lunes, 7 de marzo de 2011

Prosas errantes


1

He leído nuevamente mis poemas y me parecen estúpidos. No puedo creer los pensamientos tan cursis que he tenido. No sé por qué no los quemo, siempre los guardo, son un pedazo de mi vida, inicios de grandes catástrofes y de pequeñas victorias; pero todos, hasta la última página, completamente inservibles. Me hacen reír, debo tener pena de mi mismo, por eso los mantengo con vida. Recuerdo que un día, caminando por las calles de Chiclayo, una gitana me detuvo en el camino, cerca de mi casa. Cogió mi mano y empezó a observarla silenciosamente. Yo no opuse objeción, ni me pude resistir, porque a su lado, la niña más hermosa que había visto en mi vida, me miraba a los ojos.

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- “Tienes algo de mucho valor. En tu casa, tienes algo de mucho valor. ¿Qué es?” – me dijo. Recordando bien la pobreza que nos aquejaba y que incluso nos hacía regresar a casa caminando, no pude pensar en otra cosa que no fueran mis poemas, por aquellos días, los más bellos y perfectos creados en este mundo.
- Puede ser que tenga algo de mucho valor, pero es algo muy mío – le dije. Entonces con un mutismo ensordecedor y haciendo una mueca de inolvidable tristeza, la gitana se dio media vuelta, casi arrojando mi mano al vacío. Su hija hizo lo mismo sin mostrar una pizca de voluntad por interpretar mi mirada. Todos aquellos poemas, hoy ocultos en un escondite secreto de mi casa, están dedicados a mujeres de las que me enamoré. Quien sabe, posiblemente algún día se descubra que de verdad son mis poemas, aquello de mucho valor que la gitana aseguró había en mi casa. Solamente me queda recordar a aquella niña hermosa, posiblemente inspiradora de muchos poemas que nunca fueron escritos.

2

Mi ciudad ya no es segura. Los únicos actos violentos que recuerde en esta tierra, son los provocados por la empresa azucarera. Los policías, presurosos por defender el patrimonio de la empresa, antes que la tranquilidad de los vecinos, disparaban bombas lacrimógenas. Entonces la picazón en la nariz hacía llorar a los niños. Ahora, cuando el contexto laboral de nuestra ciudad parece tranquilo y en las calles el progreso enorgullece a la gente; hombres de mal vivir, conocidos por todos, salen a rondar de madrugada en busca de algún incauto. Y siempre al llegar el fin semana, en la boca de todos, el nombre de una nueva víctima, amanece reclamando justicia o jurando venganza.

Hoy me encontré con mis amigos, aquellos con los que hace muchos años organizábamos grandes farras. Me reclamaron por mi larga ausencia. Muy ebrios y con rencor en los ojos, recriminaron mi actitud esquiva. Entonces uno de ellos, me apuntó con una pistola en la cabeza y me dijo “si es por la inseguridad de las calles, no te preocupes, a cualquier cabrón que nos venga a joder, le metemos un balazo en la cabeza y no pasa nada” “¡Sal a tomar mierda!”. Entonces, justificándome en una estúpida enfermedad me zafé de ellos y regresé a mi casa, a reflexionar sobre el tiempo que me queda de vida.

3

Hace varios meses siento muy nostálgico a mi padre. Cuando llama por teléfono me conversa sobre mis recuerdos de infancia. Primero me pregunta cómo estoy, cómo me va en el trabajo, cómo está mi hijo y después, no sé como, terminamos recordando aquel tiempo, cuando él aún estaba con nosotros. Creo que ahora llama una o dos veces al mes, antes lo hacía una o dos veces al año. Y la verdad, me parece fortuito que siempre me encuentre en las noches. Yo debería estar en la calle, tomando cerveza con mis amigos, dejándome querer por amantes esporádicas, aquellas que todavía me esperan; pero ya nada es como antes, debo reconocer que soy un hogareño, en eso me he convertido.

