domingo, 31 de mayo de 2009

Me recuerda

Este mes he renegado de la vida. Me dediqué solamente a odiar, incluso al amor.
Odié ser un periodista, en su mayoría de veces, sólo de comisiones, me recordaba que muy tarde despertó en mí el interés por la cultura, por el orbe intelectual, por la realidad social. Odié el sol de mediodía, porque me recordaba que jamás podré escapar de mi triste realidad. Odié el viento de mi ciudad porque me despeinaba, me recordaba que muchos de mis sueños el viento también podría llevárselos algún día. Odié olvidar mis anteojos en casa (soy miope y me produce dolor de cabeza mirar a lo lejos), me recordaba que a pesar de todo, mi error más grande fue nunca haber visto lo que tenía cerca. Odié que se me cruzara alguien cuando caminaba apurado por la calle, me recordaba que a veces hay que aceptar obligadamente el destino, aunque se interfiera en nuestros deseos. Odié no poder abrir la ventana de la combi en que viajaba, me recordaba que soy un debilucho que en circunstancias adversas no podría escapar de la muerte. Odié que la mamá de mi hijo intentara ser buena justo ahora cuando ya es demasiado tarde, me recordaba que hasta hace poco me gustaba más enojada y que en tiempos aquellos, quise inventar una frase más poderosa que decirle “te amo”. Odié haberme enamorado veinte mil veces y creer que por las noches, estoy enamorándome por primera vez, me recordaba que el arrepentimiento casi siempre le gana a mi débil cordura. Odié tener que perder tiempo afeitándome, me recordaba que hasta hace poco pude ser atrevido y tener más de dos caras. Odié terminar la jornada en calles que no conozco, me recordaba que he vivido agitadamente pero sin saber en donde he estado parado. Odié al amor sin amor, me recordaba que desde hace mucho tiempo la verdad se fue de mi vida y que no debería esperar el cielo. Odié que el tiempo pasara rápido y que me dejara sin escribir, me recordaba que el mejor sacrificio que podría hacer es con mi propia vida, hasta que la soporte. Odié regresar a casa en las noches, me recordaba que siempre he estado sólo por razones que aún no sé explicar. Odié descubrir que siguen pasando los días sin estar feliz, me recuerda que no tengo su amor… y que la imaginación jamás perdona…

sábado, 30 de mayo de 2009

El pato y el pollo

En el corral de una familia lambayecana, vivían un pato y un pollo que no se llevaban muy bien. En lo único que coincidían era en que ambos tenían la certeza de morir jóvenes, sin haber tenido hijitos (pollitos y patitos). Y se aterraban tanto cuando a la puerta del corral aparecía la dueña de la casa, que corrían atarantados sin saber en dónde esconderse. Conocían bien cuál había sido el destino de cada uno de sus hermanos y se imaginaban que ocurriría lo mismo con ellos:

- Tú iras a la olla primero!,- le gritaba el pato al pollo, furioso de no poder atraparlo las veces que le robaba el maíz y lo dejaba sin alimento.
- ¡Al menos quiero comer bien y gozar el tiempo que me queda de vida!, le replicaba mofándose el pollo, quien siempre sacaba ventaja de su agilidad para correr.

El pato enfurecido trataba siempre de picotearlo, pero nunca lo alcanzaba y el pollo se burlaba de él a carcajadas diciéndole:

- ¡No sirves para nada pato rechoncho, jaja, no sirves para nada, jaja!

Una tarde nublada de febrero comenzó a llover muy fuerte.
Por temor a que los ladrones entren de madrugada al corral y se roben los animales, la dueña de la casa siempre los arreaba hasta su cocina y los guardaba; sin embargo aquel día nadie vino por ellos; ella, el señor de la casa y sus hijos, buscaban la forma de impedir que el agua se colara por los techos y malograra sus pertenencias. Los ladrones, por su parte, vieron mojadas sus expectativas.
El pollo asustado y con pánico, veía como el pato flotaba con astucia en la laguna que se había empezado a formar. Lo observaba nadar libremente, como si lo hubiese hecho en toda su vida y él no recordara cuando. Y mientras tanto a él, el agua, poco a poco lo iba cubriendo. Y cuando ya no resistió más y empezó a hundirse, rogó al cielo que la dueña de la casa venga a rescatarlo y pueda disfrutar un día más de vida, pero nunca llegó.
Al día siguiente, el pato, que aún nadaba en el agua, feliz por el regalo que había caído del cielo, echo de menos a su enemigo el pollo. Lo buscó, viendo sorprendido lo que había pasado a su alrededor sin que él se haya dado cuenta. Entonces, en una solitaria esquina, descubrió el cadáver tieso del pollo, flotando iluminado por los primeros rayos del sol. Constriñó los parpados y se lamentó; pero no por no haber podido ayudarlo, sino porque instantáneamente, descubrió que el primero en ir a la olla iba a ser él y no el pollo, ahora que se había quedado sólo.
Efectivamente, con el fenómeno del niño, ese 15 de febrero del 2004, hubo escasez de alimentos en el mercado del pueblo, y la dueña de la casa agradeció a Dios que su pato haya sido el único animal en sobrevivir y rezó una oración diferente a la hora del almuerzo.

Moraleja: Nadie conoce su destino, por eso debemos de vivir en paz y armonía con todos nuestros semejantes cada día de nuestras vidas, como si fuera el último.
(A mi sobrina Yomira)