jueves, 26 de junio de 2008

Vida y juego

Debo poner sobre aviso, antes de compartir un conocimiento que he adquirido de acuerdo a una aleccionadora experiencia, que de lo que voy a hablar es única y exclusivamente de fútbol, así que a todas las mujeres que en este preciso instante han chasqueado los dientes de manera quejumbrosa y están a punto de buscar algo más interesante que leer, después no se quejen de la falta de igualdad de género que persiste en nuestra sociedad y háganme ver con sus comentarios que es sólo un prejuicio mío y de muchos, aquello que dicen de las mujeres, que el fútbol les aburre y peor aún tener que leerlo; y que estoy totalmente equivocado al dirigir este texto sólo para varones.
Cuando uno descubre que tiene talento para algo, su vida se convierte en un sueño, sus días se llenan de ilusiones, su corazón late al ritmo de sus ímpetus y sus pensamientos giran alrededor de una meta. En esa lucha constante por alcanzar sus ideales, en esa búsqueda obstinada por encontrar su derrotero, en esa maniática y espiritual traslación de sus utopías a meras realidades, a veces se es diferente a los demás, y se es absoluta y estúpidamente feliz. Pero el día, después de varios otoños, en que las plataformas deportivas (no los estadios con los que soñaste) se llenan de grillos y caqueros y reflexionas sobre cuál fue tu error (o tu mala suerte) que te ha llevado a estar ahí de pie, sólo, fracasado, comparándote con uno de esos bichos raros por lo desubicado que pareces estar, sólo te queda compartir tus penas y decides, con el brío que aún te queda por la satisfacción de haber siquiera intentado, que el sueño que tuviste un día de ser futbolista, te enseñó con varios fracasos que uno no nace sabiendo y que el don innato que uno cree tener es sólo una pequeña parte de lo mucho que nos falta por aprender, la pieza clave de un rompecabezas que nadie nos ayudó – tampoco buscamos- a armar.

Con tus metas, ideales e ilusiones, sin su partida de defunción correspondiente y el recuerdo latente de unos goles que acabas de hacer pero que de nada sirvieron porque volviste a incurrir, no en el mismo error de siempre, sino en uno nuevo, te demuestran que un partido de fulbito, se pierde y se gana por varias razones, lo que hasta el día de hoy te ha llevado a enumerarlas y a llevarlas siempre como preceptos antes de empezar un nuevo juego. Sin embargo, uno nunca termina de aprender, incluso para afrontar un simple y a la vez complejo partido de fulbito, algún nuevo conocimiento llega, y hay que tener el coraje de aceptarlo y de no renegar por el modo en que lo hace: a modo de errores, y es que así es la vida y el juego, de los errores se aprende, y hay que tenerlos siempre muy presentes para no volverlos a cometer, eliminando de nuestras mentes esa idea pesimista de que ya es demasiado tarde.

Lo que me empuja al campo de juego es un deseo de competencia, me emociona saber que voy a ser partícipe de un gran partido de fútbol, saber que quienes tengo al frente prometen una gran contienda, una demostración e intercambio de talento, de garra, de deseos de divertirse. Y es que el fútbol es una pasión de la que yo nunca voy a poder renunciar, sé que si ahora mismo - 1 y 30 de la madrugada - viniesen a buscarme para ir a jugar, rápidamente me cambiaría y entusiasmado dejaría lo que esté haciendo - no interesa lo importante que sea - para ir a buscar aquel balón que entre mis pies, me hagan sentir el placer de poder dominarlo y patearlo de la mejor manera. Hacer goles que ayuden a sumar una victoria es de lo más reconfortante, se celebran en el momento con orgullo y con mayor goce al final de un encuentro victorioso. Pero cuando te aqueja una sequía de goles, cuando no encuentras la ecuanimidad para hacerte de una posición estable y ordenada, cuando una inoportuna e inútil efusividad te descontrola, de tu mente desaparece todo aquello que con lágrimas aceptaste, los cánones que - con derrotas y el transcurrir de los años sin verte vestido con el uniforme del equipo en el que un día soñaste y te prometiste jugar - te impusiste en vano. Ahora bien, sólo queda afrontar cada juego, evitando derrotas que te recuerden que tú a punta de autogoles emocionales, hace años, te derrotaste a ti mismo.

Y queda también, porque la gloria existe, la alegría de aceptar cada invitación a jugar, la desespera por que llegue el día de un campeonato estudiantil, la algarabía personal de volver a hacer goles, de dar buenos pases, de burlar al contrincante con llevadas prolíficas, inventando dribleos y amagues, que aunque no son los mismos con los que en secundaria asombraste a un profesor de educación física, el sudor empapando tus ropas improvisadas, te impregna de innata efervescencia y te recuerda que no importa el año y el mes en que naciste - el que no te permitió integrar a esa selección de colegio - porque ahora, integras una nueva cada día, y con disciplina y devoción, te propones defenderla como si representaras al país que te vio nacer, al que tanto amas y del que estás orgulloso.