Puedo recordar todos los lugares a los que me llevaba excepto uno. Recuerdo la casa de mi abuelo Gerardo en el centro de la ciudad, allí jugaba con las cajas de gaseosas que vendía en su restaurante, las empujaba por un largo callejón como si fueran carros. Recuerdo la casa de mi tía Paca, ella tenía dos perros muy juguetones que atrapaban en el aire los pedazos de galleta que yo les arrojaba. Recuerdo la casa de mi tío Raúl, él tenía en su lavandería, encerrados en una jaula, dos loritos muy bonitos, de color verde y amarillo. Un día, ingenuamente, intenté tocarlos, pero uno se voló, dejando sola a su acompañante. No dije nada, pero por varios días, me atormentó la triste soledad en que quedó aquella lorita, pensé que hubiese sido mejor también dejarla escapar. Recuerdo también, la casa de mi tío Pedro, la más bonita de todas. En las paredes de la sala tenía fotos retratos de cada uno de mis primos. Con ellos, inventábamos juegos sin tener la necesidad de salir de casa, juegos que nunca podré contar. Lo que no logro recordar, es la casa de mi tía Hilda. Dice mi padre que siempre me llevaba allí después de visitar a mi bisabuelo en el cementerio. Tanto me insistía que le prometí ir a visitarla un día. Accedió alegre, no se por qué; pero han pasado varios meses y no he ido. Ahora, cada vez que llama, me pregunta si fui a visitarla. Como si yo fuera un niño, me describe el barrio en el que vive y me explica cómo debo presentarme. No sabe que me he convertido en un hogareño. Pero iré uno de estos días, acompañado de mi hijo. Tal vez la historia se repita. Espero que no.

4

Tengo un nuevo amor platónico. Ambos tenemos muchas cosas en común. Hace días le hice el mismo comentario y me dio la razón. Me dijo que además de todo lo que nos hace muy parecidos, ambos tenemos parejas problemáticas. Nos reímos como si fuéramos cómplices de alguna diablura. Todavía no le he dicho que me gusta mucho, aunque ella ya lo sabe. Me impide decírselo, pensar que posiblemente, no obtenga la misma respuesta. Tal vez cuando no tenga duda alguna se lo diga. Dudas de mí, porque aunque parezca increíble, su confianza me atemoriza. Su mirada, sus manos y su cintura – sobre todo su cintura - me acobardan, más de lo que soy.
- “Me gusta amarte en silencio…”
- “A mí también…”
Esa manera sencilla, digna de los cobardes, sería lindo. Solamente me conformo con descubrir que me tiene en cuenta. Además, no tengo ánimos para estropear mi vida.

lunes, 30 de agosto de 2010

Minina

He empezado a odiar el sonido de mi despertador, siempre puntual, a la misma hora, todos los días. Algún día podré ignorarlo, ahora no. Si lo hago, luego debo soportar miradas inquisidoras; y en esta etapa triste de mi vida, cuando intento sentar cabeza, no puedo darme el lujo de mandar a la mierda todo aquello que me disgusta. Lo que más extraño de mi anterior vida, es el cariño de mi madre al cocinar, por eso creo que en parte tenían razón al decirme mantenido.
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Mi gata siempre fiel, duerme a un lado de mi cama y es la primera en saludarme. Creo que también ha empezado a odiar el sonido de mi despertador. Mis padres nunca me dejaron tener mascotas y a mis 30 años, recién se lo que es tener una. He observado su comportamiento y creo que es la única que me da auténticas muestras de cariño, sobre todo cuando lame mi mano. Es una dulzura. Yo le correspondo quitándole las legañas.

Debí imaginarme que al mudarme a este cuarto, iba a tener los mismos problemas de siempre. Es increíble pero pareciera que las ratas me persiguen, vengo ahuyentándolas toda mi vida. He visto varios documentales sobre la vida de estos roedores y si no fuera por su tamaño, creo que serían muy superiores a otros animales. La experiencia me ha enseñado que con bocado nunca morirán. Por eso decidí conseguirme un gato, así, sin titubeos, de manera tajante y en definitiva, un gato, un felino guardián.

