrito que ella sostiene con sus pequeñas manos. María, hija de padres ciegos, que han de sufrir mucho al no poder contemplarla, no nació ciega como ellos, puede ver con normalidad.

Yo trato de vivir sin penas. Tengo buenos padres. Mis amigos me molestan, me dicen que camine, que no sea haragán. Pero ellos no saben que nací con un mal incurable, aunque nunca me lo preguntan. O tal vez lo dicen para hacerme reír o para que ellos mismos se rían. Suelen hacerse bromas irónicas. A veces me buscan por mi plata, porque los invito a jugar en internet o al play. Y a veces se olvidan de mí.
Esas son mis únicas diversiones. Aunque también ir a apostar en los partidos de fulbito. Cuando me ven llegar me gritan: ¡Mona, apuesta para mí!, pero yo ya los conozco. Pregunto por la gente de cada equipo y le apuesto al que tiene los mejores jugadores. Doy hasta tres soles de apuesta y grito los goles, no sé si es por pasión o por regocijo a no perder mi plata, pero grito. A veces me dicen DT.

La alegría de la noche me pone triste. Siempre me dejan solo. Cuando no tengo nadie quien me lleve, voy al parque con mis propias manos. Le compro un cigarrillo a la señora de la esquina quien no me dice nada y me pongo a fumar viendo a la gente pasar. Al rato se acercan mis amigos a pedirme una piteada, me hacen la taba un rato y cuando ven que ya me quede sin cigarrillos, se van en busca de culos.

Hoy viernes, de los blocks, como si desencadenaran a una jauría de perros agresivos, salen grupos de pandillas a emborracharse a las calles. Dicen que estamos en crisis, que nuestra situación económica es grave, pero siempre hay dinero para comprar cerveza. Por cajas y de la más cara. Y a partir de las 2 de la madrugada, se empieza a escuchar el ruido de las botellas al quebrarse. Es un aviso de que los pleitos acaban de iniciar y que hay que tener cuidado, porque algunos borrachos andan armados, una bala perdida lo puede alcanzar a cualquiera y mandarlo al hospital o a la morgue. La muerte aquí, nunca avisa.

Así es mi pueblo. La gente no cambia, así los vecinos se quejen y los policías salgan a hacer batidas, todo sigue igual. A veces pareciera que nuestra sociedad mejorara porque han aparecido grandes negocios y mucha gente tiene carro y motos lineales. Sobre todo motos lineales. Yo una vez me animé a contarlas y llegué a las 50. (No tengo nada que hacer). Sin embargo, lo que sucede cada fin de semana en las noches, lo lleva a uno a pensar que nos estamos yendo directo a la perdición.

Yo por ejemplo, he dejado de bañarme más seguido, y si un día me baño, no salgo de casa. Es que me pasó que una noche fui a andar cerca de la discoteca gay. Fui para ver salir de su casa a Yanina, un ángel del señor, pero la mala providencia puso en mi camino a un hijo del demonio. Un cabro completamente borracho (trastornado diría yo) se me acercó a afanarme sin compasión. Metió su mano por mi bragueta rota, cogió mi pinga y me obligó a dejarme mamar. A ti te gusta, tú eres un vago más, me decía. Después intenté cobrarle como lo hacen los demás, pero se fue insultándome. Ahora así mis amigos me digan “mona báñate apestas” no hago caso, es mi protección contra los gays, ya más de uno se ha llevado una sorpresa.

Pero a los que más odio, son los mototaxistas. Se cuadran en las esquinas con sus radios prendidas a todo volumen y se ponen a tomar con su gente. Y cuando se marean son un gran peligro. Ya más de uno ha terminado en la comisaría por atropellar a alguien. Pero lo que más odio de ellos, es que nunca les faltan las hembras. Con lo que ganan, las invitan a tomar un vino en el Bar pub “Fabricio” y luego se las llevan como pasajeros a cualquiera de los dos hostales que hay en mi pueblo. Si al menos fuera manco y no minusválido. Pareciera que hoy en día las mujeres ya no quieren que las cortejen y las enamoren, sino que las lleven de frente a la cama. Yo en vano escribo poesía. Yo en vano espero que aparezca una mujer que se enamore de mí.

Mañana las cevicheras tienen su negocio asegurado. La resaca empuja a todos los juergueros a comer harto ají y luego, si el día lo amerita, a darse un chapuzón en el río. Y en la tarde, cuando el cuerpo ya se ha recuperado por completo y las ganas de divertirse recobran bríos, las polladas o parriladas bailables los reciben como hijos en su casa.

