miércoles, 29 de julio de 2009

Itinerario infantil


10 am
Salió al parque que está al frente de su casa, hurgó entre el pasto - buscaba todo tipo de insecto rastrero - encontró uno, una hormiga negra, fácil de atrapar. La metió dentro de una botella pequeña, la contempló con entusiasmo y la samaqueó un poco. Entró corriendo a su casa y se dirigió hacia la cocina; tuvo varias ideas, pensó en varios objetos, al fin se decidió. Abrió la refrigeradora, destapó la botella y dejó caer a la hormiga dentro del fresser, elevó al máximo el grado de temperatura manipulando el termostato, cerró la puerta y calculó media hora. Mientras tanto, fue a buscar más insectos. Encontró un escarabajo, una mariquita, una libélula, y un insecto negro muy raro, aparentemente inofensivo. El saltamontes era el único insecto al que no se atrevía coger porque le aterraba su aspecto. Transcurrida la media hora, se dirigió nuevamente a su cocina, abrió la puerta del freser y encontró a su hormiga petrificada. La guardó en una caja y nuevamente vació todos los insectos de su botella en el fresser y los encerró para que se mueran de frío. Cuando los fue a buscar una hora más tarde, todos estaban muertos, menos el insecto negro aparentemente inofensivo, que al caer en la caja con los demás insectos empezó a moverse desesperadamente. Las almas en pena de los otros insectos que acababan de morir congelados lo atormentaron con envidiosa maldad por ser el único en sobrevivir. Él no lo pudo ver y nunca lo supo.

11 am
Entró al cuarto de sus padres y buscó entre las pertenencias de Ricardo. Encontró varios objetos: una caja de herramientas de color roja, una caña de pescar, un cuchillo envuelto en cueros parecido al que usa Rambo y un fumigador pequeño. Al encontrarse con este último objeto, se alegró. Recordó la forma cómo lo usaba su papá. Lo manipuló y se imaginó varias cosas, al fin se decidió por una. Fue a la cocina, llenó de agua el fumigador y lo mezcló con detergente, lejía y pulitón, quiso meterle más cosas pero no encontró que. Salió a los alrededores de su casa, buscó los huecos de donde varias veces había visto asomarse arañas negras, apuntó y empezó a disparar. Las telarañas llenas de polvo se humedecieron y ennegrecieron y dejaron aparecer desconcertada a una araña negra. Afinó su puntería y la atacó sin piedad. Los chorros de agua salieron con fuerza aplastando a la araña. Al final la pisó y se fue en busca de más trampas malditas. Ningún arácnido sobrevivió a sus ataques. Las almas en pena de todas las víctimas de las arañas se le acercaron a vitorearlo, pero él no los oyó.

3 pm
Fue a buscar a sus loritos. Estaban encima de la refrigeradora, metidos en su jaula, allí acostumbraba a ponerlos su mamá. Los encontró adormilados con sus picos hundido entre las plumas de sus espaldas. Cogió un banco y subió para verlos. Se despertaron y movieron sus patitas temerosos de su presencia. Asió la jaula con fuerza y bajó con ella. Restos de choclo y caca cayeron al piso. Renegó porque tenía que barrerlo luego. Puso la jaula en el suelo y les abrió la puerta. Se sentó a esperar a que salgan. No lo hicieron y entonces decidió sacarlos a la mala. Una vez afuera, los dejó caminar y se rió viendo el movimiento de sus patitas. Los cogió con las dos manos y empezó a lanzarlos al aire. Se divertía viendo como aterrizaban: agitaban con todas sus fuerzas sus alas cortadas para evitar la caída aparatosa. Se le ocurrió una idea genial. Salió de la cocina y se fue a su cuarto en busca de sus carritos de juguete - de esos que arrancaban impulsando sus llantas hacia atrás. Al regresar los encontró quietecitos en la puerta de su jaula. Los levantó y los puso en medio del piso de la sala. Calculó cierta distancia prudente y les apuntó. Cuando el carro salió disparado rectamente hacia los loritos, notó en sus pequeños ojos una expresión de alerta que le causó mucha gracia. Dando un gran salto y aleteando fuerte, los loritos evitaron ser atropellados. Repitió la malévola escena una, dos, tres, cuatro veces más; pero los loritos siempre lograban esquivar el carro y resultaban ilesos. Al final, decidió regresarlos a su jaula, orgulloso de la destreza de cada uno. Los loritos lo maldijeron deseándole la peor de las tristezas, él jamás se lo imaginó.