La lógica que se dice no hay en el fútbol la experimento yo cada vez que le doy vuelta al marcador de mi pasada derrota en el partido de mi vida, no cumplí mi sueño de ser futbolista profesional, se me acabó el tiempo, pero seguí jugando y demostrándome a mí mismo que los fauls de cada día puedo soportarlos, puedo volver a levantarme y seguir dedicándome a lo que más me gusta, aproveché la oportunidad y le hice un contragolpe a mi destino, el cual parecía estar urdido con ambivalencia, porque por momentos me hacía odiar lo que más amaba, pensaba que mi casi apergaminada complexión era un obstáculo más, que yo nunca fui lo que pensé ser, que el fútbol no era para mí, pero la verdad es que nunca lo intenté, esperé que vengan a tocarme la puerta - la que yo jamás abrí para salir a buscar, para probarme - y el día que lo hicieron resulté ser muy bueno para los entrenamientos, pero malo para jugar, había aceptado una invitación a aprender, me llevaron de la manito desde mi posición de delantero, explicándome con paciencia que lo yo tenía que hacer era la diagonal ¡así!, partiendo en el momento del pase - casi inspirándolo - delante de la línea defensiva, para no caer en la posición adelantada, elucubrando de esa manera una jugada que se concrete en gol. Pero cuando abrí los ojos, y descubrí lo difícil que es ser delantero, que es ser volante, bax central o lateral derecho e izquierdo, me resultó inútil admirarme del fútbol verdadero, del que se ve desde la misma cancha, no desde un televisor, desde donde yo nunca me pregunté por qué 3 árbitros, para que tanto juez de línea. Mi partido de prueba, fue eso, sólo de aprendizaje y aunque aprendí la lección salí jalado, cuando ya sabía lo que tenía que hacer era demasiado tarde, no me tomaron en cuenta para una lista que aunque humilde me hubiese gustado pertenecer; llegaron las indumentarias y para mí no hubo ninguna; se jugaron partidos amistosos antes del campeonato y aunque si llegué a jugar uno – pero por ausencia de jugadores – la cancha me quedó grande, el sol me abrumó, el viento me coartó y mi única y acaparadora jugada fue demasiado generosa, ¡…patea al arco!, después que mi pase sobrara a un compañero, y luego desaparecí y perdimos 3 – 0. Después, sin decir nada falté y nadie lo notó, y cuando me vieron por ahí, nadie me preguntó; sin embargo, ahora hay veces en que tengo la oportunidad todavía de hacerles recordar la razón por la que me invitaron a jugar, cuando me los encuentro en un partido de fulbito.

Y es ahí donde sigo aprendiendo y al mismo tiempo gozando, no hay reglas que seguir excepto las mías, si soy defensa no tengo miedo de habilitar a un rival deshilvanando nuestra línea defensiva; si soy volante – dependiendo del tipo que sea – no me preocupo por regalar el balón con desacertados centros metidos; y si soy delantero pues sólo me preocupo por hacer buenos goles, a veces incluso haciendo la susodicha diagonal - recibiendo el pase después de cruzarme detrás del defensa. Y hay veces en que me sorprendo de mí mismo; de cómo puedo lograr ese grado de concentración y contagiarlo a los demás, porque estar en el campo es eso, entrar en un mundo donde no vale dormirse. Nuestra visión debe acaparar cada posición de juego, para que así no tengan cabida las comparaciones que hagas con el otro equipo, que puede contar con jugadores que tú ya los conoces porque los has enfrentado y sabes que son habilidosos - lo que te hace sopesar la distancia que los separa de un triunfo y los acerca de repente más a una derrota - porque al final puedes verte contento con tus amigos, recibiendo la apuesta de una gran victoria, tomando un par de cervezas y pisando los grillos que interrumpen tu alegría.

Los chicos de arriba (I)

Muchas veces nosotros hemos sido tildados así, "los chicos de arriba", y siempre por parte de las chicas de abajo, mujeres físicamente ordinarias (salvo excepciones amorfas) y mentalmente despampanantes, compañeras de clase que ante nuestros ojos civilizados formaron grupos salvajes. Creo que ya habíamos visto mujeres feas alguna vez, pero esto era el colmo, concordábamos en que aquellas tenían al menos algo con que defenderse y aún así, eran calificadas como feas, pero nuestras compañeras eran insondables, no cabía en ellas ni el calificativo “buena gente”. Hubo un compañero que las llamó con la ira de su frustración, inhumanas.

