domingo, 30 de noviembre de 2008

Los individuos gigantes

Hay días en que me siento útil y otros en que me siento empequeñecido por individuos gigantes. Individuos que día a día aparecen en las páginas del diario retratando su talento, virtud, trabajo u obligación en una noticia redactada con un estilo único. Algún día quisiera saber cuantos otros individuos la leen y cuantos otros la ignoran. Saber si en algún momento de tantos días idos dejaron de ser individuos y fueron personas con nombre renombrado y no con “crédito”. Ha habido veces en que yo he logrado ser individuo gigante y ahora intento ser persona como ellos, si es que lo son y lo fueron. No es que tenga envidia o ego mellado, al contrario, me embarga la emoción de conocer y me conozcan y me reconozcan como parte de ellos, personas que hacen y deshacen como si se peinaran, lo que yo en toda mi vida e intentado hacer desde otra perspectiva. Publicar en un periódico es tan igual como publicar en un libro, ahora lo creo. Cuantos libros habrán llenado en todos estos años de trabajo en que nota a nota recrearon acontecimientos, denuncias, grescas, protestas, muertes, asesinatos, suicidios, conferencias, presentaciones, festivales, marchas, desastres, etc. Entre escribir y redactar hay una gran diferencia, quisiera decírselos algún día, tal vez el día en que los alcance, tal vez el día en que sea periodista con innumerables e innombrables fuentes, con directorio propio o el día en que llegue con más de cuatro notas: nosotros redactamos, no escribimos, somos redactores, no escritores. La vida del escritor esta llena de páginas, no de caracteres. Es lo que creo, pero mi situación actual me hace pensar que es lo mismo y me quedo callado. Llegaré a adecuarme y a atreverme a establecer la diferencia y luego a contradecirme, como siempre lo hago con el tiempo y decir que publicar en un periódico jamás será igual que publicar en un libro. Me he abandonado al tiempo que dura un diario, tal vez por eso mi preocupación de aparecer en él a diario, espero que no se me acabe y que a la larga estas líneas no sean sólo el ensayo literario de un informe que deberé presentar para mi curso de prácticas externas en la universidad. Aún soy universitario, aún soy un escribidor, ahora soy practicante, ahora ensayo y aprendo periodísticamente. No sé si es porque tengo el defecto de intentar ser siempre perfeccionista en todo lo que hago, o porque es cierto lo que me dijeron un día: es más fácil pasar de ser periodista a escritor que escritor a periodista. En las noches me dan vueltas las frases de una noticia que de tanto haberlas leído y releído buscando armarla con elocuencia se me grabaron en la mente. Hago poco y me demoro mucho. Tal vez sólo le estoy restando segundos a la oportunidad de quedarme aquí. Quiero quedarme y a veces siento que yo mismo me estoy botando a patadas. La sala de redacción nunca la imaginé así, tan parecida a un aula sin profesor. Me gusta y me asusta ser el nuevo. Eso es lo malo, yo soy como el alumno nuevo en un aula con profesor ausente, que creyó que porque aprendió a coger y usar bien el lápiz, se le iba a hacer fácil averiguar y resolver sus tareas. Espero poder justificar con noticias la confianza que deberé tener para entrar en el juego de los demás alumnos. Siempre he sentido que he luchado contra el tiempo, pero nunca tanto como ahora.

¿Han llorado por ti?

En mi imaginación me dijiste más palabras, hoy te escucho sólo en mi adolorido recuerdo. Te escribo una más de las 500 cartas que te envié y no te envié, las que te escribí en email y las que por falta de tiempo te escribí sólo en mi mente, con la nostalgia desbordando en mi mirada perdida. Y claro, sólo tú entenderás lo que quiero decir, y de seguro también la única que intente hacerlo, con esas mimas ganas que siempre deseé de alguien más que no seas Tú. Tal vez mi voz llegue a ti como el vuelo de un insecto (cualquiera) directo hacia el cristal de una ventana cerrada, pero eso sí, un cristal hermoso por su transparencia. Y te escribo imaginando tu linda mirada leyendo estas palabras, e intento cerrarte aún con un beso los párpados. Quise armar una caja de cartón y forrarla de varios colores con papel lustre, para que ahí guardes todas las emociones que siempre coleccionas sin darte cuenta, pero temí que lo uses para guardar melodías que yo nunca podré crear. Sí, soy de esos sujetos. Me imaginé a tu lado interpretando las letras de las mil y un canciones que me regalaste y que nunca terminé de escuchar. Te lo propuse un día y me dijiste “no sé”, un no sé que fue como las palabras blancas en fondo blanco queriendo ser descubiertas al final de nuestras tantas olvidadas cartas. No sé por qué pero cada vez que te imaginaba, extrañamente aparecías a mi lado sentada en las gradas de una escalera, sonriéndome, con tu cabello suelto rozando mi hombro, acariciándolo. Tal vez porque el camino que había que seguir para estar contigo era así, podía llevarme al mismo cielo, o hacerme caer a un profundo abismo, por no decir al mismo infierno, sabes por qué, pero te quiero y siempre te querré, disculpa por hacerlo, tal vez sea la última vez que te lo diga, así en carta, tal vez la próxima vez que te vea, te lo escriba, así en el aire, como lo escribo ahora en este octavo o noveno cuarto, donde tu nombre sigue siendo lo único que respiro. Intenta no alegrarte y entristecerte a la vez. Me rio pensando en tú y yo, imaginando a Milena y Kafka, imaginando a Louise y Flaubert. Qué raro, no te lo había dicho pero te juro que de ellos dos, sólo he leído el primer capítulo de sus más importantes obras, después las abandoné, tal vez de la misma forma en la que tú me abandonabas y me abandonaste en definitiva. No diste vuelta a la página, cerraste el libro de mi amor sin importarte lo que podrías vivir después, sin importarte lo que podría hacer y dar por ti. Lo viste complicado o te bastó con las primeras líneas de mis sentimientos para adivinar que jamás te llenarían… Linda. Es así como siempre te decía. Creo que ya ha pasado un mes desde la última vez que te lo dije en una carta y me pregunto con nostalgia, respirando, si me contestarás de inmediato, dulce, como la última vez cuando la inspiración no nos perdonó. Mis días ya no son los mismos, con decirte que he cambiado la manzanilla por el café del mismo modo en que por necesidad intenté olvidarte. No voy a decirte si lo logré. Aunque debo confesarte que hubo días en que te extrañé muchísimo, con urgencia de leerte como si te escuchara. Imaginándote…El día que fui casi de tu mano a escuchar mi mención honrosa inscrita en un diploma, conocí a una poetisa de ojos claros y casi me enamoro de ella, lo confieso, me habló de poetas que yo nunca había escuchado, me habló de libros, canciones y películas y me recomendó emocionada que vea “La sociedad de los poetas muertos”, pero le hizo falta conocer a un grupo de los que a ti tanto te gustan para poder arrancarte de mí. Jamás en su vida había escuchado de La Buena Vida. Me despedí de ella como si sólo hubiese estado sentado a su lado escuchándola unos cuantos minutos, sin pedirle su número celular ni su correo, ni nada... Quiero despedirme para siempre, estar enamorado de ti me recuerda que la inspiración puede hacer de un texto algo muy hermoso para todos, lo siento por intentarlo, pero no debo distraerme más, hoy pendo de un hilo... Te deseo felicidad. Te habrás dado cuenta ahora que dos veces he ensayado ser tu amigo y no he podido, lo aparento, he confirmado ser tu pretendiente, no sé de todos los que tienes, cual, pero recuerda que sólo soy el que te sigue queriendo mucho.