Hoy habrá concurso de baile en el coliseo, tal vez me anime a ir, aunque a veces me entristezca ver lo que es capaz de hacer un humano con sus piernas normales.

jueves, 23 de abril de 2009

Aún no es hora de irme

Ayer posé para una foto familiar pensando en ella. Hoy tengo resaca y no presumo. Hoy quisiera terminar de escribir un cuento y mañana despertar con mis sueños hechos realidad. Ya estoy cansado de estar dolido. Recibo sus mensajes con alegría y tristeza. Es triste imaginarla hablándome así: espontánea, risueña y con sus hermosos ojos puestos en mí, deseoso. Es triste saber que me quiere y no me ama. Es alegre saber que sigue siendo mi amiga. Volteo hacia atrás, buscando lo que no fue. Le ruego a la luna que me guíe hacia donde ella está. Le pregunto al viento si viene de rozar su piel. Camino acompañado de penas. Le he mentido, no es la tercera persona que conozco capaz de hacerme imaginar innumerables momentos de felicidad. Jamás conocí a alguien como ella. Es la primera mujer que me ha acercado al cielo, mientras que aguarda por mí el infierno. Lo sé, tengo hogueras en mi conciencia, a veces calientan demasiado y toca a mi puerta el peligro. ¡Qué has hecho con tu vida!. Me olvido de todo. Me olvido que tengo borradores aguardando su morfología, que había empezado a soñar con más fuerzas, que tengo nuevos amigos, que había desenterrado mis memorias, que tengo secretos disimulados en mi vanidad. Y sin embargo abro la puerta. Y sin embargo la cierro inmediatamente. Imagino el llanto de mi madre al encontrar el cuerpo sin vida de su segundo hijo, imagino a la mamá de mi hijo, muchos años después, contándole los verdaderos motivos por los que decidí abandonarlos. Sopeso alternativas y me pregunto si es verdad que quiero desaparecer de este mundo. ¿Qué parte de mí, la vida le apesta? ¡Cómo no sentirme así, si siento que encontré demasiado tarde a mi alma gemela!. ¡Cómo ignorar este sentimiento, si sé que encontré en ella a mi equivalente!. Me acerco a mi biblioteca y contemplo los libros que he leído. Los abro uno a uno. Empiezo por los que más momentos felices me han regalado. Sonrío con tristeza leyendo algunas líneas: “Sus ojos se perdían en la contemplación de su propio dolor...”; “la miraste a los ojos para ver si no te engañaban los oídos...”; “Había descubierto con desgarrador asombro, que de nada le valía la interminable sarta de fuetazos con que se autoflagelaba en sus torturadas noches de amor”; “...una temporada que tan mala llegó a ser, que echábamos de menos el tiempo pasado que tan duro nos parecía cuando no lo habíamos conocido peor” “...había vencido esa prueba heroica y Flora lo estaría esperando con los ojos brillantes. Se abría, frente a él, un porvenir dorado” Y extraño mis 15 años en Las Brisas, a Milena, a Gissela, a Beatriz, las tardes deportivas con mis amigos, el pasaje El Rosario, los carnavales con ropa blanca, las noches en la azotea, las rivalidades excitantes, los atardeceres escuchando música en la esquina de nuestra calle, las botellas borrachas bajo la luna, los besos robados, la playa, la inspiración, los plagios solapados a Bécquer, las visitas de mi padre, mi diario. Tal vez nunca como antes me he sentido tan solo. Mi madre tiene un empleo de horario nocturno, mi hermano regresa a casa pasada la medianoche y yo tengo deseos de portarme mal para sentir que existo. La muerte me seduce. ¿Tan deprimido estaré?. Cierro los libros. El polvo me produce estornudos, pero no los limpio, soy un alérgico de mierda.
Tal vez he empezado a hacer muy tarde lo que por añadidura me correspondía. Debo de haber olvidado mis instintos en una pesadilla. A mis intuiciones nunca les hice caso (hasta hoy) a pesar de que siempre aciertan. Debí saber que me volvería a enamorar. Nunca debí dejar de escribir poemas. En mi casa, han aparecido hormigas diminutas, las encuentro en todos lados, en la cocina, en mi escritorio y hasta en la mesa del comedor. Hoy, antes de matar a una con el dedo, sentí como si yo mismo intentara aplastarme. Algún día lo haré o todo lo contrario, algún día publicaré un libro que podré lucir en mi biblioteca. La soledad me ha puesto triste. Eso es todo. La soledad me recuerda a ella. ¡Cómo no amarla si sólo ella ha leído todo lo que yo he escrito!.
Lavaré los platos en este mismo instante, de esa manera me gano el almuerzo sin que mi vieja reniegue de mí. Eso sí, nunca saco la basura, siento que aún no es hora de irme.