Y es que desde el primer momento en que entramos a nuestro salón de clases, nos abordó un asombro tan cercano a la inverosimilitud que muchos de nosotros dimos un paso atrás. “No, esta no es mi aula” “A mí me dijeron que las chicas de comunicación eran bonitas”. Pero después de dar varias vueltas, revisar guías de matrícula, verificar otras aulas y reconocer rostros de pre, sólo nos quedó resignarnos a la realidad, que equivaldría a cinco años de sufrimiento óptico y por qué no decirlo acústico, terminaríamos talvez con cáncer a la vista.

Lastimosamente esta mala suerte recrudeció, prolongándose inclusive hasta lo académico. Se fueron suscitando una retahíla de desilusiones; al tercer día nomás, cachimbos nosotros, tuvimos que soportar a un grupo de alumnos agitadores que con una verba demagoga y una determinación irascible se habían dado la libertad de tomar “La Pedro” ante miles de alumnos que veníamos en camino y que tuvimos que quedarnos afuera, viendo como nos exponían y escupían sus razones para dejarnos ahí parados. Sin embargo, después, con el transcurrir de los años en aulas nada equipadas, fuimos entendiendo el por qué de esa manera de pedir, y es que era necesario gritar para ser escuchado.

Alumnos de la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo o “Peter Ruiz Quiquiriquí” como diría un canoso profesor de Química, que me enseñó en la Pre y al cual nadie de mi aula escuchaba ni entendía, sólo una caserita postulante que se sentaba en la primera fila y que aparentaba ser muy inteligente, pero que después al ingresar – y continuar sentándose adelante o abajo (ante nuestra vista) - resultó ser la protagonista y única dueña de los más grandes y estúpidos exabruptos del salón. Con ello fue ganándose un lugar en nuestras respetables conversaciones en honor de “las chicas de abajo”. La Chuchi, como le decíamos –al no poder evitar compararla con la ex congresista limeña- pasó a pertenecer al grupo de las feas y no por fea, sino por sus feas burradas.

Pero estábamos ahí para aprender y nuestra primera lección fue todo lo concerniente a tolerancia. Había que compartir carpetas, descubrir el significado de compañerismo y respetar opiniones al mismo tiempo que nos tragábamos nuestra discriminadora desilusión con una sincera hipocresía, pues aunque les brindábamos un trato afable, después descargábamos contra ellas todo tipo de verdades a sus espaldas; burlas que nos envolvían en un momento jocoso en donde ellas eran las verdaderas protagonistas a pesar de estar ausentes. En esos momentos parecía que la chicha – nuestra bebida temporalmente típica - se volvía más amarga en nuestros labios cada vez que las mentábamos y se volvía más dulce cuando las describíamos, nos hacía pasar mejor el rato. Y sabemos que a ellas les pasaba lo mismo, supimos luego de la existencia de un casset donde grabaron rajes cada una de ellas, de cada uno de nosotros, fiel a su estilo y al nuestro.


Sin embargo, con el pasar de los años y de los ciclos nos acostumbramos a ellas, aprendimos inclusive a quererlas sin ramalazos de disimulada falsedad, y algunas de las que es crueldad involucrarlas en esta generalizada resaca, se convirtieron en nuestras amigas. Grandes compañeras en celebraciones y comprensivas en los trabajos grupales. Y quienes hemos tenido la oportunidad o la estupidez de poder compararlas en otras aulas – a donde nos llevaba nuestra escasa responsabilidad académica - sabemos que, como cada una de ellas no hay ninguna, inigualables en lo que hacían y hacen, feas sólo para nuestros ciegos y prejuiciosos ojos. Y que entre las chanconas y las estudiosas, las que estaban a la altura de responder una pregunta específica y las que estaban a la altura de entrar en un complicado debate, estábamos nosotros que aunque nunca sobones como algunas, llevábamos nuestra vida aparte, donde muchas veces las invitábamos a pasar.

domingo, 15 de junio de 2008

¡Feliz día papá!

Aunque no soñé esta vida
y la vida que di;
aunque esconda mi tristeza
y festeje cada pasito que da;
aunque busque culpables de los días que malgasto
y encuentre rasgos de mí en él y de él en mí;
aunque maldiga lo imperecedero de mis pecados,
y no me permitan amarlo tanto:
¡Feliz día a mi mismo!
aunque sé que no lo tendré...

Aunque no merezcas que aún
queden huellas de ti en mí;
aunque para hablarme cambies tu voz desdeñosa
con que al teléfono menosprecias a mi madre;
aunque vivas sólo en fotos y en el recuerdo
de cada quincena que tarda en venir;
aunque tenga inseguridades,
de las que siempre te nombro culpable;
¡Feliz día papá!
espero que tú si lo tengas...