sábado, 30 de enero de 2010

Beatriz

Capítulo I

“Un amor cobarde siempre está lleno de remordimientos” (SR)

La chica más bonita del barrio se enamoró de mí. Todos la querían pero ella sólo se fijaba en mí. Decía que ninguno de nosotros le gustaba, que nadie del barrio le interesaba; pero al igual que yo, ella me quería, lo sabía y ambos sufríamos secretamente. En esa época yo tenía 14 años y era demasiado tímido y además era el chico al que todos molestaban, al que todos fundían, el centro exacto de la burla. Me tocó ser el más monse del barrio. Eran momentos trágicos, de impotencia. Delante de ellos yo no podía pronunciar su nombre, me era imposible decir Beatriz cuando todos hablaban de ella; sólo escuchaba en silencio, soportando un calambre álgido en el estómago, sintiéndome orgulloso y cobarde a la vez y dilatándome el dolor de un amor que creía era inalcanzable. En cambio ellos la mentaban, la describían, la deseaban, y yo me daba cuenta que lo que sentían por ella, era muy diferente a lo que sentía yo y pensaba que si delante de todos me atrevía a nombrarla, descubrirían que la amaba, que la adoraba, algo en mi modo de decir su nombre me delataría, lo sentía. Y entonces estar enamorado de Beatriz hubiese sido más doloroso, mi amor por ella hubiese sido cruelmente gritado a los cuatro vientos y ella hubiese sido presionada y ridiculizada por el círculo de chicos y chicas pueriles que exigían conocer lo que opinaba del flaquito tímido que se había enamorado de ella. No quiero imaginar si hubiese sido para bien.

Solamente a solas podía decir Beatriz, llamarla, imaginarla; pero nunca hice algo, nunca me atreví a confesarle que estaba enamorado de ella, callé, fui el hombrecito más cobarde sobre la faz de la tierra; pero este mundo, (destino, suerte o lo que sea) no es ingrato. Beatriz me quiso, tal vez tanto como yo la quise a ella.Cuando nuestros grupos se juntaban para jugar voley, carnavales o para celebrar el cumpleaños de algún amigo, nuestras miradas se cruzaban y entonces, otra vez, parecía como si dentro de mí, mariposas volaran poniéndome muy inquieto y nervioso. Eran de esas miradas que dicen todo en un segundo: lo que sientes, lo que piensas, lo que anhelas, lo que sufres, lo que callas. Y cuando parecía que la providencia nos iba a juntar de tanto mirarnos o cuando por alguna casualidad intercambiábamos palabras, no faltaba aquel pillo que encontraba la forma perfecta de ocultar sus miedos y evitar ser fundido que escudándose en mi jacarandosa figura. Entonces, cómo yo nunca fui bueno para defenderme o para resaltar los defectos de los demás e inventar apodos, todos me agarraban de punto y así mis ilusiones terminaban desvaneciéndose. No me quedaba más remedio que maldecir mi mala suerte. Solo en mi cuarto, renegaba y suspiraba amargamente recordando sus ojos, su cabello suelto, su sonrisa, su forma de caminar, sus movimientos al bailar, sus manos blancas y su voz que nunca decía mi nombre, pero que en su mente lo gritaba, lo suspiraba, al igual que yo. Eran noches, madrugadas y amaneceres en la dolorosa compañía de su recuerdo. Un recuerdo de fantasía que solamente ameritaba mi voluntad para volverse realidad. Una realidad palpable, acariciable. Pero estaba perdido, extraviado. Yo era como un cachorrito sumido en un mundo de lobos, hienas, coyotes y zorros, sobre todo zorros.

Solamente cuando jugábamos fulbito a mí me tocaba llevar la batuta, formaba parte de los altos mandos, de los que encabezábamos el grupo. Allí yo estaba en mi territorio, donde me desenvolvía con soltura y en donde nadie podía faltarme el respeto, en donde yo podía gritar, insultar y hasta dar de patadas. Me daba el lujo de dejar a varios sin jugar, los condenaba al bancazo, llamaba a quien me daba la gana; pero recuerdo que siempre estaba triste pensando en el día en que por fin podría estar con Beatriz. Hubo un tiempo en que incluso, tanta era mi ansiedad por ella, que le dedicaba cada uno de mis goles, íntimamente claro. Dejé que pasara cada día y cada noche, creyendo que lo nuestro sería eterno y que por alguna fuerza magnética amaneceríamos, atardeceríamos o anocheceríamos juntos, sin saber que ella abría su corazón a otro amor que no sea tan lento, indeciso y cobarde como el mío.

(También en http://www.laperrafreak.blogspot.com/)