Cuando me lo regalaron, me dijeron que era macho; pero he descubierto que no lo es. Hace poco, un amigo, me contó que a él también le regalaron uno, que al igual que el mío, no tenía pene, ni bolas, pero que con el tiempo le aparecieron. Y como mi pequeño felino no daba señales de que pronto le saldrían bolitas entre las piernas, decidí averiguar en Internet cual es la diferencia entre las gatas y los gatos. Me sorprendí porque para conocer el sexo de mi gato, sólo bastaba mirarle el pelaje. Como el mío es tricolor, entonces es hembra; si hubiese sido de uno o dos colores, me hubiese visto obligado a auscultarla con más minuciosidad.

El día que me la regalaron, le fue difícil desprenderse de las patas de su madre; pero con bastante cariño y una lata de atún, tres días seguidos, se convenció de que yo era un dueño que valía la pena. Esa misma noche ahuyentó a las ratas con su llanto desgarrador y exasperante y yo pensé, con total lucidez, que era más decoroso dormir soportando los maullidos de un gato, que los ruidos de una rata caminando por todo el cuarto incluida mi cama.

Después de ese mismo día, ya no tuve que sacudir mi ropa de excremento de rata y ya nunca más encontré mi jabón con pequeñas y perfectas mordidas de pericote, empecé a vivir con un poquito más de decoro y de la manera más sencilla. Ahora trato de ser amoroso con mi gata para que no me abandone también. Don Zenobio, me contó hace ya varias semanas, que los gatos se resienten para siempre y me ha dado miedo, con lo mucho que me costó conseguir a la Minina, con lo mucho que me cuesta asumir la soledad.

Así le he puesto de nombre a mi gata, ya dije que nunca he tenido mascota y tal vez por eso no me motiva bautizarlos como se debe.
Ahora que lo recuerdo, aquel día, me sorprendió mucho que Don Zenobio conversara conmigo tan abiertamente. Me dijo que el jefe está muy contento con mi trabajo y después, como si hubiese visto a través de mis ojos, empezó a hablarme de la vida y las mujeres y de las mujeres y la vida.

Habíamos recorrido la mitad de la ciudad realizando un trabajo que el jefe nos encomendó. Él conducía el carro y yo lo guiaba, entonces decidió detenerse en un restaurante. Vamos yo invitó, me dijo de buen humor. Eran recién las doce del mediodía, pero acepté gustoso sin reprocharle nada. Nos acomodamos en una mesa cerca de la ventana y empezó a hablarme de su vida, de su anterior trabajo, de sus hijos y de su mascota.

Tengo un gato, me dijo. ¿Y sabes? el gato es más fiel que el perro, te sigue hasta la tumba. Cada vez que llego a mi casa, me recibe con maullidos y ronroneos. Me persigue a todos lados hasta que le de algo de comer y cuando está contento, empieza a correr como loco por toda la casa y hace algo que me parece increíble: intenta atraparme la pierna con sus dos patas, jaja. Me alegra el día, así me haya ido mal. Pero sabes, creo que los gatos también se resienten. La verdad no es mío, es de mi vecina, no sé que le habrá hecho ella, tal vez no lo alimentaba bien, pero un día se acercó a mi casa, frotó su lomo entre mis piernas y como yo le correspondí con comida, se quedó.

Todo aquel comportamiento del gato de don Zenobio yo ya lo había observado y también gozado con Minina; pero no se lo dije para que se explayara en detalles y yo disfrutara de sus palabras. Me pareció una conversación predestinada porque después, cuando aún no nos servían el almuerzo, empezó a hablarme de mujeres. Apenas vio lo joven y buena que estaba la azafata, me habló de lo débil que es el hombre ante una buena hembra y de las consecuencias que trae sucumbir a la tentación. Premisa que yo no pude refutar.