4pm
Su afán coleccionista lo puso en práctica con insectos y animales. Salió a la calle a cazar lagartijas. Le daba la vuelta a todo el barrio. Especialmente, iba por los terrenos aún sin construir. No podía cazarlas solo, lo hacía con todos sus amigos. Al igual que él, ninguno de ellos tenía mejor forma de divertirse que ensañándose con las lagartijas y los grillos. Él llevaba puesto un chor con cierres en los bolsillos. Cuando en el camino encontraba algún grillo, lo atrapaba con las manos y lo guardaba en su bolsillo. Él le perdonaba la vida a las lagartijas panzonas porque sabía que eran hembras y que iban a tener lagartijitos muy pronto y aunque le costaba mucho convencer a sus amigos de que no las toquen, lo hacía. Cazaron una, dos, tres, diez lagartijas y las metieron de cabeza en una botella de plástico. Cuando no podían acorralarlas recurrían a las resorteras y palazos. En la caza furtiva y despiadada, muchas lagartijas perdieron su cola. Ellos se asombraban de ver cómo la cola arrancada parecía tener vida propia moviéndose de derecha a izquierda. Alguno de ellos tuvo la disparatada idea de decir que había que mearlas porque sino, iban a volver a crecer, entonces todos sacaban sus pichulitas y empezaban a chorrearles sus meados. Todos creían que eso surgía efecto porque al rato la cola dejaba de moverse. Otras lagartijas morían y ellos decidían abrirles sus cuerpos para descubrir que es lo que llevaban dentro. Al llegar a casa, él se adueño de la botella llena de lagartijas y la escondió en la tapa del medidor de agua, un escondite en donde sus padres nunca buscaban. Cuando las encerró, ellas le clamaron libertad, pero él no distiguió en sus rostros ninguna pisca de desdicha. Nunca supo que lo aborrecieron hasta el último segundo de sus vidas. Luego buscó sus grillos en el bolsillo de su chor y sólo halló un hueco. El último grillo en escaparse se burló de él gritándole niño tonto. Él no lo oyó.

11pm
Salió de su cuarto sediento. Su mamá no lo dejaba tomar agua tan tarde porque se orinaba en la cama. Como ya todos estaban durmiendo, fue a la cocina a calmar su sed. Al prender la luz vio decenas de cucarachas que hurgaban entre las hornillas de la cocina buscando residuos de comida. Algunas desconcertadas por la luz repentina, regresaron a su escondite y otras no se movieron embelesadas con su alimento. Pensó en algo. Apagó la luz y prendió una vela. Cogió un cuchillo grande y con la vela en alto se acercó a las hornillas. Con suavidad acercó la hoja del cuchillo a la cabeza de la cucaracha más hambrienta y cuando la tuvo muy cerca la decapitó. Esbozó una sonrisa de sorpresa al ver que la cucaracha salió corriendo dejando olvidada su cabeza. Tuvo otra idea mucho más perversa que la anterior. Ladeando la vela, la acercó hacia otra cucaracha y le dejó caer encima la cera caliente. Asestó y quiso reírse a carcajadas viendo los retortijones de dolor de la cucaracha. Esta se volteó patas arriba y él sonriendo maliciosamente, aprovechó para rociarla con la cera caliente hasta cubrirla por completo y dejarla sepultada. Mató a muchas así, a más de 20 quizás. Todas gritaron de dolor, le suplicaron piedad, exclamaron perdón, pero al no encontrar respuesta maldijeron su cobarde existencia. Él nunca supo cómo escucharlas, hasta ahora.