viernes, 3 de abril de 2009

El símbolo de nuestras penas

Tengo una guitarra colgada de adorno en la pared de mi cuarto. No sé tocarla y me deprime. Aunque creo que me deprime más porque me recuerda a Camila. Una amiga de la que me he enamorado y con quien no sé si me gustaría estar juntos para besarla y abrazarla o para que me lea sus poemas y todo lo que escribe cuando se inspira. Ella, no sé. Es un amor raro. Prometí prestársela pero nunca lo hice, no sé por qué. (o no quiero saberlo). La guitarra es de mi hermana. No pudo llevársela a EE.UU y aún le entristece no poder tenerla consigo. Creo que esa guitarra es el símbolo de nuestras penas. Está colgada de un clavo de manera vertical, a veces se dalea (todos los días la observo) y de seguro mi vieja la acomoda. Me apena verla, pero no puedo ignorarla. A Camila le alegró saber que se la prestaría y dijo que ella misma le compraría las cuerdas que le faltan (yo se las presté a una amiga hace tres años y nunca me las devolvió). Pero, a decir verdad, esta semana he estado triste por muchas penas más, que la imagen de la guitarra ayuda a desgarrar. Primero, que me he visto al espejo y me he descubierto una malformación en mi omóplato izquierdo y que pienso narrarlo en un cuento. (Un año de estos voy a cometer la vulgaridad de ponerme a escribir cuentos, dice uno de los personajes del libro que estoy leyendo. Es poeta, yo antes fui poeta) Los doctores que me atendieron me parecieron unos perfectos idiotas. Ahora sólo estoy esperando los resultados de mi examen de bk para después seguir o no un tratamiento. Segundo, porque he empezado a estudiar inglés y me deprime muchísimo tener que hacerlo. (No sé específicamente por qué). Escogí el horario de 7:30 a 9:30 de la mañana, pero desistí al segundo día porque no puedo levantarme tan temprano, sobre todo si me acuesto a las 2 de la mañana. Ahora estoy en el turno de la tarde. El recuerdo de las clases de mi profesora (de inglés) Carla Reyes, regresaron a mi mente del mismo modo en que la noche iba llegando, oscureciendo el aula del centro de idiomas, suave y melancólicamente. Ella me enseñó en quinto de secundaria y yo, mozalbete, me enamoré de ella, ya ni estoy seguro si porque era bonita u otra cosa. Le escribí 16 poemas que se los regalé a fin de año. (todo un record). Y cuando volví a verla en la fiesta de promoción de mi hermano, me los recordó y me confesó con cariño que aún los conservaba. El último decía así: Cuando lea estas palabras, se que volará por los cielos/ y dichoso seré, porque sé que yo la acompañaré en su sueño / será una cita con usted en el lugar más bello / donde entraré en su forma de ser / y se cumplirá mi más suspirado deseo. No supe que decirle (como siempre). Tercero, porque se acaban las clases en la Universidad y estoy haciendo - demasiado tarde - lo que debí hacer desde los primeros ciclos: socializarme y unirme a la lucha de varios objetivos (comunes). Esto lo debo íntegramente a la labor que realicé en el diario La República, por eso tengo el ligero sentimiento de que aún estoy en deuda con ellos. Pero a veces siento que estoy en falta hasta conmigo mismo. En fin, pienso redactar un artículo que haré llegar a todos los alumnos de mi escuela. Y claro, también me apena la idea de dejar las aulas y sobre todo saber que ya no veré a mis amigos. Y cuarto, porque he sido duramente criticado por mis amigos Renato Vasallo y Carlos López a quienes les decepcionó mi post “Conversación retrospectiva”. Les dije que desconfío de ellos porque uno es músico y sabe poco de literatura y el otro es actor y sólo lee dramas, además de escuchar programas artísticos. Aún así prometí modificarlo. Tal vez por eso a veces (miento, siempre) extraño a mi amiga Camila. Tal vez ella cuidaba no herir mi susceptibilidad cuando me criticaba. Me daba recomendaciones (hoy leo un libro que ella me sugirió) me dejaba comentarios, respondía mis cartas y yo, imaginaba que me susurraba al oído.
Bajaré la guitarra de mi hermana para limpiarla, es lo único que puedo hacer con ella. Leeré los poemas que le escribí a mi profesora Carla, lo haré rápido para no insultar a los real visceralistas, a diferencia de ellos yo anduve alejado de la cultura literaria, fui un iletrado. Me entrevistaré con representantes estudiantiles, tengo muchas ideas que proponerles, me queda un mes. Redactaré un reportaje para presentarlo en el diario (ojalá lo acepten). Leeré las cartas de mi amiga Camila a quien extraño muchísimo (aunque no sé si me atreva), es lo único que me queda de ella, además de su dolorosa ausencia. Y todas las noches, antes de acostarme, rezaré un padre nuestro y un ave maría, para que el mal que tengo no sea maligno. Y si estoy muy cansado, me persignaré dos veces, lo prometo, no me quiero morir a pesar de estar triste.