No le había hablado a nadie de mi gata porque tenía miedo de parecer un hombre soso y ridículo a pesar de las variadas observaciones que había hecho de ella y don Zenobio se me anticipó con total naturalidad; ahora, tampoco había hablado con nadie de Cintya, una mujer que había empezado a cambiar mi vida perturbándome la mente, y de nuevo, Don Zenobio, adivinando los rumbos por los que iba mi existencia, empezó darme consejos como si fuera un laureado sobreviviente en la guerra de la vida.

Antes de comprometerme con Nelly, yo había estado enamorado de Cintya. Sin haber hablado nunca con ella, sentía que la quería, que mi vida estaría completa si pudiera tenerla, la imaginaba llevándola de la mano a todos lados, besándola en el parque, en la playa, en el cine; pero en aquellos tiempos no podía hacer nada porque era la novia de Andy, un sujeto que cuatro años después de haber estado con ella, se fue a Lima con sus padres, prometiéndole simplemente no olvidarla jamás.

Cuando yo tenía tu edad, hacía y desasía. Desde muy joven me acostumbré a darle a las mujeres lo que verdaderamente quieren. Hubo un tiempo en que me frené un poco porque me aterrorizó la enfermedad del sida; pero mis trabajos me ayudaban siempre a estar rodeado de hembras que finalmente atracaban conmigo. A mi mujer le habré sido infiel un millón de veces, pero ¿sabes? la verdad siempre sale ha descubierto y si en ese momento, no actúas con la madurez y la astucia precisa, estás perdido. Yo ya no sé que me espera, pero cuando tu pareja descubre que le has engañado, aunque te perdona, no olvida jamás lo que le hiciste y eso es un suplicio que lacera tu conciencia cada noche.

Por casualidades del destino, Cintya entró a trabajar a la empresa recomendada por un familiar del jefe. Al verla, reconocí aquel sentimiento de antaño, la misma angustia de creer estar frente al verdadero amor y no saber qué hacer. La primera vez que conversé con ella, pude confirmar que siempre supo de mis sentimientos. Recordaba quien era yo en aquellos tiempos, que hacía y con quien andaba, incluso recordaba mi nombre completo. ¿Aún estás enamorado de mí? ¿Aún quieres estar conmigo? leo a veces en sus ojos y en algunos de sus gestos; pero me detengo temiendo engañar a mi destino.

Don Zenobio dejó de hablarme porque recibió una llamada a su celular. Entonces, escuchándolo, pude darme cuenta que lo que me había dicho, era para convencerme de no caer en la misma trampa de la que él, aún no puede escapar, por que empezó a decir palabras cariñosas, inspiradas por una mujer, tal vez 10 o 20 años menor que él. Minutos más tarde, cuando terminamos de almorzar, llamó a la azafata para pedirle que por favor le alcanzara una bolsita, entonces empezó a juntar los huesos que habían sobrado y dijo: “Ahora sí, nadie más contento que mi gato”.

Minina es la única que me acompaña ahora. Después de 6 años de relación con Nelly, habiéndole huido al matrimonio infinidad de veces, ella decidió dejarme. Me acusó de ser otro hombre, uno más egoísta y retraído que el de los primeros años. Me culpó de haber permitido que ella se enamorara de un tipo que dice más palabras cariñosas y que da más amor, sin miedo al despilfarro. Quizás ella también necesitó de alguien maduro que la invitara a almorzar y que con sus palabras la convenciera de que en todo este tiempo de pecados, ha tenido suerte; que le advirtiera que algún día, las maldades cometidas nos condenarán sin tregua alguna. No sé. Quizá ella fue honesta y yo un cobarde.

En la vida celebramos con entusiasmo todos nuestros triunfos y siempre hay alguien cerca de nosotros dispuesto a compartir nuestras alegrías; pero cuando una derrota llega y nos encuentra solos, sin ánimos de afrontarla, el golpe duele aún más. Debí haber amado mucho a Nelly para que aún me duela su partida. Ella no se anticipó a lo que iba a hacer yo. Como siempre, había pensado dejar que mis días y mis horas siguieran su propio curso, como las aguas turbias de un río, iba a seguir imaginando que Cintya y yo terminaríamos juntos en un mundo paralelo, espontáneo, de fantasía, lejano de la realidad, la que hoy, me recuerda que estoy solo.

