jueves, 17 de julio de 2008

El escritor que quiero ser

Ahora creo que ya nada me va a salvar. Tal vez no sea cierto eso de que hay tiempo para todo. Me estoy quedando varado en el desencanto y la decepción cada vez que mi alegría encuentra (obligada) su razón de ser en horas derrochadas, en lugares en los que realmente no desee estar. Para mi ser exterior o al que todos conocen, mi felicidad es la literatura, mi nueva familia, el fútbol, las películas, escribir; pero para mi ser interior, al que obviamente nadie conoce, a ese nada lo complace y me tiene nervioso, intranquilo y enojado conmigo mismo.
Quisiera compartirlo para ver si así lo tranquilizo un poco, exorcizarlo con este método que adopté de no me acuerdo quien. Ahora son tantos a los que quiero alcanzar, igualar y superar que el método para lograrlo, alguno de ellos mismos me lo debe de haber dado, de seguro Varguitas, mi mentor más cercano. Queda subscrita mi admiración por él y la recomendación formal de este método infalible. Estoy seguro que al final de estas líneas alcanzaré la seguridad que necesito, hasta que de nuevo recaiga y vuelva a aporrear mi teclado de escribidor digital, escritor de quinta, escribidor pobre, se me ha dicho tantas cosas, que creo que mi inseguridad radica en mi necesidad primaria de callarle la boca a mis propios amigos que se olvidan que soy resentido, que soy El Picón.
Este es mi gran problema, el que no puedo resolver o al que no puedo llegar. Debo aceptar que soy un neurótico entonces, si es que así son, todos aquellos que tienen problemas consigo mismo. Espero al menos no encabezar la lista nacional. La inmadurez que acompaña mi ideal corrupto, el candor que robé de la tierra que jamás debí pisar y que ahora pareciera que la nostalgia se encarnizara a propósito para hacerlo perder su encanto en mí, me hace desear irme sin alejarme, me hace odiar y amar, enfermarme y convalecer, pero sé que es imposible y entonces deseo alejarme sin irme, son dos mundos diferentes al que puedo llegar pero desviándome de mi derrotero.
Y yo me pregunto ¿qué es lo que le da vida a mi vida? ¿una emoción o un anhelo?; ¿una creencia o una consigna?; ¿el placer o la pasión?, ¿el deber o el amor?. Pido perdón al espíritu de William Faulkner si me escucha escribir esto. Ahora estoy siendo un escritor de inspiración, siento que he faltado a una norma suya, pero creo que a la inspiración no se le puede soslayar, es inevitable querido maestro, además algo de la brillante retórica suya me la contagiaron los que lo leyeron y estudiaron y a los que yo ahora leo y estudio, así que sólo vale escribir rezando que tengan ganas de leerme. Pasó su tiempo maestro de mis maestros, (aunque el suyo siempre vuelve como la luz de agosto) ahora yo lucho con el mío.
Sé que muchos están escribiendo, mi mentor más cercano lo sigue haciendo y me alegra, él espera que su corazón siga latiendo por cinco años más, para que pueda terminar otra novela. Y yo apenas tengo esbozado fiel a su estilo, apenas trece cuentos, uno terminado y otro por terminar. A este lo he dejado de lado un momento porque la desconfianza entró de nuevo a acaparar todos mis pensamientos. Entra a modo de dolor de cabeza. Me he imaginado dando una entrevista, explicando la estructura de mi primer cuento a alguien que me cuestiona con buenos argumentos. Le explico cómo es que elegí a ese narrador y a regañadientes voy convenciéndolo. Le explico que he inventado mi propia teoría, la del anticuento y me doy cuenta luego de que estoy tratando de convencerme a mí mismo, de que lo que estoy haciendo sí tiene sustento. Y pienso que los escritores necesitamos (vaya me he incluido) que alguien nos diga que lo que estamos haciendo está bien, que tenemos futuro, y creo que eso es lo que a mí me hace falta.
Mis amigos los del boom compartían sus arrebatos. En mi entorno no tengo a nadie con quien compartir, o tal vez soy completamente desconfiado. La inspiración acaba de írseme, pero sé que regresará para darle cierre a este monólogo, ahora escribo desde mis experiencias. Le decía a mi entrevistador que mis inicios como escritor radican en las lecturas de los autores de aquellos cuentos que me cautivaron en mi adolescencia, y que aprendí más cuando empecé a leer sus vivencias, las que ellos mismos nos cuentan en artículos o en entrevistas, donde comparten con nosotros sus logros y derrotas y la manera como fueron aprendiendo.
Y así he ido avanzando yo también, sé del cuidado que ponen muchos en la forma, la que tampoco debe ser muy tosca, pero hay algo en lo que sí no estoy de acuerdo: muchos aseguran que el tema nunca lo eligen, parten siempre de una experiencia o de algún hecho que escucharon para después dejar volar su imaginación, dándole paso de esta manera a la ficción. Cuando yo me enteré de esto, como lector sufrí una decepción, porque supuse que muchos de los cuentos que había leído no eran reales, que jamás habían sucedido en la vida real, que esos finales habían sido producto de la obediencia de una pluma inerte, incluso ya podía imaginarme la parte del cuento que había sido inventada. Por eso como escritor y para respeto de los lectores me propuse escribir historia reales, contradiciendo el concepto actual de cuento, todo tal como sucediera, no siendo demasiado formal ni demasiado descuidado tampoco. Y así, recién apenas tenga escrito dos anticuentos, sé que cuando lo lean y sepan que todo ha sido un hecho de la vida real, sentirán que de verdad han aprendido algo más, porque así lo ha establecido la experiencia de alguien, tal vez la mía o tal vez la de algún conocido, o de alguien que yo haya escuchado o escudriñado.
Eso sí, cuando tenga que recurrir al método tradicional daré una advertencia. Por ahora sólo busco como ostentar lo real de mis fantasías. Ahora debo sincerarme y decir que lo que tengo es miedo a la derrota y que la apaño con muchas excusas, como que el medio no atrae, o que todo lo hace mal y al revés, o las obligaciones que me condenarían si no las cumplo y que me quitan tiempo, por eso creo que si no logro imponer mis ideas, si la crítica no acepta mi teoría, voy a hacerlo también todo mal, me corromperé como ellos pero al estilo de un artista, al estilo de un loco escritor: justificaría mis triunfos, me jactaría de mis errores, replicaría la razón y la verdad, le guardaría rencor a todo lo bueno que ha dado esta necia vida. Y es que con el pasado en el presente y el futuro como una incertidumbre puedo sentir que el mundo da vueltas, y que no existe gravedad para esta mente perversa que empieza a volar hasta lograr exaltar algo bueno en mí mismo, y lo único que encuentra es mi deseo profundo de ser escritor. Entonces nace la idea, los bosquejos y los primeros párrafos de unos cuentos que cuando los termine me sentiré contento y entusiasmado de haber dado el verdadero primer paso, he aquí entonces donde expiran mis miedos y mis dudas de manera formal. Les digo adiós.

Y como le dije de manera tajante y sin pensarlo hace poco a mi fiel compañera cuando me preguntó qué haría yo si no cumplo mi sueño de ser escritor: “no cabe respuesta en tu pregunta amor, estoy demasiado confiado y más en estos días en que he tenido tiempo y he empezado a escribir, se que lo lograré, espero sea a corto plazo, pero llegaré a ser el escritor que quiero ser”