martes, 22 de diciembre de 2009

El sucio animal


No puedo dormir... En todas las casas que he vivido siempre nos sucede lo mismo. La verdad es que así como ahora, nunca hemos estado solos. A parte de mi familia (mi mamá, mis dos hermanos y yo) siempre se nos infiltra un miembro más. Un individuo que, a falta de mascota que haga las de guardián, hace de nuestro hogar, un refugio en donde fácilmente encuentra protección, calor y sobre todo comida. Puede entrar y salir a cualquier hora del día. Las viviendas baratas pero de barrios modestos que alquilamos, son como un colador roto, siempre dejan pasar algo, y sobre todo, siempre carecen de algo, agua, a veces luz, pero siempre piso. No tienen piso y eso le da a nuestro hogar un olor característico, como a cemento y polvo humedecido.

Este sujeto abominable, a pesar de que lo insultamos y le ponemos avisos evidentes para que entienda que si no se larga vamos a tratar de exterminarlo, siempre regresa y a veces con todos sus parientes. Somos pobres, pero ya habremos gastado una buena cantidad de dinero en todas las veces que hemos intentamos matarlo. Cuando las trampas y porciones de comida mezcladas con veneno no funcionan, inquirimos bien cuál es su escondite - la cómoda, detrás de la refrigeradora, dentro de la cocina - hasta lograr ubicarlo; entonces, como sea, lo obligamos a salir. Pero parece que supiera que afuera, tres escobazos certeros y fatales le esperan para intentar ponerle fin a su cochina vida. Lo cual, la mayoría de veces, es una mera fantasía, porque su agilidad es tan grande, que en un descuido nuestro, mezclado con gritos de pavor, logra burlar nuestra asechanza, escurriéndose por nuestros pies que siempre tratan de eludirlo. Al final, logra lo que nosotros menos queremos: adentrarse en nuestro dormitorio, el único en esta casa en la que más nos ha hecho padecer.


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Y esa es la peor desgracia que nos puede suceder, pues nos pasamos horas y hasta días enteros tratando de sacarlo. Tenemos que abrir cajones controlando el miedo a cruzarnos con su horrible y untuoso cuerpo peludo. Echarse a dormir sabiendo que puede estar en cualquiera de nuestras camas, es una mala idea que todos rechazamos. Así le dejemos un banquete afuera con la esperanza de que después salga a comer, ninguno acepta compartir su lecho con aquel inmundo animal, así sea por unos minutos. Nada. Peor aún después de haberlo visto en todo su craso esplendor. La verdad es que lo habremos derrotado en muchas batallas pero siempre nos gana la guerra.

Una de esas tardes en que había un silencio contagiante en el ambiente - como si la pereza hubiese llegado con la brisa y hubiese mandado a muchas personas a tomar una siesta - yo ya me había dado por vencido al percatarme de su tan pronta aparición. El menor ruido posible, se captaba en mi destartalada casa con eco. Bruscamente y sin importarle nada, prorrumpía en cualquier parte de la casa, sin miedo a represalias, como si nuestros gritos de miedo ante su presencia le hubieran dado la confianza de creerse un monstruo poderoso y aterrador. Tantas veces se nos había escapado que ya se creía invencible y tal vez hasta inmortal, porque no había veneno que pudiera hacerle estirar la pata, siempre salía ileso de nuestros platillos.

Descaradamente, mientras que yo me disponía a cambiarme de ropa para salir a jugar fulbito, él o ella (difícil saberlo) hacía alboroto en la cocina, sobre todo con las tapas de las ollas. Esto me causaba miedo e indignación, porque imaginaba nuestro almuerzo contaminándose con microbios procedentes del desagüe o con algún pelo hirsuto caído del asqueroso cuerpo de ese animal. Aún así decidí ignorarlo pues suficiente había tenido ya con la noche anterior, cuando a las dos de la mañana lo vi cruzar el cuarto por encima de las camas de mi mamá y de mi hermana, mientras que ellas no sabían si coger algo para golpearlo o seguir observándolo temerosas, para evitar ser tocadas o rozadas por su cuerpo peludo.
Yo, que me sentía protegido en la altura de mi camarote, di un suspiro de resignación arrojando mi cabeza sobre la almohada, al mismo tiempo que maldecía su existencia y su empeño en seguir haciéndonos la vida imposible.