Acaricio a mi gata, juego con sus bigotes y sus orejas, admiro sus ojos, recuerdo mi primeros días sin ella, deprimido y denigrado por ratas que merodeaban mis sueños, entonces reconozco su labor, se lo agradezco y termino preguntándole “podrás cuidarme de mí mismo”.

sábado, 27 de marzo de 2010

Beatriz


Capítulo II

No puedo negarlo, aquellos años en compañía de “los zorros” pasé los mejores momentos de mi adolescencia. Recuerdo muy bien aquel día en que llegué a “Las Brisas”, supe en seguida que la pasaría muy bien. Mis nuevas vecinitas me dieron la bienvenida tímida y avezadamente. Se emocionaron al verme llegar, me enviaron saluditos e incluso las más atrevidas, algunos besos volados que hicieron que se me escarapelara el cuerpo. Yo estaba preocupado de que todas ellas vieran los cachivaches que descargaba del camión de mudanzas; pero parecía que la curiosidad de cada una de ellas estaba centrada solamente en mí. Era verano y tal vez en algo influía el clima.

La casa a la que me mudé era del hermano de mi mamá y estaba ubicada frente a una improvisada canchita de fulbito, junto a un bonito parque con pileta en el centro. Mi tío nos prestó su casa con tal que la cuidáramos. En aquella calle, que urbanísticamente hablando, era un pasaje, vivían chicas muy bonitas, pero la mejor de todas era Fiorella. Recuerdo que cuando la vi por primera vez me gustó mucho. Su casa estaba ubicada a unas diez casas de la mía. La encontré diferente a las demás, principalmente porque ella no demostraba demasiado interés en mí. Era trigueña, de ojos bonitos, creo que achinados, tenía el cabello ondulado y siempre lo llevaba suelto. Muy pocas veces podía verla sonreír. De todas ellas, Fiorella era la única que se ponía vestidos veraniegos, que cuando corría, parecían hacerla volar. Por las tardes, siempre salía al parque a jugar con su gatito y yo la miraba desde la puerta de mi casa y me quedaba encantado viendo lo tierna y dócil que era. Los primeros días, salí a darme un par de vueltas por el parque en mi bicicleta y aunque ella insistió en ignorarme, no pude dejar de admirar su belleza. Decidí también ignorarla, hipotéticamente hablando, claro.

No me imaginé nunca por qué Fiorella siempre salía tan puntual, media hora antes del atardecer, en compañía de su gato a sentarse en un banco, hasta que la vi un día comportarse de manera distinta. Un muchacho, tal vez de la misma edad que yo, cruzó el parque en bicicleta y volteó a la calle Teatro. Me había acostumbrado tanto a su espontaneidad, que aquel día rápidamente me percaté de lo nerviosa que se puso.
Yo, que por un momento creí que a quien miraba era a mí, también me puse nervioso; pero como no pude creérmelo, voltee a buscar a donde iba dirigida verdaderamente su mirada. Entonces vi a aquel muchacho que surcaba el parque en bicicleta raudamente, como si pasara por un lugar desabitado y desértico, como si su destino estuviera trazado y el lugar por el que pasaba en ese momento, no existiera en su mente. Alcancé a verlo bajando la vereda y volteando hacia la otra calle. Entonces Fiorella volvió a ser la misma de antes, de mirada melancólica y aire ensimismado. Agachó la cabeza en señal de desencanto, abrazó a su gatito, le dijo algo mirándolo a los ojos y como pocas veces, la vi nuevamente esbozando una sonrisa esperanzadora, mágica, de amor. Tres días después, cuando yo ya me había aburrido de la rutina, salí de mi casa minutos después del atardecer y pude ver, bajo un cielo encapotado de nubes negras, alumbrada por la luz amarilla del faro más divino del parque, a Fiorella, de pie frente al muchacho, que sosteniendo su bicicleta, la miraba dulcemente, intentando decirle que la única razón por la que él pasaba todos los días por el parque, desde hacía dos meses, a la misma hora y con la misma tímida determinación, era solamente para verla, admirarla y descubrir en sus ojos cuanto la quería.
Ahora yo me río, pero en ese momento lo primero que pensé, fue en salir también a buscar el amor de mi vida en bicicleta.