Abrí mi cajón y al sacar un polo deportivo, dos pequeños trozos de caca perfectamente ovalados rodaron por mi ropa. Yo ya había visto esto anteriormente, pero nunca se lo comentaba a mi mamá ni a mis hermanos para no acrecentar su temor y sus dudas, pues ellos eran los que dormían abajo y yo no sabía con certeza, si el sucio animal se surraba mientras tratábamos de expulsarlo del cuarto o mientras dormíamos, si era así lograba meterse por debajo de la puerta aunque la cubriéramos con maderas y piedras. Sólo me quedaba sacudir toda mi ropa y borrar cualquier evidencia que asustara más a mi familia. Y así lo hice, mientras que afuera el abominado seguía haciendo de las suyas en la cocina. Sigue buscando que comer, maldito pensionista, le dije.
Cogí mi balón, ya con mis zapatillas puestas y empecé a hacer dominadas en ese estrecho espacio de mi cuarto, vulnerado tantas veces por el sinvergüenza. No quería cruzarme con él, su pomposa presencia había traumatizado mi voluntad a hacerle frente y renegaba de impotencia al no poder salir de mi cuarto sin tener que pasar por la cocina.
Pensar que me encontraba en casa, sólo con él, me llenaba de miedo; pero me hacía también imaginar las más cruentas venganzas, como torturarlo si pudiera atraparlo en una jaula, quemándolo vivo o ahogándolo. Creo que ahogándolo disfrutaría más, porque podría ver su cara de desesperación.

Recordé haber tapado bien las ollas después de servirme mi almuerzo. Llevaba 60 – 61 – 62 – 63 dominadas, cuando de pronto, el ruido de un objeto cayendo en agua llenó la cocina de un chasquido desesperante que se fue dilatando en un notorio descenso, así como cuando las campanillas de un reloj que se ha quedado sin baterías chilla de manera agonizante hasta cesar. Poco a poco - como si las energías de un ser desesperado por seguir viviendo se fueran consumiendo en cada vano intento – dejó de sonar. Quise ir a averiguar antes, pero el record de 80 dominadas los fui superando en el transcurso de ese sonido enervante, hasta llegar casi increíblemente (porque soy bueno) con pie estirado y reloj despertador al suelo, a las 100.

Salí a ver qué había sucedido. ¿De dónde había provenido ese extraño ruido? Busqué en el lavatorio, entre la vajilla, en las ollas, por la refrigeradora, en el horno de la cocina e incluso dentro de la caja de fósforos y sin embargo no hallé nada, ningún vestigio de algún intruso rastrero. Me di por vencido. Pero cuando salí, mi mirada se tropezó con algo absolutamente absurdo y entonces mi corazón empezó a latir más rápido, no sé si de miedo o de algarabía. Vi un animal peludo flotando en el agua de un balde grande, en donde mi mamá había enjuagado la ropa que lavó el día anterior. Estaba aparentemente muerto. Agarré un palo y empecé a darle vuelta. Vi emerger una oreja y una cola enorme del agua sucia, mientras sentía que mi corazón se aceleraba más y más. Vi unos dientes enormes saliendo de su boca abierta llena de bigotes. ¡Por fin te moriste rata inmunda! dije mirando vengativo el cadáver del sucio animal. Supe entonces que mis latidos acelerados eran por la emoción de saber muerto a nuestro más tenaz enemigo. ¡Por fin habíamos derrotado al sucio animal! Calló en una de nuestras más improvisadas y esporádicas trampas. Al fin y al cabo resultaste ser una rata estúpida. ¿Te metiste al agua sin salvavida? ¿O hurgabas entre lo ajeno y te tropezaste con tu idiotez? Debes haberte arrepentido de habernos robado tanta comida en todo este tiempo porque así no hubieses engordado tanto y hubieses podido salvarte, rata, rata estúpida, jaja jaja jaja.

Saqué a la rata del balde de agua sujetándola de la cola algo temeroso de que resucite y contraataque, cuando de pronto, unos golpes en la puerta de la calle me asustaron y me hicieron soltarla. Su cadáver cayó al suelo dando un golpe seco. Alguien buscaba. Fui a atender dejando el cuerpo sin vida del abominado roedor tirado en el suelo. “¿Quién es?” pregunté y al otro lado de la puerta, una voz femenina me contestó. “Soy yo, Analí”. El rostro de la niña que me tenía descorazonado mañana, tarde y noche sin saber si al igual que yo, ella me quería, se me vino a la mente. ¿Qué querrá? me pregunté.

- Mi hermana no está por si acaso - le dije descortésmente mientras abría la puerta. Traía el cabello suelto y llevaba puesta una excitante pantaloneta roja que le permitía lucir sus bellos muslos – disculpa, hola - le dije arrepentido.
- Hola, no he venido a ver a tu hermana, vine porque supe que estas solo y bueno yo quería decirte que… – miró el suelo e hizo un gesto inquieto. A mí se me vino a la mente la más perversa idea, y le dije apurado, qué cosa, habla.
- Bueno vine a pedirte si podrías prestarme tu pelota para jugar vóley con las chicas – Yo me quedé con la boca abierta y casi con los brazos extendidos para recibirla.
- Vamos! No me hagas roche pues, por favor, nos hemos quedado sin balón y no queremos quedarnos también sin jugar - me dijo dulcemente.
- Está bien, espera un momento – le respondí.
- Ok. – dijo sonriendo y pegando un brinco.

Resignado, me di media vuelta. Mi corazón había empezado a ser condescendiente con ella ante cualquier pedido que me hacía pues no podía evitarlo, la quería y por cualquier instante con ella, daba lo que fuera. Me transformaba en su muñeco de trapo las veces que ella quisiera. Sin embargo, en las últimas ocasiones que estuvimos juntos, sentí que el momento de poder abrazarla y besarla por fin se acercaba: jugaba con mi pelo, me abrazaba del cuello, me pellizcaba y se corría para no devolverle el pellizco, se dejaba tomar las manos y entrelazar nuestros dedos, me celaba con algunas de las chicas y cuando estaba contenta conmigo, de un salto se trepaba en mi espalda para que yo la llevase cargada. Eso era para mí la gloria, porque me abrazaba y me daba un beso tierno en el cuello. “Debo esperar el momento preciso, inventar un encuentro de noche, tal vez ella espera eso de mí pero yo no me atrevo, no sé cómo alcanzarla, a veces tengo ganas de robarle un beso pero me agobia el miedo de que se enoje conmigo. Si tan sólo me diera una señal”. Entré a la cocina y me topé con la rata muerta.

- ¿No hay nadie? - me preguntó desde afuera.
- ¡No! - Le contesté mientras cogía con la yema de mis dedos la cola de la rata para intentar arrojarla a la basura.
- “Vaya, ¿sí que tienes muy pocas comodidades aquí no?” me dijo Analy sorprendiéndome desde atrás. Entonces sucedió lo inevitable. Asustado, sin tiempo para pensar en librarme de cualquier cochina evidencia que delatara mi prosaica existencia, no pude hacer más que voltearme con la rata muerta colgando de mi mano izquierda y ella, que al parecer se estaba acercando para darme un pellizco, o una caricia en la espalda, hizo tan elocuente gesto de repugnancia, que hasta ahora me avergüenzo de mi mismo y reniego de mi total estupidez.
- ¡Que asco! – me dijo con una voz que jamás se la había escuchado en el tiempo que la había conocido. Casi al instante salió corriendo despavorida y tal vez más decepcionada de mí que otra cosa. La vi abandonar mi cocina, mi casa y mis ilusiones como si huyera de un fantasma o de un monstruo.
- ¡Analy!, está rata está muerta” le grité, aún más estúpido; pero no dio marcha atrás.

Ahora, creo que ya son más de la una de la madrugada y sigo sin poder dormir, no dejo de pensar que tal vez por culpa de esa maldita rata, mis posibilidades de alcanzar el amor de Analy se echaron a perder, debe creer que soy un pobre diablo, un idiota; pero además, me molesta ese ruido grosero que al parecer, proviene de la caja de la basura afuera en la cocina, desde hace más de media hora que no me deja conciliar el sueño…