jueves, 18 de marzo de 2010

Sonrisas tristes

Parece como si el día se hubiese contagiado de mi tristeza. Tristeza de derrota, de resignación, de odio. Me invita al llanto, pero como sólo tengo ánimos contrarios, me río y recupero mis ganas de verte pasar bajo mi ventana. Por ti creo en el diablo mujer perfecta. El amor que algunos me profesan no alcanza el odio que me tengo. No hay compensación para este tipo de sufrimiento endemoniado. Es la primera vez que veo nubes grises, pensé que sólo eran una invención de los poetas odiosos. Hace años, a esta misma hora, en este mismo lugar, apagaba la luz de mi cuarto para dejarte pasar. No he podido olvidar el olor de nuestros cuerpos callejeros. ¡Cómo sufrías al no poder gemir! ¡Como gozabas pudiéndote mover! Cuando sentí curiosidad por ver el cuerpo que tocaba desapareciste. Por más que dejé mi mundo en tinieblas, jamás cometí pecado tan delicioso. Cuanta nostalgia de ti, de mi colchón al piso, de tu aliento a vino y mi aliento a cigarrillo, de mi ropa y tu ropa escurriéndose, que ganas de ir a buscarte al mismo infierno. La nostalgia y la penitencia de mis pecados se confunden en noches de soledad, la soledad necesaria, la que me consuela con el recuerdo de tu vestido rojo, de tu orgullo por las margaritas, de tu hermosura virginal. Las veces que me arrodillé a ti fueron cuando sentí que podías animarte a besarme tú también. En segundos de erección siento que no he dejado de quererte. Contigo si me arrepiento de todo, hasta de no haberte hecho el amor. ¡Qué odio por tu cabello suelto, por tu boca incontenible, por tu risa incomparable, por tus muslos excitantes, por tus manos pequeñas, por tus ojos insondables!. Cuantas ganas de ir a buscarte a tu misma casa, de adentrarme a tu cuarto, de intentar ver una película y terminar tirados en el suelo, con el sexo lubricado, mareados de amor verdadero, adormecidos de amor falso. Cuantas ganas de sentir tu cuerpo dando espasmos de excitación bajo la sombra de un árbol, de contenerte al recordar nuestros escasos 31 días de romance tardío. Hay días en que te recuerdo con una salsa, hay tardes en que te recuerdo con una balada y pienso que si voy a nuestro árbol te voy a encontrar allí esperándome, con los brazos abiertos y las piernas cerradas, con tus manos ansiosas de acariciarme y volver a hacerme llorar. Debo confesarte que me enamoré de ti cuando rozaste tu rodilla con mi pierna. Cuando dejaste que se exciten frente a mí tus senos de limón. Cuando de un día para otro te convertiste en mandarina, cuando una noche sin probarte, te sentí dulce y al día siguiente amarga. No habido mujer que diga quererme y al día siguiente, abandone mis esperanzas, dejándose besar del olvido. Por eso he aprendido a odiar con la piel, me rasgo las vestiduras recordando tu blue jean roto, tus zapatillas con pasadores rozados, tu cabello rebelde como el mío, creo que de verdad lo único que quise es besarte los párpados. Hoy te veo pasar en bicicleta, con el cabello suelto y la blusa levantada, recordándome que tienes las caderas más bonitas del pueblo, hoy te me presentas con ojos más bonitos. Hoy quisiera dejar de oírte y por fin escucharte, hoy quisiera besarte con los ojos cerrados y ver a través de tu amor verdadero, el sentido de la vida insana, tensa, opaca, irascible, incontenible, miserable, jubilosa y aceptar que te amo por que te amo a pesar de mis innumerables sonrisas tristes.